lunes, 22 de julio de 2013

Cuarto Capítulo


¡Ya sé! Hace muucho que no publico, pero es que han pasado muuchas cosas y no me he podido pasar lo suficiente como para ponerles un capítulo nuevo !! Ya voy a publicar el epílogo de ⌘Cαżαdοrα εrrαητε⌘, pero primero las dejo aquí, con el cuarto capítulo. 

Espero que lo disfruten como siempre. Saludos a tod@s.




-¡Schnuppy!- exclamó Sentela sin esconder su felicidad.

¡Qué astuto era Max! Astro no sospecharía nada.

-Sschnuppy se echó a los brazos de su mejor amiga, aunque fuera veinte años mayor.
Se estrecharon con fuerza.

-Supe de su visita y quise darles una pequeña srpresa- dijo al soltar a Sentela y volverse hacia Astro para abrazarlo también.

El hombre la rodeó torpemente con los brazos incapaz de creer que se encontraba frente a la misma chica que pensó que vería por última vez hace 20 años.

-Pensé que ya…- quiso decir “habías muerto”, pero se abstuvo- que ya no te volvería a ver.
Schnuppy sonrió radiante con un dejo de orgullo en sus labios.

-Soy la misma de siempre, señor. Nada ha cambiado. Necesitan humanos para la correcta administración de los alimentos ¡No crea que me dejaría desechar tan fácilmente!

Astro soltó una carcajada cargada de alivio, aunque su mirada permanecía inquieta, escrutando aquellas finas y delicadas facciones pálidas, buscando algún indicio de que ella ya no fuera humana.

-Papá ¿Puede acompañarnos? ¡Ella podría mostrarme la ciudad mientras tú hablas sobre negocios!

Sentela fijó sus ojos en los de su padre, descubriendo la duda reflejada en ellos.

-Hay un bello jardín en casa del señor Klemm. Es tan grande que verlo en un día es casi imposible- intentó persuadirla su padre.

-Por favor, señor Leos. Creo que sacaríamos más provecho si Sentela conociera la ciudad. 
No es nada peligrosa- insistió Schnuppy- la conozco como la palma de mi mano.

-Ay, Sentela… ¿Y si te llevaran como al hombre en la nave?

Ella negó con la cabeza.

-No te preocupes, papá. Traigo un permiso, soy intocable.

Astro supo que su terca y testaruda hija no dejaría de insistir hasta lograr lo que quería.

-Lo hablaremos llegando a la residencia del señor Klemm, hija. Y sin peros…- dijo Astro tajante, dando el tema por terminado.

Schnuppy le guiñó un ojo a su amiga. Pero Sentela no se confiaba tanto. La preocupación en los ojos de su padre era inminente. Él no quería que salieran solas.

Continuaron caminando hacia la salida, con Schnuppy agarrada del brazo de Sentela sonriendo radiante aún ¡Y es que había extrañado a su amiga! Aunque ella fuera 20 años mayor, habían aprendido y vivido tantas cosas juntas, que la consideraba más como hermana, que a las suyas propias.

La sala a la que entraron a continuación, estaba llena de arcos blancos, como los marcos de las puertas, acomodados en filas. Sentela observó cómo la gente cruzaba por los arcos y seguía una luz brillante en el suelo.

Su padre continuó caminando sin sorprenderse de lo que veía, pues ya estaba acostumbrado a ello. Ambas chicas lo siguieron a paso lento. Sentela no dejaba de mirar maravillada a su alrededor. Era tal su concentración, que no se daba cuenta del hombre que venía siguiéndoles la pista. Aunque éste era bueno para pasar desapercibido. Era su trabajo.

En ese momento, Astro se paró bajo un arco dos cabezas más alto que él, y esperó. Una nueva voz femenina lo recibió con la frialdad característica de una máquina.

-Astro Leos, ochenta años, agricultor en jefe, encargado del sector 360. Esperamos que haya tenido un viaje placentero. Su destino lo encontrará por el siguiente camino.

Y cuando dijo estas palabras, una luz naranja se prendió en el suelo blanco y siguió un camino recto, resaltando entre varias luces que también trazaban su camino. Sentela siguió la luz, intrigada. Schnuppy estaba pisándole los talones, evaluando su reacción con diversión. Continuaron caminando mientras Sentela se pregunta hacia dónde los llevaría, si irían a otra habitación tan grande como las últimas dos en las que había estado… o ¿Saldrían finalmente a la ciudad?

Sus dudas se disiparon cuando llegaron a un gran portón tan blanco como el suelo, que al entrar en contacto con la luz, se abrió, dándoles paso a un cielo despejado y grandes edificios, en su mayoría blancos. Incluso al fondo se divisaba un largo puente y cuando Sentela pregunto sobre él, Schnuppy le explicó que era la vía del flashzug, un medio de transporte similar al tren en la luna, sólo que mucho más rápido y moderno. Lo siguiente que sus ojos buscaron automáticamente con la mirada, fueron árboles, pero sólo se encontró con asfalto gris a sus pies, faroles y transeúntes. Todo era tan… limpio… tan blanco.

La luz se disipó justo frente al asfalto. Astro miró a su alrededor, como buscando algo con la mirada. De entre tanta gente caminando, salió un hombre ataviado con un saco negro, cuyo rostro era casi irreconocible gracias al sombrero de copa gris que traía puesto. De aquel sombrío rostro, Sentela pudo atisbar una sonrisa seca.

-Señor Leos, qué gusto verlo de nuevo.- dijo el hombre.

Astro asintió con la cabeza en forma de saludo.

-¡Qué gusto verte, Heinz!

Aunque muy en el fondo aquellas palabras no eran verdad. Astro le tenía cierta aversión a aquel hombre por su frialdad y su poca amabilidad. Pero seguramente era por la etapa de la vida en la que se encontraba. Recordó que la última vez que lo había visto, aún no trataba de esconder su rostro, lo que significaba que su transformación ya iba más desarrollada. Pronto sería un gailte.

Sentela extendió su mano, ignorando que aquel hombre no tocaba a nadie.

Éste la miró fijamente sin responder al gesto.

-Un gusto, señorita Leos- dijo con frialdad- he escuchado mucho de usted.

