¡Ya sé, ya sé! Me he tardado muucho en publicar, pero en serio que ahora sí que no he tenido tiempo pero para nada, además de que la inspiración ha ido desapareciendo dentro de mí. Mi concentración ha estado completamente en otra historia que estoy escribiendo, porque cuenta para la calificación del año escolar... Pero bueno, al menos ya pude publicar un poquito más. Sólo tengo una pregunta ¿Todavía pongo el epílogo de ⌘Cαżαdοrα εrrαητε⌘? Bueno, espero que les guste, que estoy probando una nueva forma de relatar ;)
Las siguientes dos horas pasaron con extremada lentitud. Los dos hombres
seguían metidos profundamente en su charla, discutiendo el precio del arroz y
la manzana, lo cual ya no era del total interés de Sentela, pero a la última
hora, justo a los “00:58:30”, Sternus cayó rendido después de haber estado
cabeceando un rato.
Sentela supo que aquella era su oportunidad para hablar con Astro.
-Papá… ¿Qué sucedería si sólo produjéramos para nosotros?
Astro acarició lentamente la mejilla de su hija mientras pensaba en una
respuesta.
-Perderíamos el terreno y probablemente nos enviarían a la Tierra- contestó.
-¿Cómo viviríamos allí?- preguntó adelantándose a una respuesta, que estaba
segura que también pensaba su padre.
Astro respiró hondo y se recordó a sí mismo que su hija ya era lo
suficientemente grande como para saberlo, aunque actuara como una jovencita a
penas entrada en la pubertad.
-Nos convertirían en uno de ellos como lo han venido haciendo desde que
invadieron la Tierra.- dijo con un hilo de voz.
Ella se limitó a asentir con la cabeza mientras miraba hacia otro lado. En ese
momento su bolsillo tembló.
Se disculpó con la excusa de que debía ir al baño e incorporándose, sacó el
comunicador con disimulo y se metió en el baño sabiéndose vigilada por las
cámaras. Ni siquiera espacio para ir tranquilamente al baño les daban… se
lamentaba Sentela mientras se bajaba los pantalones y se sentaba subiendo el
comunicador por dentro de su chaqueta.
-Sen, tenemos ya la hora y el punto de encuentro. Pregunta por el canal del
antiguo río Danubio cuando llegues a la Tierra. Habrá un puente si vas al área
principal- dijo una voz masculina del otro lado del auricular.
-Max ¿Pero cómo puedo ir sin que sospechen? ¡Sola me perdería!
Se escuchó una risa.
-Tranquila, Leos… puedo enviar a alguien a la estación si es lo que quieres.
-Mira, puedo ser tu general, pero es mi primera vez en la Tierra. Y si enviaras
a alguien harías que mi padre sospeche y quedamos que él quedaba completamente
fuera del juego.- objetó Sentela.
-Eres igual que Schnuppy…- se quejó Max- pero es obvio, si vienen del mismo
lugar…- hubo un breve silencio- ¡Claro!- exclamó triunfante- Te enviaré a
alguien a la estación.
-Pero…
-Confía en mí- la interrumpió antes de colgar.
Sentela soltó un hondo suspiro al tiempo que se incorporaba y hacía toda la
parafernalia de que se limpiaba, cuando el escusado jaló por su cuenta y la
dejó con el papel en la mano.
Entonces una maquinita salida del techo, se acercó a su mano y tomó el papel
con garras muy parecidas a las de un humano y volvió a su escondrijo.
Ella maldijo en voz baja intentando despejar su mente. Ya tendría tiempo para
pensar en su situación cuando regresara con su padre a leer su libro.
Al salir del baño recordó a Schnuppy y sonrió fugazmente ante el recuerdo de su
compañera. Ciertamente ambas habían nacido en la luna y ambas se habían unido a
la resistencia al mismo tiempo. Sólo que ahora ella estaba en la Tierra porque
no era hija del agricultor en jefe y tampoco estaba totalmente vigilada. Fue
sólo cuestión de dejar a sus padres con sus siete hijos e irse a la Tierra para
ayudar directamente a la resistencia, que enviaba navíos de agua para las áreas
más pobres de la luna. Pero aquel trabajo le tomaba tanto, que no la veía desde
hacía más de 10 años. Quizás incluso 20.
Entonces tomó lugar de nuevo sin percatarse de que el hombre sentado en la
silla paralela a la suya la miraba con atención.
El hombre rió quedamente mientras regresaba a la lectura de un holograma. La
había encontrado ¡Al fin!
El conteo parecía acercarse a su fin,
cuando Sentela llegó a la parte culminante del relato que sostenía entre sus
manos.
