domingo, 26 de febrero de 2012

Esclavos de las sombras (Parte 3/3)

Ésta ya es la última parte de "Esclavos de las sombras". Quería publicarla antes de irme a mi práctica social, pero ya vieron que tuve problemas con el Internet y no pude publicar desde antes. Por lo mismo, no he podido pasarme por los blogs de casi nadie -_- Entonces, por favor, discúlpenme, que ahora (Gloria cantan en los cielos, los arcángeles de Dios :P hahahaha) ¡¡¡YA TENGO EL INTERNET DE VUELTA!!! Intentaré ponerme al tanto ;) Espero que les guste el final, porque yo no terminé muy convencida, pero relato es relato y me puse límite. No más de 20 páginas hahahaha y llegamos a las 21 si bien recuerdo, entonces, ya no podía pasarme.


Escuché sus cubiertos chocar contra el plato y el sonido de la comida al masticarla. La dejé disfrutar tranquilamente, intentando no mirarla, porque estaba seguro que me causaría náuseas.

Pasaron los minutos. Tomé otro trago de la copa, pensando en lo absurdo que era codiciar a una humana para tu novia y terminar tan confundido como lo estaba yo ahora. Contaba las cartas que me quedaban para jugar. Ya tenía una meta. Para el final de la noche debía tenerla lista para llevármela. Ella debía decir el sí definitivo, porque, por como veía las cosas, esto iba a tardar más de lo que me hubiera imaginado.

-¿No tienes hambre?- me preguntó, sacándome de mi ensimismamiento.- ¿Es cierto que Amidala y tú están a dieta?

Sonreí. Esta vez no le mentiría.

-No, pero no nos gusta la comida de aquí- ¡Que nadie negara que estaba diciendo la verdad!

Me volví hacia ella. Comió un bocado. Mis tripas se revolvieron. O bueno, si a lo que tenía allí dentro se les podía llamar tripas. Hice un esfuerzo por no soltar una exclamación de asco. Dejé mi copa sobre la mesa y me masajeé el puente de la nariz con el dedo índice y el pulgar. La vi meterse un segundo bocado, pero intenté concentrarme en sus movimientos suaves y sus mejillas sonrosadas. Así era pasable y podría verla a los ojos.

-¿Entonces qué les gusta comer?- preguntó después de tragar.

Me encogí de hombros.

-En casa sirven muy buena comida- contesté restándole importancia al tema.

Sofía me miró con curiosidad.

-¿Vivían juntos?- quiso saber.

Asentí con la cabeza.

-¿En qué clase de casa vivían?

Sonreí para mis adentros.

-Es enorme. Los padres de Amidala son reyes de un pueblo llamado Merkator. Tiene sus privilegios.- contesté con especial cuidado en no meter la pata.

Su rostro mostró sorpresa al tiempo que comía un bocado más. Hacía quinientos años que no comía nada, quizás por eso le tenía cierta aversión.

-¿Puedo probar?- pregunté sin pensarlo.

Sofía pareció más sorprendida que antes. Pero finalmente sonrió y me acercó el tenedor a la boca. Vacilé antes de continuar.

Me quedé con el bocado sin saber qué hacer ¡¿Por qué lo había hecho?! Por un momento me dio pavor tragarlo, pero terminé cediendo y después de masticar con tosquedad, tragué con dificultad.

Sofía estalló en carcajadas.

Fruncí el ceño.

-¿Qué?- protesté.

-¡Parece como si no hubieras masticado desde hace años!- exclamó entre risas.

Me limité a mirarla con seriedad, esperando a que se tranquilizara. Y cuando lo hizo, se limpió las lágrimas de los ojos, mientras me encaraba.

-¿Pasable, caballero?- bromeó.

Sonreí de oreja a oreja.

-No estuvo mal- admití.

Ella tomó el tenedor y me lo ofreció.

