domingo, 12 de mayo de 2013

Tercer capítulo


Ayy, ayy, ayy !! :') :') :') Me puse a leer comentarios de entradas pasadas y de hace muchos años y quedé totalmente conmovida !!! :') :') :') Me encantan sus comentarios !!! Además de que me recordaron por qué me encanta tanto seguir escribiendo en blogger. En serio que muuchas gracias !! No sé cómo agradecérselos.

Saludos a todas y espero que esta historia les esté gustando. 


Sentela se acomodó en su asiento por última vez antes de que la voz femenina se dejara escuchar nuevamente por toda la estancia. El alivio general de los viajeros se proyectaba ya hasta en sus rostros. Al fin llegaban a su destino.

Las ventanas se cerraron automáticamente mientras la gente seguía instrucciones y buscaba su respectivo asiento. La sensación de opresión en el pecho invadió sin previo aviso a los presentes. Sentela sintió cómo la gravedad la empujaba violentamente contra su respaldo al tiempo que el suelo se iluminaba de un rojo brillante, como si hirviera por dentro.

Contó los latidos de su corazón mentalmente y cerró los ojos con fuerza.

Astro soltó un leve gruñido por la resistencia de su propio cuerpo, que se oponía ante tal opresión que estaba a punto de dejarlo sin respiración.

Entonces las lucecitas rojas y parpadeantes marcaron el contorno de las ventanillas selladas.

A los trescientos latidos la presión en el pecho desapareció tan rápido como había llegado.

Sentela abrió los ojos de golpe, sintiendo cómo todo su repentinamente pesado cuerpo se proyectaba hacia delante. A duras penas logró permanecer en su asiento.

Su respiración estaba agitada, pero ella podía percibirlo, sus nervios no eran por el cambio de gravedad, eran mariposas en su estómago que le recordaban que al fin vería la Tierra.

Se volvió lentamente hacia su padre y le dedicó una media sonrisa, que éste a duras penas pudo corresponderle, pues intentaba regularizar su descabellada respiración.

La emoción empezó a embargarla lentamente y la necesidad por bajar de aquella nave se volvió desesperada.

En ese momento los contornos de las ventanillas desaparecieron y el suelo volvió a su color blanco impecable, como si nada hubiera sucedido. La única diferencia era que nadie se levantaba de su asiento.

-Tiempo estimado de llegada, treinta minutos- anunció la voz femenina.

Sentela bufó impaciente y buscó una forma de distraerse, pero con las ventanas cerradas, no le quedó más que cruzarse de brazos y resignarse a la espera.

Se preguntó qué tanto le esperaría. Con qué cosas nuevas se encontraría, qué retos tendría que superar y sonrió inconscientemente ante la idea, sintiendo ya la adrenalina en sus venas. Sentía con fervor el gran presentimiento de que aquel viaje sería largo e inolvidable…

No estaba muy lejos de la realidad.









VUELTA 127 después del solsticio de verano en la Tierra


Cuando bajaron de la nave, Sentela se encontró con una estación muchísimo más grande e imponente que la de la luna. Sus columnas eran de marfil, con acabados de oro y sus techos eran más altos, decorados finamente con pinturas de personajes desconocidos para ella. Había ventanales majestuosos que daban hacia una vista de edificios blancos y altos, poblados con contados árboles… pero árboles violeta. Muros y techos estaban llenos de raíces del mismo color, a excepción de un gran puente, que en realidad era una vía de tren, pues a los pocos instantes, pasó como bala un destello blanco. A comparación de los de la luna, aquellos parecían muchísimo más rápidos y lujosos.

Entonces un hombre chocó contra su hombro. Sentela se volvió desconcertada, esperando que se disculpara, pero éste siguió con su camino sin mirar atrás.

La prisa allí era palpable en el aire. Nadie se miraba, nadie se saludaba… y sobre todo, no había animales ni cajas de vegetales. La gente sólo vestía largos sacos o ropas blancas y limpias, con maletines en mano. Algunas mujeres caminaban precariamente con tacones incluso.