Sentela regresó su mano lentamente a su regazo, endureciendo su mirada. Schnuppy ni siquiera se esforzó por presentarse, pues sabía que a los semihumanos, las formalidades les traían sin cuidado.

Heinz dio media vuelta y caminó entre la gente sin preocuparse si alguien lo seguía o no.

Astro se colocó junto a su hija y le palmeó el hombro.

-Ya no estás en la Tierra, cariño, acostúmbrate.

Sentela negó con la cabeza en desacuerdo, pero mantuvo la boca cerrada.

-No esperes que nadie te salude ni te pregunte por tu bienestar. Aquí no es necesario preguntarlo, porque ellos lo perciben- le recomendó al ver que su hija no contestaba.

Caminaron por anchas calles viendo siempre edificios blancos y gente de un lado para otro sin parar. Sentela no sabía cómo reconocer cuáles eran casas y cuáles eran locales. La gente ni siquiera portaba bolsas del mandado, sólo caminaban.

No se atrevió a intercambiar ni una sola palabra con su amiga en aquel silencio de voces. Nadie se hablaba, nadie se saludaba, ni siquiera parecía que hubiera parejas. Cada uno caminaba por su cuenta y no se preocupaba por su entorno.

Sintió un vacío en su pecho cuando pasaron junto a un parque, donde había jardineras blancas llenos de flores coloridas y uno que otro árbol. Era el único lugar en el que el asfalto era en realidad baldosas de un color rojizo más acercado al anaranjado.

-Son artificiales, Sen.- le susurró Schnuppy al oído.

Y su pequeña felicidad desapareció tan rápido como llegó.

Al pasar el parque, volvieron a la monotonía de colores. Sentela descubrió que se acercaban a las vías del tren, cuando se encontraron bajo éstas. La estructura era en realidad impresionante. Grandes y anchas columnas blancas sostenían las vías, que se encontraban a más de 30 m por arriba del suelo.

Heinz se dirigió hacia una de las columnas, que estaba rodeada de gente, y abriéndose paso a empujones, llegó a una puerta cristalina que daba al interior de la columna. Ya dentro, se encontraron junto a varias personas en una habitación circular, en cuyo centro había una mesa blanca.

Heinz se dirigió para allá y frente a la mesa, colocó su mano sobre la superficie. La mesa se encendió en varios colores y después de consultar algo que Sentela no entendía, regresó junto a sus acompañantes sonriendo sin que sus ojos mostraran alguna emoción.

-Estamos a tiempo. El flashzug llegará en un minuto.- informó.

Astro asintió con la cabeza. Lo que Sentela no entendía era cómo llegarían hasta arriba, si seguían al nivel de la calle. Pero aunque se vio tentada a preguntar, se mantuvo en silencio, pues de los presentes, parecía que eran los únicos que hacían ruido.

Aún así, su silencio fue recompensado cuando la puerta de cristal se selló y Schnuppy se tambaleó hacia atrás con ella por el repentino ascenso que dio la cámara. Iban hacia arriba.

Frenaron de improvisto y Sentela se tambaleó entonces contra una señora, que la fulminó con la mirada.

-Lo siento- se disculpó Sentela torpemente antes de regresar a su lugar.

¿Cómo podían mantenerse en equilibrio? Pero todo sucedía tan rápido. En ese mismo instante se abrió el techo como si fuera una puerta mientras se materializaban escaleras flotantes al centro. Una por una, la gente fue subiendo a un vagón completamente blanco, pero con asientos de piel marrón. Sentela se alegró de que al menos hubiera otro color y observó atentamente cómo Schnuppy subía las escaleras, que se sumían con su peso, e intentó imitarla, pero los escalones temblaron bajo sus pies.

Alentó su paso, concentrándose en cada movimiento, y al llegar al vagón se emocionó ante la perspectiva de sentarse junto a una ventana. Así podría contar árboles…

Schnuppy ya la esperaba. Y como si hubiera leído sus pensamientos, le apartaba un lugar junto a la ventana. Palmeó el asiento sonriente, invitándola a sentarse.

Sentela correspondió su sonrisa y cruzando el pasillo, se sentó junto a ella.

A diferencia del extraño elevador, el tren arrancó con un movimiento casi imperceptible. 

Ambas no se demoraron ni un segundo en ver por la ventana.

-Aún quedan vestigios de las antiguas civilizaciones humanas, Sen. Como el puente de piedra que antes servía para cruzar el río Danubio.- murmuró Schnuppy señalando un canal a lo lejos.

No había más que edificios blancos a parte del canal.

-Antes de la llegada de los gailte y la unificación de todos los continentes, esta parte de la Tierra era Alemania. Dicen que todavía se distinguen algunos rasgos del antiguo idioma en las palabras.- explicó Schnuppy todavía sin levantar la voz.

-Contemos los árboles que veamos. Aunque sean artificiales- propuso Sentela.

-Encontraremos más en las afueras de la ciudad.- aseguró Schnuppy- allí… la gente es más… conservadora, si es el término correcto.

Sentela no comprendió aquellas palabras del todo hasta que descubrió la marcada diferencia entre las afueras y la ciudad, que se hizo notar desde el momento en que llegaron a esa parte. Para entonces llevaban tres árboles contados. A Sentela no le extrañaba su fuerte dificultad para respirar…

Pero en las afueras, las casas se podían distinguir. Incluso Sentela ya podía atreverse a llamarles así, pues tenían techos definidos, aún de tejas y ventanas de cristal con marcos de madera, aunque las paredes fueran en parte blancas, en parte de ladrillo. Contaron tres árboles en una sola calle y descubrieron un parque poblado de flores que era más concurrido que el de la ciudad. Sentela se alegró de ver algunos niños.

-Aquí… aquí viven los que van en los primeros procesos de evolución, los que todavía sienten.- dijo Schnuppy- ¡Otro árbol!- exclamó emocionada, olvidándose de bajar la voz.

Miró a su alrededor temerosa de haber llamado la atención, pero nadie le dedicó ni una sola mirada, ni de reconocimiento siquiera.

Todavía estuvieron sentadas un buen rato, habiendo llegado sorprendentemente a los 39 árboles, cuando las casas dejaron de verse, sustituidas por terrenos baldíos y tierras secas. Vieron interminables llanuras desiertas, hasta que el tren se paró y Heinz y Astro fueron los únicos en levantarse.