Suspiré ¿Pasaría por el mismo martirio?... Al menos así era una coartada más creíble. Abrí la boca y Sofía me metió el bocado. Esta vez reí quedamente. Obviamente tenía que practicar ese punto.

Entonces la pista de baile en el centro del restaurante se iluminó, y un hombre con un micrófono se dirigió al público en general.

-¡Están todos invitados a la pista!- exclamó al tiempo que un par de parejas se levantaban de las mesas.

Había olvidado el pequeño detalle de que todavía estábamos rodeados de humanos… Volví la mirada hacia la ventana de nuevo. Era por eso que Amidala y yo no nos quedábamos tanto tiempo en el restaurante. Me crucé de brazos.

-Señor ¿Me da permiso de bailar con su dama?- preguntó alguien detrás de mí.

Me volví lentamente. Un muchacho le ofrecía la mano a Sofía a pesar de que se dirigía hacia mí. Ambos me miraron con la interrogación dibujada en el rostro.

No estaba completamente de acuerdo con la idea, en realidad, aquella pregunta me irritó.

-No- contesté con brusquedad.

Sofía rodó los ojos antes de tomar la mano del muchacho. El chico me lanzó una mirada dudosa antes de llevar a mi pareja a la pista. Los miré alejarse y me sentí más molesto que antes. Odiaba que los humanos fueran tan envidiosos. Los miré tomarse de ambas manos y bailar mientras se sonreían el uno al otro. Y de repente me pareció tan injusto ¡¿Tan rápido le entregaba la confianza al chico?! ¿Qué tenía él que no tuviera yo?

Maldije en voz baja.

Estúpidos sentimientos humanos. Pensaba que ya habían desaparecido todos de mí ¿Eran celos los que estaban aflorando en mí? ¡Pero es que ella le estaba sonriendo con tanta naturalidad! Era lo que yo llevaba buscando desde hace dos horas. Y él lo conseguía en menos de un minuto. Era una amenaza para mi tarea. Pero me quedé sentado sin perderlos de vista, debatiéndome entre ir a pararlos o esperar a que Sofía volviera. Si la primera canción fue insoportable, la segunda fue peor. De ésas que había que bailar pegaditos… Pero qué cerdo, tenía las manos sobre la cadera de Sofía, cerca de sus pompas. Mis manos empezaron a temblar, al tiempo que me prometía que si Sofía se seguía dejando tocar de aquella manera, intervendría.

Entonces ella le susurró algo al oído y lentamente se separaron. Pero el alivio no llegó tan rápido como hubiera esperado, porque le dio un beso en la mejilla, peligrosamente cerca de los labios.

Sofía vino en mi dirección.

La miré de pies a cabeza con rabia.

...

Su mirada me asustó sobremanera. Parecía molesto… ¿Había sido un error haber desobedecido su no?

Intenté sonreírle, pero no recibí ninguna sonrisa por su parte. Al quedar frente a él, extendí mi mano.

-¿No bailas?- murmuré.

-No- contestó con frialdad.

Fruncí el ceño.

-Me parece que vivir con una hija de la realeza te ha afectado la cabeza, Alan.- repuse molesta- No te hagas del rogar.

Alan bufó y se tomó el último trago de su copa.

-No me hago del rogar. Vámonos- dijo incorporándose.

Verlo erguido me desconcertó. Había olvidado lo alto que era. Y con esa mirada, su aspecto era intimidante.

-Baila conmigo- insistí débilmente.

Se acercó peligrosamente a mí, fulminándome con la mirada.

-Ya dije que nos vamos.

Negué con la cabeza.

-No hasta que bailemos.- repetí.

-Pero si eres terca…- murmuró al punto de la cólera.

Por un momento tuve miedo de que sus pupilas se volvieran a dilatar.

-Sólo una canción- supliqué, aunque no fui capaz de tomarlo de la mano y jalarlo a la pista como hubiera deseado- eres un bebé.