La voz femenina volvió a alzarse de
improvisto, interrumpiendo las conversaciones reinantes. Todos guardaron
silencio de inmediato.
-Tres minutos para la salida al espacio
exterior.- dijo claramente antes de dejar atrás el silencio que había iniciado.
A los dos minutos se repitió el
procedimiento y al último minuto comenzó el conteo en voz alta.
Los pasajeros comenzaron a sentir una
fuerte opresión contra su pecho que a cada respiración se acentuaba,
asestándolos contra sus asientos. Sentela sintió como si el libro se fuera a
caer de sus manos, por lo que lo escondió en su regazo, apretándolo con fuerza
contra sí.
“26, 25, 24, 23, 22, 21…”
Un despistado hombre de avanzada edad
perdió su peluquín que empezó a flotar en la habitación, pasando de cabeza en
cabeza. La gente se sacudía con escalofríos hasta que finalmente alguien la
tomó con firmeza. El piso comenzó a calentarse alarmantemente hasta el punto en
el que los pasajeros subieron sus pies al asiento con desconcierto. Las luces
rojas en las ventanas se reunieron en el suelo y trazaron líneas que fueron
dejando humo a su paso, como si hubieran apagado el fuego. El piso pareció
estabilizarse de nuevo, al tiempo que la inclinada nave volvía a su posición
horizontal y el conteo terminaba con un fuerte pitido que provocó el sobresalto
de novatos y viejos. Y para dar fin con aquella pequeña escena de terror, las
ventanas se abrieron a penas con un suave roce, dejando que la luz de las
estrellas se filtrara por sus cristales.
Respiraciones agitadas volvieron a la
normalidad.
Sentela se inclinó maravillada hacia su
ventana, mientras en el ambiente flotaba una extraña serenidad, que rompió con
el silencio.
Astro se volvió hacia su hija y la
contempló, estudiando su reacción. Pero su corazón parecía seguir en su lugar y
su sonrisa también.
-Tiempo aproximado para nuestra llegada,
27 horas y 40 minutos.- dijo nuevamente la voz femenina.
-Espero que pronto abran el vagón de
aperitivos- dijo un hombre sentado dos asientos más atrás.
Sentela estaba atenta a las
conversaciones mientras observaba las estrellas ¡Qué gran deleite! Nunca se
hubiera imaginado que vería algo tan hermoso… Aunque 27 horas le parecieran un
largo viaje ¡Ya encontraría cómo entretenerse!
…
-Sentela… tu mundo cae- musitó una voz.
Ella abrió los ojos con desconcierto.
Miró a su alrededor con cautela y
descubrió edificios gigantescos, tan grandes que parecían tocar un cielo azul
que jamás en su vida había visto. Entonces dirigió su mirada a los pies y
descubrió césped como el que había en el jardín botánico de su mamá y con el
que alimentaban a las vacas y los caballos.
Sonrió inconscientemente descubriéndose
descalza. Comenzó a correr respirando el aire, pero mientras más se acercaba a
la ciudad, iba sintiendo mayor opresión en su pecho y al llegar a los límites
se detuvo.
La alegría que antes la había embargado
desapareció y su sonrisa con ella.
El silencio era sepulcral y las calles
entre los edificios estaban desiertas.
Entonces aparecieron seis siluetas negras
que conforme se iban acercando, iban develando su identidad de soldados.
Eran gailte.
Sentela retrocedió unos pasos cuando
descubrió a un joven de cabellos negros y rizados con la cabeza inclinada hacia
el suelo, dejándose arrastrar por los soldados.
Ella temió que notaran su presencia, pero
cuando le dieron la espalda, supo que no peligraba y se atrevió a observar más
de cerca. Cinco soldados tomaron al muchacho por los brazos y por la cabeza,
dirigiéndola hacia el cielo. El muchacho mantenía los ojos cerrados mientras le
abrían la boca por la fuerza y el sexto de los soldados se acercaba con
lentitud hacia él.
-Tu mundo se destruye…
Y justo cuando la última sílaba fue
pronunciada, el soldado extrajo del muchacho una luz tan deslumbrante que
provocó que Sentela cerrara los ojos con fuerza.
Los entreabrió con cuidado para encontrarse
con una esfera, como las estrellas que veía todo el tiempo desde su cuarto. El
soldado, sin vacilar, se la llevó a la boca.
La luz se esfumó tan rápido como había
aparecido y el muchacho quedó inerte. Los soldados lo soltaron con brusquedad y
abandonaron las calles con un sigilo que a Sentela le pasó desapercibido, pues
estaba totalmente concentrada en la víctima que yacía en el suelo.
¡¿Qué era lo que había sucedido?! ¡¿Qué
habían hecho con él?! Era tal su desconcierto que ni siquiera era capaz de dar
un paso hacia delante.