Ambas los imitaron; caminaron de vuelta al principio del vagón y bajaron por el extenso hoyo del suelo las escaleras flotantes. Cuando la última de ellas pisó el último escalón, las compuertas en el techo se cerraron y se escuchó el arranque del tren, antes de que comenzaran a descender de improvisto. Sentela se precipitó sobre Schnuppy que a su vez chocó contra la pared blanca. Pararon un minuto más tarde, cayendo hacia atrás de nuevo, a pesar de que a penas habían logrado incorporarse.

Sentela se atrevió a reírse ahora que no estaban frente a tanta gente silenciosa. Schnuppy dudó antes de verse contagiada y reír también.

-No sé si me pueda acostumbrar a esto…- murmuró Sentela entre dientes, mientras Astro la ayudaba por el codo- Yo puedo, padre.- aseguró.

Las puertas de cristal quedaron frente a su nariz, hacia la vista de largas e interminables llanuras ¿Habrían bajado en la parada correcto? No parecía que hubiera civilización en aquel lugar, ni siquiera una triste casa.

-Será mejor que apretemos el paso- dijo Heinz pasando a su lado.

Las compuertas se abrieron y el aire les pegó en la cara.

Schnuppy rebuscó en su bolsillo hasta que sacó un cubrebocas transparente que pendía de un tuvo de plástico, cuyo principio todavía se escondía en su bolsillo.

Respiró hondo.

-Muy astuta, jovencita- se limitó a comentar Heinz antes de comenzar a caminar por la tierra seca.

Astro lo imitó, sintiendo su creciente dificultad para respirar.

Schnuppy le ofreció su cubrebocas a Sentela, que comenzaba a sentirse desfallecer. Se lo colocó sobre nariz y boca, dio unos cuantos respiros y se lo regresó a su amiga antes de comenzar a caminar.

-El oxígeno es escaso…- dijo Heinz sin dar más explicaciones.

Caminaron a penas unos minutos, cuando Sentela comenzó a sentir que las fuerzas le flaqueaban y la cabeza le daba vueltas.

-¿Podemos detenernos un momento, por favor?- dijo con voz ahogada, colocando sus manos sobre sus rodillas.

Intentó respirar hondo, pero el aire le faltaba. Schnuppy rápidamente reaccionó y le colocó el cubrebocas con manos temblorosas.

-Respira, Sen…- murmuró Schnuppy.

-Maldita sea con estas llanuras- masculló, sintiendo el aire entrar a sus pulmones- me siento desolada y perdida…

-Acostúmbrate, Sen. La Tierra no es como la Luna- repuso Schnuppy al tiempo que la ayudaba a enderezarse.

Ciertamente en la luna tampoco había oxígeno, pero las cúpulas, las granjas lunares, eran extensas y allí los árboles y el agua abundaban. El aire nunca le había faltado de aquella manera.

Cuando miraron hacia delante, divisaron a Heinz a lo lejos, que no había aminorado la marcha, con Astro pisándole los talones.

-¿A dónde nos lleva? ¡No hay nada aquí!- se quejó Sentela, regresándole el cubrebocas a su amiga.

Schnuppy guardó silencio ante aquel comentario. Ni ella sabía… pero se hacia a la idea del lugar al que se aproximaban.

-Nos turnaremos ¿De acuerdo?- propuso al tiempo que se colocaba el cubrebocas.

Sentela asintió con la cabeza, acelerando el paso. Pensó en lo extraño de aquella sensación de ver un cielo azul. Debía admitir que era la primera vez. Recordó que sus maestros siempre habían dicho que aquel efecto era causado por los gases que salían de la Tierra. Tal espectáculo no existía en la luna, aunque viera todo el tiempo las estrellas, le gustaba más la claridad de aquel cielo. Era algo irónico, tomando en cuenta que allí era donde menos quería estar. Si había decidido venir, era porque la resistencia necesitaba ayuda, ya que estaban comenzando con los grandes planes. Sería bueno encontrar árboles de nuevo en aquella Tierra.

Se volvió hacia atrás para ver cuánto habían avanzado. Los rieles blancos resaltaban claramente a lo lejos, contrastando con el café de las llanuras. Entonces divisó una figura pequeña, como la de un hombre.

Sintió la urgencia de respirar aire fresco y rápidamente tomó el cubrebocas.

Respiró hondo y volvió la mirada nuevamente hacia atrás. Algo le faltaba a su paisaje… y cayó en la cuenta de que la figura había desaparecido ¿Lo habría soñado?

domingo, 12 de mayo de 2013

Tercer capítulo


Ayy, ayy, ayy !! :') :') :') Me puse a leer comentarios de entradas pasadas y de hace muchos años y quedé totalmente conmovida !!! :') :') :') Me encantan sus comentarios !!! Además de que me recordaron por qué me encanta tanto seguir escribiendo en blogger. En serio que muuchas gracias !! No sé cómo agradecérselos.

Saludos a todas y espero que esta historia les esté gustando. 


Sentela se acomodó en su asiento por última vez antes de que la voz femenina se dejara escuchar nuevamente por toda la estancia. El alivio general de los viajeros se proyectaba ya hasta en sus rostros. Al fin llegaban a su destino.

Las ventanas se cerraron automáticamente mientras la gente seguía instrucciones y buscaba su respectivo asiento. La sensación de opresión en el pecho invadió sin previo aviso a los presentes. Sentela sintió cómo la gravedad la empujaba violentamente contra su respaldo al tiempo que el suelo se iluminaba de un rojo brillante, como si hirviera por dentro.

Contó los latidos de su corazón mentalmente y cerró los ojos con fuerza.

Astro soltó un leve gruñido por la resistencia de su propio cuerpo, que se oponía ante tal opresión que estaba a punto de dejarlo sin respiración.

Entonces las lucecitas rojas y parpadeantes marcaron el contorno de las ventanillas selladas.

A los trescientos latidos la presión en el pecho desapareció tan rápido como había llegado.

Sentela abrió los ojos de golpe, sintiendo cómo todo su repentinamente pesado cuerpo se proyectaba hacia delante. A duras penas logró permanecer en su asiento.