-Pues vuelve con tu parejita para que te siga toqueteando- repuso sarcástico.

Sus palabras me tomaron por sorpresa.

-Pero si tú eres mi pareja…- murmuré entendiendo por dónde iba la cosa.

Su mirada se suavizó al tiempo que se alejaba unos pasos de mí.

-Vámonos, Sofía.

-Estás celoso…- lo acusé, ignorando sus palabras.

Él frunció el ceño y soltó una carcajada.

-¿Yo?- soltó sin parar de reír- ¿Celoso por una humana como tú?- continuó enfatizando el “tú”.

Aquellas palabras me dolieron más de lo que debían.

Guardé silencio, sin saber cómo tomar aquella respuesta ¿Alguien como yo? ¡¿Y me querían ignorando el desprecio en la palabra “humana”?! Me di cuenta del error que estaba cometiendo en aquel momento ¡Nunca debí haberle dado una segunda oportunidad! ¡En realidad nunca debí haber aceptado salir con él!

Mis ojos se anegaron de lágrimas, mientras tragaba saliva con dificultad.

-Estaba funcionando- solté molesta- ¡Maldita sea! ¡Parecía que todo saldría bien!- lo fulminé con la mirada mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas- casi podía decir que era una cita…- tragué saliva- perfecta… ¡Pero tú sigues actuando como el rey de no sé qué! ¡¿Y eres el único que se puede molestar?! ¡¿A qué juegas Alan?!

Abrió la boca para contestar.

Sacudí ambos brazos y continué.

-Sabía que era tu segunda opción, como habías terminado con Amidala. Sólo que… algo en mí decía que podía ser real lo que estaba pasando aquí… pero llego y me tratas como si fuera una cualquiera. Porque no pienses que no me he dado cuenta, no soy la primera que has traído aquí ¿Y sabes qué? no seré tan estúpida como todas las demás. No cuentes con una tercera oportunidad, Alan.- concluí tomando mi bolsa y saliendo del lugar.

Varias miradas se posaron sobre mí cuando crucé la pista de baile, pero a duras penas podía ver por dónde caminaba, pues mis ojos eran un mar de lágrimas. No era la primera vez que me lo hacían ¡Ya estaba harta de ser siempre la segunda opción! Y aunque una parte de mí deseaba que Alan corriera detrás de mí y negara mis palabras, pude ver con decepción cómo se quedaba parado junto a la mesa, inmóvil, mirando hacia la ventana.

Bufé. Era un deseo tonto.

El frío de la noche me cayó como un balde de agua fría cuando salí del restaurante. Limpié mis lágrimas mientras caminaba hacia delante buscando mi celular en el bolsillo.

-Siempre lo mismo…- susurré para mí misma.

Estaba tan concentrada en mis pensamientos, que mis pies tropezaron con la banqueta y me precipité hacia delante. Mis músculos se tensaron, a sabiendas de que la caída sería dura y fría. Pero antes siquiera de que mis manos pudieran reaccionar, unos cálidos brazos me tomaron por la cintura, salvándome del golpe.

Esperé tres latidos antes de volver a tomar aire y tragar saliva, al tiempo que me volvía lentamente hacia mi salvador.

Alan me miró inexpresivo. Aquello me desconcertó. Ni enojo, pero tampoco burla. Se limitó a observarme con atención, mientras me ayudaba a recuperar el equilibrio.

Guardamos silencio.

Otra vez estaba haciendo lo mismo, me tenía atrapada con la mirada. Sus ojos negros me calaron hasta el alma. Estaban fijos sobre los míos, como si esperaran una reacción.

Mis músculos permanecieron tensos, pero las lágrimas volvieron a mi rostro.

-Alan, por favor, tengo que irme- dije con un hilo de voz.

Él negó con la cabeza, respirando su aliento sobre mi rostro, dejándome entonces abrumada.

-Te mostraré quién soy…- sentenció- Te lo mostraré, pero recuerda que si sucede algo, estabas prevenida.

