lunes, 26 de julio de 2010

¿Es un sueño? ¿Existe él?

Bueno, ahora que lo pienso el nombre suena un poco tonto... (jajaja mi hermano se puso a leer y se carcajeó con el nombre) pero entenderán por qué conforme pase la historia. Otra cosa que quisiera comentar era que si ¡Por favor 0:) podrían recomendar el blog! Quizás la historia no suene tan interesante... pero quizás a otros sí... jajaja me siento algo tonta escribiendo a un blog sin seguidores aún... jejeje Pero bueno, sin más rodeos, aquí está el siguiente capítulo (que espero esté más interesante)

Mamá le dio un leve beso en los labios. Me volví hacia la fiesta. Mesas con manteles blancos y sillas con el mismo decorado que las mesas utilizadas por gente de clase media. Vi con desánimo cada una de las mesas, eran más de doscientas personas.


-Papá no me digas que conoces a todas.- gruñí desanimada.


Papá y mamá rieron con ganas.


-Mejor empecemos con la mesa de allá.- dijo papá señalando la mesa más cercana.


Había un hombre con un traje fino y el pelo perfectamente peinado. Tenía algunas canas, pero el cutis, a pesar de todo parecía suave y con un tono algo bronceado. Miré a la gente que se sentaba en la misma mesa. Tres hombres más, dos mujeres y un niño. Todos tenían la misma elegancia que el señor. Papá se acercó con rapidez. Mamá lo tomó de la mano, mientras que él me empujaba suavemente por la espalda. Él señor se volvió hacia nosotros con una engreída sonrisa en el rostro. Si papá estaba nervioso no se le notaba. Dibujó una cordial sonrisa en el rostro y se acercó al hombre. Le estrechó la mano.


-Señor Sabas, es un gusto verlo.- dijo el señor.


-Señor, me complace presentarle a mi esposa Clarisse y a mi hija Any.


Él hombre nos miró por un momento de pies a cabeza. Luego sonrió con petulancia. Contesté con una sonrisa tímida. Él señor tomó mi mano, la alzó y la besó delicadamente. Me zafé suavemente y con una sonrisa. Empezaba a odiar al jefe de mi papá y sólo llevaba un minuto de conocerlo. Mamá y yo intercambiamos una mirada, ella con preocupación y yo con desánimo. Papá y el señor empezaron a platicar. Nos presentó a algunas personas y luego nos enseñó el lugar en el que debíamos sentarnos, sin antes tomar mi mano nuevamente y besarla. Sin poder evitarlo me sentí asqueada, pero no mostré mi disgusto por miedo a la reacción de papá.


Al principio no tenía el más mínimo interés de saludar a las personas que nos acompañaban en la mesa, pero me vi obligada cuando papá mencionó mi nombre. La pareja tenía el aspecto de tener pocos años más de casados que mis padres. El hombre alto y moreno, de pelo negro y ojos castaños, mientras que la mujer rubia, pálida, pero con ojos de un color castaño claro. Ambos me sonrieron y me saludaron.


-Any, qué lindo nombre. Si hubiéramos tenido una hija le hubiéramos puesto Any ¿No cariño?- dijo la señora con dulzura.


Sonreí, me parecía buena persona la señora. Cada quién volvió a sentarse en sus respectivos lugares, miré a mí alrededor con el mismo desánimo que antes. Odiaba estas reuniones.


-¿Cuántos años tienes, cariño?- dijo la señora.


-15 años.- contesté.


La señora sonrió con satisfacción.


-¿Ya oíste, amor?- dijo volviéndose a su esposo.


Éste asintió con la misma sonrisa.


-Quizás Danny y tú se lleven bien.- dijo el señor con voz grave.


Asentí mostrando poco interés.



-Él tiene 17 años.- dijo la señora.


La miré por un momento con una sonrisa. Quizás sí sería interesante conocerlo después de todo, pero para qué hacerme ilusiones de pasar una buena fiesta con un chico casi de mi edad si no había nadie ocupando las demás sillas de la mesa, mas que mis padres, la pareja y yo.


En ese momento un muchacho alto, fornido. De pelo castaño fuerte, ojos verdes y piel morena se acercó a nuestra mesa. Nuestras miradas se cruzaron por un momento. Sentí un extraño cosquilleo.