Su respiración estaba agitada, pero ella podía percibirlo, sus nervios no eran por el cambio de gravedad, eran mariposas en su estómago que le recordaban que al fin vería la Tierra.

Se volvió lentamente hacia su padre y le dedicó una media sonrisa, que éste a duras penas pudo corresponderle, pues intentaba regularizar su descabellada respiración.

La emoción empezó a embargarla lentamente y la necesidad por bajar de aquella nave se volvió desesperada.

En ese momento los contornos de las ventanillas desaparecieron y el suelo volvió a su color blanco impecable, como si nada hubiera sucedido. La única diferencia era que nadie se levantaba de su asiento.

-Tiempo estimado de llegada, treinta minutos- anunció la voz femenina.

Sentela bufó impaciente y buscó una forma de distraerse, pero con las ventanas cerradas, no le quedó más que cruzarse de brazos y resignarse a la espera.

Se preguntó qué tanto le esperaría. Con qué cosas nuevas se encontraría, qué retos tendría que superar y sonrió inconscientemente ante la idea, sintiendo ya la adrenalina en sus venas. Sentía con fervor el gran presentimiento de que aquel viaje sería largo e inolvidable…

No estaba muy lejos de la realidad.









VUELTA 127 después del solsticio de verano en la Tierra


Cuando bajaron de la nave, Sentela se encontró con una estación muchísimo más grande e imponente que la de la luna. Sus columnas eran de marfil, con acabados de oro y sus techos eran más altos, decorados finamente con pinturas de personajes desconocidos para ella. Había ventanales majestuosos que daban hacia una vista de edificios blancos y altos, poblados con contados árboles… pero árboles violeta. Muros y techos estaban llenos de raíces del mismo color, a excepción de un gran puente, que en realidad era una vía de tren, pues a los pocos instantes, pasó como bala un destello blanco. A comparación de los de la luna, aquellos parecían muchísimo más rápidos y lujosos.

Entonces un hombre chocó contra su hombro. Sentela se volvió desconcertada, esperando que se disculpara, pero éste siguió con su camino sin mirar atrás.

La prisa allí era palpable en el aire. Nadie se miraba, nadie se saludaba… y sobre todo, no había animales ni cajas de vegetales. La gente sólo vestía largos sacos o ropas blancas y limpias, con maletines en mano. Algunas mujeres caminaban precariamente con tacones incluso.

Sentela no pudo evitar mirar su atuendo y sentirse fuera de lugar. Era una blusa desgastada por los años de un azul marino ya descolorida después de tantas lavadas y unos jeans negros, que ahora se asemejaban más al gris, sin mencionar las botas… Pero se alegró de no parecerse a ellos cuando su corazón dio un vuelco al comenzar a distinguir seres con rostros humanos, pero piel morada y marcadas venas verdes.

Una mujer pasó al lado de Astro, que sencillamente se movió con desgana, como estando acostumbrado ya a ese trato. Sentela no la soltó de vista, captando cada detalle que le fuera posible. Sus cabellos parecían gruesas raíces de árboles como los que había en su casa. Raíces extrañamente amoratadas y como el rostro de la mujer, de marcadas venas verdes que destellaban a cada segundo.

Esos eran gailte.

Y como si los hubiera invocado, de repente un escuadrón de seis policías, vestidos totalmente y con el rostro cubierto por un casco descomunal e intimidante, se abrieron paso bruscamente entre la gente hasta aproximarse hasta los recién llegados.

El líder se colocó tan cerca de Astro y Sentela, que hasta podían escuchar un extraño resoplido bajo el casco.

El resto del escuadrón revisó a los pasajeros, abriendo sus bolsas y quitándole sus sacos y pertenencias.

-¿Qué significa esto?- preguntó Astro molesto.

Cuando el gailte se acercó a ellos, bajó el rostro y pareció cruzar miradas, pero en realidad Sentela no sabía si lo que sus ojos veían a través del cristal negro eran ojos también. Y aún así continuó desafiándolo, a pesar de su gran estatura y el hecho de que en realidad él le llevaba dos cabezas.

-Buscamos a un infiltrado- dijo con una voz gutural que causó escalofríos a la mayoría de los presentes.

Sentela no pudo evitar tragar saliva. Controlándose sobremanera para no dirigir su mirada hacia el buscado. “Lo descubrirán… pero si estuviera en esas condiciones, no me importaría. Preferiría volverme un gailte.” Recordó fugazmente.

-¿Lo han visto? Su ayuda será recompensada.

El gailte guardó un silencio incluso más aterrador que su propia voz, pero ella no se inmutó.

Los segundos parecieron eternos, hasta que finalmente el gailte dio la vuelta bruscamente y a empujones se acercó al hombre en harapos, tomándolo por las solapas del maltratado saco beige.

-Es él…- gruñó mientras sus acompañantes los rodeaban.

Todos los demás presentes retrocedieron aterrados.

-No…- murmuró el hombre soltando lágrimas que terminaban perdiéndose en su enmarañada barba.

Sentela tuvo una sensación de deja’vu. No podía dejar que se lo llevaran. Un escalofrío recorrió su espalda al tiempo que se adelantaba un paso, pero su padre, adivinando sus intenciones, la tomó por el hombro. Y cuando ésta se volvió hacia él con una expresión de profunda tristeza, Astro no pudo más que negar con la cabeza. El destino del hombre ya estaba en manos de los gailte y en ese punto… ya no había nada que hacer.

-Lo siento, hija. Vámonos. Ya nos esperan.

Sentela soltó un hondo suspiro y viendo al hombre por última vez, se dio la vuelta y caminó entre el gentío con su padre y sin mirar atrás, temerosa de que ocurriera lo que en su sueño… pero las imágenes seguían allí y los escalofríos también. Así que se dejó arrastrar, sin siquiera fijarse en otros detalles, como los tableros gigantes con los horarios en el centro del gran andén. O las estrellas artificiales, pero flotantes, repartidas por el alto techo. La modernidad allí era mucho mayor a la tecnología que había en la luna.

Y cuando comenzaron a acercarse a los portones, una chica menuda y rubia se colocó frente a ellos con una gran sonrisa recorriendo su rostro.