Su voz provocó que un escalofrío cruzara mi cuerpo entero. Mis latidos estaban acelerados. No sólo por el hecho de la cercanía entre ambos, sino por la idea de que hacía unos segundos él había llegado en el momento exacto que estaba a punto de caer y me había detenido antes del golpe. Aquello ya levantaba mis sospechas y lo que percibía en su voz era que yo era libre de decidir si me quería quedar o si me quería ir. El problema era que mi curiosidad había ganado.

Mis labios no fueran capaces de articular ninguna palabra, pero mi cabeza hizo el trabajo, asintiendo lentamente.

Alan hizo una mueca de disgusto. Como si temiera por mí. Y finalmente, me soltó y colocó su chaqueta alrededor de mis hombros. Su roce me quemaba.

Soltó un hondo suspiro antes de bajar su brazo con extremada lentitud hacia mi mano, como si calculara cada movimiento, y entrelazar nuestros dedos. Mis nervios se dispararon y mis mejillas se pusieron rojas al contacto de su piel.

Él apretó suavemente mi mano antes de cruzar la calle conmigo y acercarse al rascacielos. Sacó una llave de su bolsillo y abrió la puerta del gigantesco edificio que se erguía frente a nosotros… me pregunté si viviría allí. Pero mi cerebro estaba demasiado lento para atar cabos. No podía dejar de percibir su mano sobre la mía y el aroma de su chaqueta. Subimos pisos y pisos sin detenernos. Mis piernas empezaron a dolerme conforme seguíamos subiendo, pero no me quejé en voz alta, porque temía que mi debilidad hiciera que él se retractara y tuviéramos que volver. Y ensimismada en mis pensamientos, recordé su pregunta en el restaurante: “¿Y qué harías si yo fuera un ser del infierno?” ¿Habría ido en serio la pregunta? ¿Era él en realidad un ser del infierno? Porque en realidad su carácter, su forma de mirar, su forma de moverse y su desprecio por “una humana como yo” eran pruebas contundentes de que él no fuera precisamente un humano. Pero al hacer aquel descubrimiento, sorprendentemente no sentí miedo junto a él. En realidad su tacto seguía quemándome como al principio. Y en lugar de sentirme insegura a su lado, me sentía bien. Me sentía cálida. Por un instante me sentí eufórica, curiosa, pero en lugar de pararlo para bombardearlo de preguntas, me dejé llevar. Seguimos subiendo escalones, hasta que llegamos frente a una puerta y Alan sacó nuevamente las llaves.

Respiré con dificultad, agradeciendo el pequeño descanso.

La puerta se abrió, dando paso a la brisa helada de aquella noche. Salimos a la luz de la luna, a la azotea del edificio. Fácilmente se podía ver el gigantesco parque de la ciudad de un lado y los techos estilizados de las casas al otro lado. Incluso pude reconocer el local del café. Quedé maravillada.

Pero cuando me volví para compartir el momento con Alan, me di cuenta de que había soltado mi mano y había desaparecido.

Me alarmé, buscándolo insistente con la mirada ¡¿Se habría ido?!

Entonces lo encontré recargado disimuladamente en la pared contraria a la puerta. El alivio me invadió lentamente.

Caminé hacia él, pero él extendió una mano, con ademán de que parara.

Lo obedecí sin rechistar.

Los segundos pasaron, largos, sin interrupción. Ambos, parados en la misma posición, esperando por algo. Mis sentidos empezaron a ponerse alerta, porque en realidad no sabía qué esperar, sólo esperaba a petición de él.

Y cuando empezaba a perder la noción del tiempo, finalmente Alan caminó hacia la orilla y saltó sin dificultad a la barda, que era la mitad de grande que yo para separarnos del precipicio.