Sentela no pudo evitar mirar su atuendo y sentirse fuera de lugar. Era una blusa desgastada por los años de un azul marino ya descolorida después de tantas lavadas y unos jeans negros, que ahora se asemejaban más al gris, sin mencionar las botas… Pero se alegró de no parecerse a ellos cuando su corazón dio un vuelco al comenzar a distinguir seres con rostros humanos, pero piel morada y marcadas venas verdes.

Una mujer pasó al lado de Astro, que sencillamente se movió con desgana, como estando acostumbrado ya a ese trato. Sentela no la soltó de vista, captando cada detalle que le fuera posible. Sus cabellos parecían gruesas raíces de árboles como los que había en su casa. Raíces extrañamente amoratadas y como el rostro de la mujer, de marcadas venas verdes que destellaban a cada segundo.

Esos eran gailte.

Y como si los hubiera invocado, de repente un escuadrón de seis policías, vestidos totalmente y con el rostro cubierto por un casco descomunal e intimidante, se abrieron paso bruscamente entre la gente hasta aproximarse hasta los recién llegados.

El líder se colocó tan cerca de Astro y Sentela, que hasta podían escuchar un extraño resoplido bajo el casco.

El resto del escuadrón revisó a los pasajeros, abriendo sus bolsas y quitándole sus sacos y pertenencias.

-¿Qué significa esto?- preguntó Astro molesto.

Cuando el gailte se acercó a ellos, bajó el rostro y pareció cruzar miradas, pero en realidad Sentela no sabía si lo que sus ojos veían a través del cristal negro eran ojos también. Y aún así continuó desafiándolo, a pesar de su gran estatura y el hecho de que en realidad él le llevaba dos cabezas.

-Buscamos a un infiltrado- dijo con una voz gutural que causó escalofríos a la mayoría de los presentes.

Sentela no pudo evitar tragar saliva. Controlándose sobremanera para no dirigir su mirada hacia el buscado. “Lo descubrirán… pero si estuviera en esas condiciones, no me importaría. Preferiría volverme un gailte.” Recordó fugazmente.

-¿Lo han visto? Su ayuda será recompensada.

El gailte guardó un silencio incluso más aterrador que su propia voz, pero ella no se inmutó.

Los segundos parecieron eternos, hasta que finalmente el gailte dio la vuelta bruscamente y a empujones se acercó al hombre en harapos, tomándolo por las solapas del maltratado saco beige.

-Es él…- gruñó mientras sus acompañantes los rodeaban.

Todos los demás presentes retrocedieron aterrados.

-No…- murmuró el hombre soltando lágrimas que terminaban perdiéndose en su enmarañada barba.

Sentela tuvo una sensación de deja’vu. No podía dejar que se lo llevaran. Un escalofrío recorrió su espalda al tiempo que se adelantaba un paso, pero su padre, adivinando sus intenciones, la tomó por el hombro. Y cuando ésta se volvió hacia él con una expresión de profunda tristeza, Astro no pudo más que negar con la cabeza. El destino del hombre ya estaba en manos de los gailte y en ese punto… ya no había nada que hacer.

-Lo siento, hija. Vámonos. Ya nos esperan.

Sentela soltó un hondo suspiro y viendo al hombre por última vez, se dio la vuelta y caminó entre el gentío con su padre y sin mirar atrás, temerosa de que ocurriera lo que en su sueño… pero las imágenes seguían allí y los escalofríos también. Así que se dejó arrastrar, sin siquiera fijarse en otros detalles, como los tableros gigantes con los horarios en el centro del gran andén. O las estrellas artificiales, pero flotantes, repartidas por el alto techo. La modernidad allí era mucho mayor a la tecnología que había en la luna.

Y cuando comenzaron a acercarse a los portones, una chica menuda y rubia se colocó frente a ellos con una gran sonrisa recorriendo su rostro.

Aquello fue suficiente para traer a Sentela de vuelta a la realidad. Incluso Astro se paró de golpe al verla. Sus ojos azules eran inconfundibles.