Aquello fue suficiente para traer a Sentela de vuelta a la realidad. Incluso Astro se paró de golpe al verla. Sus ojos azules eran inconfundibles. 

domingo, 28 de abril de 2013

Segundo capítulo


¡Ya sé, ya sé! Me he tardado muucho en publicar, pero en serio que ahora sí que no he tenido tiempo pero para nada, además de que la inspiración ha ido desapareciendo dentro de mí. Mi concentración ha estado completamente en otra historia que estoy escribiendo, porque cuenta para la calificación del año escolar... Pero bueno, al menos ya pude publicar un poquito más. Sólo tengo una pregunta ¿Todavía pongo el epílogo de ⌘Cαżαdοrα εrrαητε⌘? Bueno, espero que les guste, que estoy probando una nueva forma de relatar ;)






Las siguientes dos horas pasaron con extremada lentitud. Los dos hombres seguían metidos profundamente en su charla, discutiendo el precio del arroz y la manzana, lo cual ya no era del total interés de Sentela, pero a la última hora, justo a los “00:58:30”, Sternus cayó rendido después de haber estado cabeceando un rato.

Sentela supo que aquella era su oportunidad para hablar con Astro.

-Papá… ¿Qué sucedería si sólo produjéramos para nosotros?

Astro acarició lentamente la mejilla de su hija mientras pensaba en una respuesta.

-Perderíamos el terreno y probablemente nos enviarían a la Tierra- contestó.

-¿Cómo viviríamos allí?- preguntó adelantándose a una respuesta, que estaba segura que también pensaba su padre.

Astro respiró hondo y se recordó a sí mismo que su hija ya era lo suficientemente grande como para saberlo, aunque actuara como una jovencita a penas entrada en la pubertad.

-Nos convertirían en uno de ellos como lo han venido haciendo desde que invadieron la Tierra.- dijo con un hilo de voz.

Ella se limitó a asentir con la cabeza mientras miraba hacia otro lado. En ese momento su bolsillo tembló.

Se disculpó con la excusa de que debía ir al baño e incorporándose, sacó el comunicador con disimulo y se metió en el baño sabiéndose vigilada por las cámaras. Ni siquiera espacio para ir tranquilamente al baño les daban… se lamentaba Sentela mientras se bajaba los pantalones y se sentaba subiendo el comunicador por dentro de su chaqueta.

-Sen, tenemos ya la hora y el punto de encuentro. Pregunta por el canal del antiguo río Danubio cuando llegues a la Tierra. Habrá un puente si vas al área principal- dijo una voz masculina del otro lado del auricular.

-Max ¿Pero cómo puedo ir sin que sospechen? ¡Sola me perdería!

Se escuchó una risa.

-Tranquila, Leos… puedo enviar a alguien a la estación si es lo que quieres.

-Mira, puedo ser tu general, pero es mi primera vez en la Tierra. Y si enviaras a alguien harías que mi padre sospeche y quedamos que él quedaba completamente fuera del juego.- objetó Sentela.

-Eres igual que Schnuppy…- se quejó Max- pero es obvio, si vienen del mismo lugar…- hubo un breve silencio- ¡Claro!- exclamó triunfante- Te enviaré a alguien a la estación.

-Pero…

-Confía en mí- la interrumpió antes de colgar.

Sentela soltó un hondo suspiro al tiempo que se incorporaba y hacía toda la parafernalia de que se limpiaba, cuando el escusado jaló por su cuenta y la dejó con el papel en la mano.

Entonces una maquinita salida del techo, se acercó a su mano y tomó el papel con garras muy parecidas a las de un humano y volvió a su escondrijo.

Ella maldijo en voz baja intentando despejar su mente. Ya tendría tiempo para pensar en su situación cuando regresara con su padre a leer su libro.

Al salir del baño recordó a Schnuppy y sonrió fugazmente ante el recuerdo de su compañera. Ciertamente ambas habían nacido en la luna y ambas se habían unido a la resistencia al mismo tiempo. Sólo que ahora ella estaba en la Tierra porque no era hija del agricultor en jefe y tampoco estaba totalmente vigilada. Fue sólo cuestión de dejar a sus padres con sus siete hijos e irse a la Tierra para ayudar directamente a la resistencia, que enviaba navíos de agua para las áreas más pobres de la luna. Pero aquel trabajo le tomaba tanto, que no la veía desde hacía más de 10 años. Quizás incluso 20.

Entonces tomó lugar de nuevo sin percatarse de que el hombre sentado en la silla paralela a la suya la miraba con atención.

El hombre rió quedamente mientras regresaba a la lectura de un holograma. La había encontrado ¡Al fin!



...




El conteo parecía acercarse a su fin, cuando Sentela llegó a la parte culminante del relato que sostenía entre sus manos.

La voz femenina volvió a alzarse de improvisto, interrumpiendo las conversaciones reinantes. Todos guardaron silencio de inmediato.

-Tres minutos para la salida al espacio exterior.- dijo claramente antes de dejar atrás el silencio que había iniciado.

A los dos minutos se repitió el procedimiento y al último minuto comenzó el conteo en voz alta.

Los pasajeros comenzaron a sentir una fuerte opresión contra su pecho que a cada respiración se acentuaba, asestándolos contra sus asientos. Sentela sintió como si el libro se fuera a caer de sus manos, por lo que lo escondió en su regazo, apretándolo con fuerza contra sí.
“26, 25, 24, 23, 22, 21…”

Un despistado hombre de avanzada edad perdió su peluquín que empezó a flotar en la habitación, pasando de cabeza en cabeza. La gente se sacudía con escalofríos hasta que finalmente alguien la tomó con firmeza. El piso comenzó a calentarse alarmantemente hasta el punto en el que los pasajeros subieron sus pies al asiento con desconcierto. Las luces rojas en las ventanas se reunieron en el suelo y trazaron líneas que fueron dejando humo a su paso, como si hubieran apagado el fuego. El piso pareció estabilizarse de nuevo, al tiempo que la inclinada nave volvía a su posición horizontal y el conteo terminaba con un fuerte pitido que provocó el sobresalto de novatos y viejos. Y para dar fin con aquella pequeña escena de terror, las ventanas se abrieron a penas con un suave roce, dejando que la luz de las estrellas se filtrara por sus cristales.

Respiraciones agitadas volvieron a la normalidad.