Mi corazón se aceleró ¡¿Qué pretendía?! Se inclinó tanto hacia la calle a más de doscientos metros hacia abajo, que solté un gritito ahogado ¡¿Se quería suicidar?! Los segundos parecieron eternos mientras él se colocaba en cuclillas y miraba la luna, hermosa y gigantesca, erguida con orgullo en el cielo. Mis músculos se tensaron al percibir cómo se quitaba la camisa, dejando a la vista una espalda escultural que me robó el aire por completo. Lo único que no encajaba allí, era que estaba manchada, de un negro que se extendía como cardenales por toda su espalda, como si lo hubieran golpeado. Me cubrí la boca con ambas manos.

Entonces ocurrió el milagro.

Cayeron dos plumas finas al suelo, al tiempo que unas alas gigantescas se iban formando, creciendo un poco más a cada segundo en donde antes estaban los cardenales negros ¡Eran tan hermosas! Negras como el azabache y gigantescas. Tan grandes como yo. Nunca en mi vida había visto nada igual, incluso llegué a preguntarme si en realidad todo esto era un sueño ¿Tenía un ángel frente a mí?

...


Mi respiración era agitada, corrí entre la gente en el andén, mirando continuamente hacia atrás, esperando que no me estuviera siguiendo. Debía huir, nada había salido como debía.

Yo… pensaba que la amaba. Pero era un peligro ¡Tenía que esconderme! ¡Mudarme! ¡Ya ningún lugar era seguro!

Suspiré con alivio, cuando, buscándola entre la muchedumbre, no la encontré. Abriéndome paso entre la gente, me dirigí hacia el baño. Al llegar a las escaleras, el lugar estaba despejado, no había más gente. Las bajé, intentando tranquilizar mi respiración, reprochándome por lo estúpido que había sido. Ella había sido como un sueño, tan hermosa, tan perfecta… pero había caído en sus redes. Aquello era lo que más me dolía.

Continué bajando con desgana, hasta que llegué frente a dos puertas. El tumulto de la gente era lejano, como un murmullo.

Entré al baño y me dirigí hacia los lavabos. Pero de repente el silencio me pareció demasiado peligroso. Me miré al espejo y solté un grito. Ella sonrió con malicia ¡Había poseído mi reflejo! Me observó en silencio. Esos malditos, pero perfectos ojos me observaban. Retrocedí hacia la puerta, cuando recuperé mi reflejo, que me miraba asustado. Ella estaba junto a él.

Miré desorientado hacia ambos lados… Seguramente estaba alucinando. El baño seguía desierto.

Respiré con dificultad, limpiándome el sudor de la frente. Me precipité hacia la puerta, pero cuando intenté abrirla, ésta no cedió. Golpeé la puerta con ambos puños, descargando mi rabia y mi frustración.

-¡Amidala!- grité rabioso- ¡Déjame ir!

Finalmente la pude ver de frente. Me sonrió con dulzura, pero aquella dulzura se me antojaba amenazante. Rehuí al peligro y corrí de vuelta a los lavabos.

Ella frunció el ceño, acercándose con sigilo hacia mí.

-Eres mío, Alan. Tú mismo lo dijiste. Tu sombra me pertenece. Tu cuerpo ya no sirve de nada- dijo con voz melosa al tiempo que sacaba un cuchillo de su cinto.

Negué con la cabeza.

Ella sonrió al tiempo que se acercaba lo suficiente como para acariciar mi brazo.

-¿No me amas?- murmuró atrapándome con la mirada.

Tragué saliva. Las gotas de sudor recorrieron mi rostro. Inevitablemente mis ojos miraron el cuchillo.

-Amidala, te amaba al infinito.- contesté lentamente- Pensé que los dos estábamos de acuerdo en que cada uno podía vivir la vida a su manera. Pero me engañaste… no me amas.

Ella acercó sus labios a los míos. Y a pesar de todo, seguía disfrutándolo. Era como una ponzoña para calmar mi dolor y mi miedo.