-Danny, te estábamos esperando. Ha llegado una muchachita casi de tu edad.- dijo la señora señalándome.


Éste sonrió con simpatía y extendió su mano. Me levanté y se la estreché.


-Un placer, soy Danny.- dijo con cortesía.


-Igual, soy Any- contesté un poco confundida.


Había algo en él que me turbaba. Ambos nos sentamos.


-Odio estas reuniones.- dijo Danny de repente.


Yo asentí.


Él me volteó a ver con curiosidad.


-¿Te toca una por semana, cierto?- dijo con simpatía.


-Sí.- dije contrariada.


Él rió. Por un instante volví a sentir el cosquilleo.


-Me obligan a ir a todas.- me quejé.


Danny sonrió risueño.


-No eres la única.


Reí.


-Pero tú podrías quedarte en casa. Ya tienes la edad para estar sólo… en cambio yo…


-¿Cuántos años tienes?


-15 años.- contesté encogiéndome de hombros.


-Bueno, quizá te falte un poco.- dijo él con optimismo.


Sonreí.


-A veces el tiempo pasa muy lento ¿Sabes?


-Sí, cuando te diviertes y nunca quieres que se acabe el momento… se acaba tan rápido, pero cuando te aburres, el tiempo pasa tan lento.


-Exacto.- coincidí.- aunque desearía que fuera diferente.


Danny sonrió.


-Quizás nosotros podemos hacer diferente este aburrido día.


No pude evitar sonreír también, Danny me estaba cayendo muy bien.


-¿Quieres ir a caminar?- preguntó escrutándome con la mirada.


-No estaría mal- contesté sonrojada por tanta observación.


Me volví hacia mis padres, que platicaban animadamente con la pareja. Le sacudí el hombro a mí mamá suavemente. Ésta se volvió al instante.


-¿Puedo ir a caminar con Danny?- le pregunté.


-Claro,- dijo viendo a Danny inquisitivamente.- pero no tarden en regresar.


Danny sonrió con naturalidad.


-No se preocupe, señora, estamos enfrente de un parque.- dijo Danny con cortesía.


Mamá sonrió por un momento.


-Bueno, entonces nos vemos al rato hija.- dijo dándome un beso en la frente.


-Mamá…- susurré avergonzada.


Ella rió suavemente.


-¿Desde cuándo una madre no puede darle un beso a su hija?- dijo viendo a Danny.


Negué con la cabeza.


Ella sonrió misteriosamente y se volvió para seguir platicando. Respiré hondo. Danny me ofreció su brazo. El cual tomé fuertemente.

domingo, 25 de julio de 2010

El comienzo

Este es el primer capítulo... no sé si debía poner el prólogo o no, pero no tenía uno preparado. Espero que esto sea suficiente para entender bien a Any (Aneliz)


¿Qué tan complicado era ponerse un vestido?
, me preguntaba para mis adentros sarcástica.

Me miré al largo espejo que tenía al frente. Un vestido en realidad colorido, que me llegaba hasta las rodillas, con un listón bajo el pecho y que me gustaba mucho reposaba en el antebrazo del sillón de mi habitación. Sopesaba la idea de ponérmelo o no.

Sacudí mi cabeza, tenía un extraño presentimiento de que aquella noche iba a ser la más maravillosa de todas… ¿Por qué? En realidad tampoco tenía idea. Mi mamá siempre había dicho que tenía un sexto sentido, la percepción.

Me volví para mirar el vestido. No, no debo… me repetí por enésima vez en el día.

En ese momento alguien tocó la puerta.

-¡Any!- dijo mi mamá desde el otro lado de la puerta.- ¡Abre!

-Ya voy.- dije poniéndome la bata azul que había dejado sobre la cama.

Abrí la puerta. Mi mamá, una mujer de pelo castaño y rizado hasta la cintura, con ojos de un azul claro y piel pálida como la luz de la luna, me miró de pies a cabeza con el seño fruncido.

-¿Se puede saber qué has estado haciendo? Nos vamos en media hora, cariño. Recuerda que esta reunión es muy importante para tu padre.- dijo mi mamá entrando a la habitación.

Mi rostro se contrajo en una mueca de disgusto. No tenía ganas de ir en lo absoluto. Mamá tomó el vestido y se acercó a mí con decisión. Me miró inquisitiva.

Suspiré resignada y me quité la bata.

-¡Sigues en pijama!- dijo mi madre desconcertada.