Sentela se inclinó maravillada hacia su ventana, mientras en el ambiente flotaba una extraña serenidad, que rompió con el silencio.

Astro se volvió hacia su hija y la contempló, estudiando su reacción. Pero su corazón parecía seguir en su lugar y su sonrisa también.

-Tiempo aproximado para nuestra llegada, 27 horas y 40 minutos.- dijo nuevamente la voz femenina.

-Espero que pronto abran el vagón de aperitivos- dijo un hombre sentado dos asientos más atrás.

Sentela estaba atenta a las conversaciones mientras observaba las estrellas ¡Qué gran deleite! Nunca se hubiera imaginado que vería algo tan hermoso… Aunque 27 horas le parecieran un largo viaje ¡Ya encontraría cómo entretenerse!






-Sentela… tu mundo cae- musitó una voz.

Ella abrió los ojos con desconcierto.

Miró a su alrededor con cautela y descubrió edificios gigantescos, tan grandes que parecían tocar un cielo azul que jamás en su vida había visto. Entonces dirigió su mirada a los pies y descubrió césped como el que había en el jardín botánico de su mamá y con el que alimentaban a las vacas y los caballos.

Sonrió inconscientemente descubriéndose descalza. Comenzó a correr respirando el aire, pero mientras más se acercaba a la ciudad, iba sintiendo mayor opresión en su pecho y al llegar a los límites se detuvo.

La alegría que antes la había embargado desapareció y su sonrisa con ella.

El silencio era sepulcral y las calles entre los edificios estaban desiertas.

Entonces aparecieron seis siluetas negras que conforme se iban acercando, iban develando su identidad de soldados.

Eran gailte.

Sentela retrocedió unos pasos cuando descubrió a un joven de cabellos negros y rizados con la cabeza inclinada hacia el suelo, dejándose arrastrar por los soldados.

Ella temió que notaran su presencia, pero cuando le dieron la espalda, supo que no peligraba y se atrevió a observar más de cerca. Cinco soldados tomaron al muchacho por los brazos y por la cabeza, dirigiéndola hacia el cielo. El muchacho mantenía los ojos cerrados mientras le abrían la boca por la fuerza y el sexto de los soldados se acercaba con lentitud hacia él.

-Tu mundo se destruye…

Y justo cuando la última sílaba fue pronunciada, el soldado extrajo del muchacho una luz tan deslumbrante que provocó que Sentela cerrara los ojos con fuerza.

Los entreabrió con cuidado para encontrarse con una esfera, como las estrellas que veía todo el tiempo desde su cuarto. El soldado, sin vacilar, se la llevó a la boca.

La luz se esfumó tan rápido como había aparecido y el muchacho quedó inerte. Los soldados lo soltaron con brusquedad y abandonaron las calles con un sigilo que a Sentela le pasó desapercibido, pues estaba totalmente concentrada en la víctima que yacía en el suelo.

¡¿Qué era lo que había sucedido?! ¡¿Qué habían hecho con él?! Era tal su desconcierto que ni siquiera era capaz de dar un paso hacia delante.

Entonces miró horrorizada cómo el chico se incorporaba temblando. Primero sobre sus rodillas y finalmente por completo.

Sentela soltó un grito de terror al descubrir su rostro, y sobresaltada, se dio cuenta de que en realidad todo había sido un sueño, cuando abrió los ojos y se encontró de nuevo en la cabina de la nave, sentada junto a su padre.

Tragó saliva, intentando calmar su respiración.

Astro la miró con cierta preocupación, pero no dijo nada, sino que se volvió hacia el contador en el centro y suspiró con cierto hastío.

Todavía faltaban cuatro horas.

Sentela se acomodó en su asiento y miró hacia la ventanilla sin poder sacarse las imágenes de su cabeza. El silencio que reinaba en aquel momento en la cabina no se comparaba en lo absoluto con el que había en su sueño… quizás porque allí sí había vida y en sus pastos y cielos imaginarios no. Recordó el rostro del muchacho, agrietado, con dos cuencas en lugar de ojos.

Entonces sacudió su cabeza y abrió el libro, que había dejado debajo del asiento. Quién sabe si hubieran sido las casualidades de la vida o en realidad había estado predestinado que abriera el libro justo por la página donde el autor citaba: “los ojos son las puertas al alma”. Al leer aquellas palabras se encontró metida en sus pensamientos de nuevo. Quizás las cuencas vacías significaban eso; sin ojos, no hay puertas. Como si el alma del muchacho se hubiera esfumado violentamente y hubiera destruido sus puertas. Y reconoció, con pesar, que sus pensamientos no eran incorrectos. La realidad era que los gailte destruían el alma, la absorbían. Aquella era la razón por la que ella se encontraba en la resistencia…

Sacudió la cabeza por segunda vez y volvió a su lectura.

-¿Tendrá un poco de agua que me pueda dar?- preguntó un hombre dos horas después.

Astro fue el primero en volverse. Observó al viejo de labios resecos y piel morena, de rostro y manos arrugadas, y dueño de unas fachas que parecía que no cambiaba ni para dormir.

Sentela se limitaba a mirar la escena de reojo, mientras su padre se debatía entre entregarle su último trago o no. Pero el razonamiento de ambos era muy parecido y ella sabía que su padre no podría resistirse aunque del último trago dependiera su vida.

Y en efecto. Astro rebuscó en su bolsa de viaje, hasta dar con la botella de vidrio, que se manchó de tierra cuando quedó en manos del hombre.

-Gracias- dijo repentinamente con la garganta seca.

Sentela no lo perdió de vista en ningún instante. Escrutándolo de pies a cabeza con la mirada, por fin levantando la vista de su libro, descubrió que aquel hombre no había estado antes allí. Después de todas las horas que llevaban de viaje, en ningún momento lo había visto… hasta ahora. Y a juzgar por su aspecto, no parecía que pudiera haberse comprado un boleto para viajar.

-Sé lo que piensas, niña…- dijo Sternus en voz baja- y lo descubrirán.

Sentela se volvió lentamente hacia él, que sonreía con sorna como habitualmente lo hacía, y guardó silencio.

Los que iban a la Tierra a buscar suerte nunca regresaban. Y los que iban sin ser bienvenidos tampoco… ¿Querría aquel hombre calmar su sed yendo a la Tierra?