Entonces miró horrorizada cómo el chico
se incorporaba temblando. Primero sobre sus rodillas y finalmente por completo.
Sentela soltó un grito de terror al
descubrir su rostro, y sobresaltada, se dio cuenta de que en realidad todo
había sido un sueño, cuando abrió los ojos y se encontró de nuevo en la cabina
de la nave, sentada junto a su padre.
Tragó saliva, intentando calmar su
respiración.
Astro la miró con cierta preocupación,
pero no dijo nada, sino que se volvió hacia el contador en el centro y suspiró
con cierto hastío.
Todavía faltaban cuatro horas.
Sentela se acomodó en su asiento y miró
hacia la ventanilla sin poder sacarse las imágenes de su cabeza. El silencio
que reinaba en aquel momento en la cabina no se comparaba en lo absoluto con el
que había en su sueño… quizás porque allí sí había vida y en sus pastos y
cielos imaginarios no. Recordó el rostro del muchacho, agrietado, con dos
cuencas en lugar de ojos.
Entonces sacudió su cabeza y abrió el
libro, que había dejado debajo del asiento. Quién sabe si hubieran sido las
casualidades de la vida o en realidad había estado predestinado que abriera el
libro justo por la página donde el autor citaba: “los ojos son las puertas al alma”. Al leer aquellas palabras se encontró
metida en sus pensamientos de nuevo. Quizás las cuencas vacías significaban
eso; sin ojos, no hay puertas. Como si el alma del muchacho se hubiera esfumado
violentamente y hubiera destruido sus puertas. Y reconoció, con pesar, que sus
pensamientos no eran incorrectos. La realidad era que los gailte destruían el
alma, la absorbían. Aquella era la razón por la que ella se encontraba en la
resistencia…
Sacudió la cabeza por segunda vez y
volvió a su lectura.
-¿Tendrá un poco de agua que me pueda
dar?- preguntó un hombre dos horas después.
Astro fue el primero en volverse. Observó
al viejo de labios resecos y piel morena, de rostro y manos arrugadas, y dueño
de unas fachas que parecía que no cambiaba ni para dormir.
Sentela se limitaba a mirar la escena de
reojo, mientras su padre se debatía entre entregarle su último trago o no. Pero
el razonamiento de ambos era muy parecido y ella sabía que su padre no podría
resistirse aunque del último trago dependiera su vida.
Y en efecto. Astro rebuscó en su bolsa de
viaje, hasta dar con la botella de vidrio, que se manchó de tierra cuando quedó
en manos del hombre.
-Gracias- dijo repentinamente con la
garganta seca.
Sentela no lo perdió de vista en ningún
instante. Escrutándolo de pies a cabeza con la mirada, por fin levantando la
vista de su libro, descubrió que aquel hombre no había estado antes allí.
Después de todas las horas que llevaban de viaje, en ningún momento lo había
visto… hasta ahora. Y a juzgar por su aspecto, no parecía que pudiera haberse
comprado un boleto para viajar.
-Sé lo que piensas, niña…- dijo Sternus en voz baja- y lo descubrirán.
Sentela se volvió lentamente hacia él,
que sonreía con sorna como habitualmente lo hacía, y guardó silencio.
Los que iban a la Tierra a buscar suerte
nunca regresaban. Y los que iban sin ser bienvenidos tampoco… ¿Querría aquel
hombre calmar su sed yendo a la Tierra?
-… pero si estuviera en esas condiciones,
no me importaría. Preferiría volverme un gailte.- continuó antes de reclinarse
en su asiento y soltar una pequeña risita.
Sentela se reclinó en su asiento de igual
manera, mirando hacia el techo blanco y suspiró. El hombre cometería un grave
error…
Y como si hubiera escuchado sus
pensamientos, éste se volvió, mirándola ya con la botella vacía y finalmente se
la regresó a Astro, pero ella no se atrevió a corresponderle la mirada, sino
que se volvió hacia el marcador y descubrió que la cuenta regresiva ya se
acercaba más a su fin. Y como presagio de aquello, al asomarse hacia la ventana
pudo divisar la Tierra desde una cercanía que antes no había vivido. Antes,
desde la ventana de su casa, veía un planeta lejano, pequeño, y ahora se
encontraba frente a un gigantesco planeta en su mayor parte café y con algunos
manchones azules, como pinceladas. Recordó una imagen que había visto en un
libro de geografía en la escuela. Antes la Tierra era también llamado el
planeta azul porque se comprendía en su mayor parte de agua. Aquel elemento
líquido era dominante sobre la Tierra, pero a la llegada de los gailte todo
aquello cambió por completo y ahora lo podía comprobar con sus propios ojos.