-Puedo explicarlo…- dijo algo dudosa.

Mi madre negó con la cabeza y me tomó del brazo. Me llevó directamente al baño y empezó a hacer magia con sus manos. Me colocó el vestido, me ayudó a maquillarme y por su puesto a peinarme. Aunque en realidad ya tenía la edad suficiente como para hacer aquello sola, había cierto sentimiento hacia mi madre, que me hacía dejarla.

Cuando terminamos, me miré al espejo. Mi mamá corrió al armario y sacó mis zapatos. Volvió y dejó que cayeran al piso. Me los metí rápidamente. En ese momento alguien tocó la puerta. Corrí a abrirla. Mi padre me miró con enojo.

-Siempre es lo mismo. Señoritas tenemos que irnos en este mismo momento o llegaremos tarde como la última vez.

-Richard, no te desesperes, tenemos cinco minutos de sobra.- dijo mi mamá revisando el reloj que traía en la muñeca.

-No en el mío.- contradijo mi papá.

Reí y le di un beso en la mejilla. Éste sonrió y me abrazó.

-Cuánto has crecido.- dijo con nostalgia.

-Papá…- me quejé.

Mi mamá rió y nos empujó hacia las escaleras. Bajé rápidamente y corrí por mis llaves.

El día que mi madre me las había entregado. Me dijo que era una gran responsabilidad y que debía cuidarlas con mi vida. Desde entonces había tomado el hábito de llevar las llaves a todos lados. La mariposa de metal, que pendía del llavero destelló con los rayos del sol que penetraban por la ventana. Miré por un momento el llavero. Sentí náuseas. Me volví, mi papá me apremiaba con un movimiento de mano al lado de la puerta abierta. Corrí y pasé a su lado dirigiéndome al auto. Mi padre cerró la puerta tras de él. Le abrió la puerta del copiloto a mi madre. ~Suerte que aún no se perdía toda la caballerosidad~. Me metí al auto rápidamente y me senté con precipitación. Mi padre arrancó al instante en el que se acomodó en su asiento. Me miró por el retrovisor.

-¿Ya les había dicho que se ven hermosas?

Reí.

-Gracias.

-Cariño, creo que nuestra jovencita va a romper algunos corazones esta noche.- dijo mi papá con sorna.

Lo miré juguetona.

-Tienes razón, me da la impresión de que hoy se ve hermosa.- siguió mamá con una sonrisa perfecta y juguetona.

Negué con la cabeza y miré ausente hacia la ventana. Nunca me consideré tan linda como ellos siempre decían. En realidad me parecía que mis mejillas estaban muy rellenas y mis brazos muy gordos. Anduvimos por carretera durante un largo rato, hasta que llegamos a un enorme aparcamiento. Ahí estacionó mi papá el auto y nos ayudó a bajar a ambas. Al lado había un enorme edificio al que le calculé treinta pisos. Caminamos un buen tramo hasta llegar a una puerta giratoria. Al entrar, no me sorprendió que hubiera una fuente con una escultura de oro en el centro. Un hombre que tomaba de la cintura a una bella joven y se preparaba para besarla. Empezaba a estilarse en ese momento ese tipo de material. Casi todos los edificios de esta región tenían ese tipo de cosas. Caminamos por una alfombra roja que nos condujo a un escritorio. La recepcionista nos vio por un momento.

-¿Viene a la fiesta del señor Mateus, cierto?- preguntó con voz forzada.

Parecía antipática.

-Sí ¿Nos podría decir cómo llegar?- contestó mi papá con más cortesía de la que merecía la mujer.

-Claro, suba al elevador aquí a mi izquierda. El salón de fiestas está en el piso dos.- dijo la recepcionista mirándome recelosa.

Le sonreí intentando tranquilizar el ambiente, pero no sirvió de nada. La mujer siguió mirándome.

-Gracias.- contestó mi papá en un susurro y le pasó el brazo por el hombro a mi mamá.
Los seguí pisándoles los talones. Subimos al elegante elevador, si cabía mencionar. Papá pulsó el botón con el número dos marcado. El silencio reinó el lugar por un momento, pero era un silencio cómodo. Fue entonces cuando se abrió la puerta del elevador. Papá como siempre, reviso el reloj.

-A tiempo, chicas. Es récord en realidad.- dijo orgulloso.