-… pero si estuviera en esas condiciones, no me importaría. Preferiría volverme un gailte.- continuó antes de reclinarse en su asiento y soltar una pequeña risita.

Sentela se reclinó en su asiento de igual manera, mirando hacia el techo blanco y suspiró. El hombre cometería un grave error…

Y como si hubiera escuchado sus pensamientos, éste se volvió, mirándola ya con la botella vacía y finalmente se la regresó a Astro, pero ella no se atrevió a corresponderle la mirada, sino que se volvió hacia el marcador y descubrió que la cuenta regresiva ya se acercaba más a su fin. Y como presagio de aquello, al asomarse hacia la ventana pudo divisar la Tierra desde una cercanía que antes no había vivido. Antes, desde la ventana de su casa, veía un planeta lejano, pequeño, y ahora se encontraba frente a un gigantesco planeta en su mayor parte café y con algunos manchones azules, como pinceladas. Recordó una imagen que había visto en un libro de geografía en la escuela. Antes la Tierra era también llamado el planeta azul porque se comprendía en su mayor parte de agua. Aquel elemento líquido era dominante sobre la Tierra, pero a la llegada de los gailte todo aquello cambió por completo y ahora lo podía comprobar con sus propios ojos. 

domingo, 10 de marzo de 2013

¿?


Bueno, blogger@s, que haya terminado una historia no significa que vaya a dejar de escribir, sólo necesitaba un tiempo para comenzar con la siguiente y bueno ¡Está dando frutos! 

Las que ya llevan tiempo leyendo el blog deben saber que cuando acabo una historia, siempre pongo el último capítulo y el epílogo. Ahora no he puesto el epílogo de ⌘Cαżαdοrα εrrαητε⌘, pero lo publicaré lo más pronto posible. Mientras tanto díganme qué tal les parece esta nueva historia y ¡Ayúdenme a buscar un título! ;) 


VUELTA 126 después del solsticio de verano en la Tierra

Allí donde la luz es escasa parecía irónico que aquel recinto gigante pudiera ser tan claro y blanco, estructurado con paneles tan altos como grandes edificios de diez pisos, blancos como la cal. Parecía hermosamente infinito si uno miraba hacia arriba, por su techo cónico  hecho especialmente de vidrio para que las estrellas pudieran proyectar su luz también.
La tierra tembló violentamente, pero los individuos que transitaban el lugar cargando maletas, bolsos y cajas, ya estaban acostumbrados a aquello. Incluso al monstruo blanco de un tamaño descomunal que salió por las puertas inferiores situadas en el suelo, allí donde un gran letrero rezaba  “TÚNEL 3”.

-“A todos los pasajeros de ESTELA 341, con destino a la Tierra, favor de abordar inmediatamente”- anunció una voz masculina por el altavoz.

Un hombre y una joven cargados de una maleta cada uno, escuchaban atentamente.

-¿Segura que quieres hacerlo, hija?- preguntó el hombre volviéndose hacia ella.

Ella sonrió con tranquilidad, a pesar de que sus ojos reflejaban una cierta emoción.

El hombre correspondió  a su sonrisa, mirándola fijamente e intentando ocultar su preocupación. Ahora ya era mayor, bella, radiante, de ojos color avellana como los de su madre, como los de su abuela. Lo lograría.

Entonces miró hacia el cielo estrellado, el planeta donde nunca era de día mostraba claramente el lado oscuro del planeta Tierra, su destino.

Ambos soltaron un profundo suspiro.

Lo que el hombre no sabía era que su hija no pretendía únicamente conocer la Tierra.
En ese momento se escucharon llamados que atendían a su nombre. Ya era hora; fue el golpe que los devolvió a la realidad.

La joven se aferró al brazo de su padre observando la estación. Comenzaron a caminar en contra del gentío, abriéndose paso entre cuerpos y maletas. En la nave, a un costado de su cuerpo ovalado, podía leerse “ESTELA 341”.

El suelo comenzó a temblar de nuevo cuando se abrió la compuerta continua, el TÚNEL 4, y salió una nave tres veces más grande que la propia “ESTELA 341” provocando ataques de tos a los que pasaban cerca. Ésta era, contrario a todo en la estación, de un gris opaco que se acercaba más al negro.

La joven se detuvo por un momento con cierto estupor, observando a los seis cuerpos uniformados que descendieron con una sincronización escalofriante y demasiado poco humana.

-gailte…- dijo para sí, sintiendo su propio temblor en los labios.

A los gailte nadie los veía. Nadie en la luna se les acercaba jamás. Y ésta no era la excepción. La gente miraba hacia otros lados, como si no existieran. Se abrían paso como por casualidad.

-Hija… - dijo alguien detrás de ella- Sentela, vamos- la apremió su padre con una cierta desesperación.

Pero en ese momento bajaron máquinas del mismo color que la nave y siguieron a los centinelas con la misma sincronización escalofriante. Sentela no los perdió de vista hasta que llegaron al lado opuesto del recinto y entraron por unos portales casi tan altos como el techo, escondidos entre columnas.

Los portones se cerraron tras de ellos, dejándole la sensación de que sólo habían sido una aparición, como si nunca hubieran estado.

-“ESTELA 341 zarpará en pocos minutos”- se escuchó por el altavoz.

-¡Sentela!- repitió su padre sacudiéndola violentamente por el hombro.

Ella se volvió con lentitud y ambos abordaron finalmente al tiempo que la tierra comenzaba a temblar de nuevo.

Era la primera vez que veía a un gailte. Había escuchado tanto de ellos, pero nunca había visto a uno en verdad. Pero no dejó que aquello le afectara, en la Tierra vería a muchísimos más…


Las compuertas se cerraron en silencio mientras Sentela miraba maravillada el interior de “ESTELA 341”, olvidando el pequeño incidente. Se encontraban en aquel momento en la recepción de pasajeros. Una sala circular de pisos y paredes blancas. Había siete puertas, todas blancas, sin ninguna marca, perfectamente iguales. Justo al centro descansaba una mesa tan blanca como todo lo demás.


Los pasos de su padre resonaron cuando éste se acercó y tocó la mesa, presionando la palma de su mano libre.


-Astro Leos, ochenta años, agricultor en jefe, encargado del sector 360- dijo una voz femenina excesivamente amable, cuyo origen ninguno de los dos pudo adivinar. 

-Correcto- repuso Astro con la seguridad de quien ya lo ha hecho antes.


Una luz naranja iluminó momentáneamente el contorno de su mano antes de trazar una línea que señaló la puerta frente a ellos. Ésta, al recibir la luz mostró unos grabados que asemejaban la perilla de una puerta.


-Tu mano, hija- dijo Astro sonriendo con su dentadura perfecta.


El hombre solía decir que aquellos eran sus años de mayor productividad. Y en efecto, no había arrugas, jorobas, ni cansancio en su andar.


Sentela colocó finalmente su mano junto a la de su padre. 

La voz femenina volvió a resonar:


-Sentela Leos, 39 años, practicante nivel 3 del sector 360.


Ella miró a su padre con cierta inseguridad.


Él se limitó a asentir con la cabeza, infundiéndole valor.


-Correcto- musitó.


Fue suficiente, pues un destello azul iluminó el contorno de su mano antes de trazar una línea por el suelo en la misma dirección que la de su padre. Los colores se combinaron y la puerta se abrió para un lado, dándoles paso al “vagón” para humanos.


La gente los saludaba con diplomacia a pesar de ser completos extraños. Sentela les sonreía a todos, recordando fugazmente cuando su abuela le dijo que en la era en la que los humanos dominaban la Tierra, la gente no se saludaba si no se conocía.


Astro pronto encontró a su amigo, el hacendado y encargado del sector 259 que amablemente les cedió dos plazas vacantes frente a él.


Se enfrascaron en una conversación sobre sus actuales estados económicos y políticos, que no dejaban de ser un problema que últimamente salía a la luz con demasiada frecuencia y ya era una preocupación colectiva.


Astro estaba seguro de que aquella situación no despertaba el interés de su hija, pero Sentela en realidad fingía leer mientras escuchaba atentamente.


-Nos quieren tirar… quieren que nos volvamos como ellos- se lamentó su padre.


-Es lo que les conviene, Astro- replicó Sternus- si fuéramos como ellos no tendrían que tomarse tantas molestias.


-¿Molestias?- repuso airado- firmaron un pacto hace milenios.


-Precisamente por eso no hemos caído, Astro. Gracias al pacto se mantiene la existencia humana, por lo cual nos necesitan- dijo Sternus palmeando su hombro- Allá los árboles y las flores ya no crecen.


A Sentela le recorrió un escalofrío por la espalda al imaginarse un entorno sin árboles ni animales. Era inimaginable, impensable…


En ese momento la nave pareció dar un vuelco.


Las paredes a los costados prendieron luces rojas y todas las conversaciones se vieron interrumpidas.


-Descenso por túnel 3, favor de mantener las ventanillas cerradas durante el recorrido- dijo la voz femenina que ya los había recibido antes- tiempo estimado para llegar a la estratosfera, tres horas.


Sentela cayó entonces en la cuenta de que los puntos rojos marcaban las ventanas selladas.


Y cuando la mujer dejó de hablar, en el techo gris metálico apareció un gran “3:00:00” en cuenta regresiva.


Soltó un hondo suspiro, regresando a su libro mientras los hombres retomaban su conversación.


-Ahora debo ver a Reymundo Klemm- informó Astro bajando la voz, como temiendo que alguien escuchara aquel nombre- debo intentar reducir el transporte de productos, porque ha provocado huelgas de hambre entre mis trabajadores.


Sternus soltó una sonora carcajada que llamó la atención de varios mirones. Sentela dio inclusive un respingo. Pero al hombre todo aquello le pasó desapercibido.


-Te entiendo, hermano, es parte del negocio.


Y por primera vez Sternus pareció reparar en Sentela, escrutándola de pies a cabeza. En realidad a ella nunca le había caído bien aquel hombre. Tal vez por su mirada penetrante que no auguraba nada bueno, o el tamaño de aquella barriga.


Levantó lentamente la mirada de su libro sintiéndose observada.


La panza de Sternus se hinchó mientras una abierta sonrisa de dientes como de caballo se extendía por su rostro, como habiendo leído los pensamientos de la joven.


-Y ahora también te acompaña tu hija ¿No?


Astro sonrió con cariño a su hija, que a su vez forzó una media sonrisa.


-Ella quiere conocer la Tierra.


Sternus negó con la cabeza en desacuerdo.


-Yo temería si fuera tú, Astro- Sentela lo miró fijamente- los placeres de la Tierra pueden atraparla y no dejarla ir.


Pero a Astro no pareció molestarle aquel comentario para gran alivio de Sentela, cuyas manos temblaban sosteniendo el libro. No fuera que su padre cambiara de opinión y quisiera regresar a su pequeña única hija a casa.


-Mi hija no podría vivir sin la naturaleza como en la que ha crecido- dijo Astro con total seguridad- cuando uno conoce la vitalidad del agua y las plantas aquí, es difícil querer estar en la Tierra. 

-¿Por qué, padre?- preguntó Sentela con repentina curiosidad.


-Te diré, pues… allá los árboles y las flores no pueden crecer. Los animales ya no pueden vivir en una Tierra así.


Ella ya había escuchado todo aquello antes, pero volverlo a escuchar aún le causaba escalofríos.


-Pero ahí lo veo en tus ojos, niña. Tu interés es la política ¿O me equivoco?- insinuó Sternus sin perder la sonrisa- He oído rumores de una nueva resistencia de jóvenes.

Sentela sonrió forzadamente por segunda vez.


Su padre observó la reacción de su hija, aunque en realidad ella se mantenía inexpresiva como siempre. A veces se sorprendía de la frialdad con la que su hija trataba aquellos temas.


-No sabía que había resistencia.- mintió- Pero estoy segura de que no tendrá éxito, como en los últimos mil 800 años. Seguiremos en la misma opresión.


Y con estas palabras, Sentela volvió a esconderse entre las páginas de su libro.


Astro la fulminó con la mirada antes de continuar hablando con Sternus.


Ahora recordaba por qué no le tenía aprecio. Siempre la exponía frente a su padre. Por su culpa ya podría estar abordando una nave que la llevara de regreso a la estación.