-Sólo puedes vivir la vida a tu manera, cariño, cuando estás vivo.- me susurró suavemente- Te amo como a nadie y por eso quiero que seas completamente mío.- se disculpó antes de sentir cómo el cuchillo se encajaba sobre mi corazón.

No tuve tiempo de protestar. Lo último que pude percibir, fueron sus labios sobre los míos.

-¿Eres un ángel?- escuché su dulce voz detrás de mí.

Sonreí con ironía.

-No- me limité a contestar, mirando los autos en la calle- Y nunca podré serlo.

Escuché sus sigilosos pasos caminando hacia mí, pero la dejé, dejé que saciara su curiosidad.

Sentí sus manos acariciar mis plumas y por primera vez en cuatrocientos años, un agradable escalofrío cruzó mi cuerpo entero.

-Imposible- murmuró.

Mi sonrisa se ensanchó al tiempo que me volvía. Pero me percaté de que había sido un movimiento muy rápido, porque Sofía dio unos cuantos pasos hacia atrás, con el miedo dibujado en el rostro.

Rápidamente negué con la cabeza y extendí mi mano.

-Lo siento…- me disculpé- a veces olvido que debo moverme más lento.

Ella dudó antes de acercarse a mí y tomar mi mano con cautela. Su tacto calentó mi piel. Los humanos estaban llenos de energía… ¿O era por algo más?

-¿Qué…- tragó saliva antes de continuar- qué eres?

Ya lo veía venir.

-¿No tienes miedo?- contesté con otra pregunta.

Sus ojos se iluminaron. Ella negó rápidamente con la cabeza, al tiempo que se acercaba un poco más a mí y acariciaba mi brazo ¡Quién hubiera pensado que en aquel instante, aquello era lo que más anhelaba, sentir sus suaves y pulcras manitas sobre mí! Es que así las veían mis ojos. Demasiado vulnerables, fáciles de romper.

-En realidad…- murmuró más concentrada en sus movimientos.- Quiero asegurarme de que esto no sea un sueño.

Reí quedamente, pero manteniéndome inmóvil, para que pudiera seguir con su inspección.

-No te creo- comenté.

Ella me miró con el ceño fruncido.

Sonreí con picardía.

-No digamos que seas la octava maravilla del mundo…- repuso a la defensiva.

Solté una carcajada. Desafiándola con la mirada. Ella me encaró por un instante. Sus mejillas se sonrojaron. Sonreí con suficiencia.

-¿Hay más como tú?- preguntó repentinamente seria, parando repentinamente sus caricias.

Suspiré, al tiempo que saltaba hacia delante, cayendo frente a ella. Me erguí lentamente hasta que la diferencia de tamaños era notable. Para mis ojos ella seguía siendo chiquitita, de un carácter fuerte y curioso, pero muy vulnerable.

-Te sorprenderías…- contesté lentamente.

Era hora de poner el plan en marcha… ¿O debía dejarla ir?

...


Quedé abrumada por tanta perfección. Era un abdomen escultural y perfectamente formado. Aunque no eran músculos exuberantes, estaba maravillada, porque ¡Sí! ¡Aquello era demasiado perfecto para ser real!

Lo busqué con la mirada. Sus ojos me parecieron repentinamente tristes.

-Soy un ángel caído. O bueno, soy esclavo de uno.- contestó finalmente a mi pregunta.

Me tomó completamente desprevenida. Mis ojos se abrieron como platos. Él parecía tener un debate interior. Su mirada se perdió en algún punto, cargada de dolor.

Dudé antes de extender mi mano y acariciar su mejilla con dulzura. Era una piel tan suave y tersa.

Una pequeña sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios, pero sin que la felicidad le llegara a los ojos. Me encaró.

-Gracias, Sofía. Gracias por haber aceptado salir conmigo- dijo lentamente, dejándose interrumpido al último instante.

-¿Qué sucede, Alan?- pregunté confundida.

Él tomó suavemente mi mano y la acaricio.

-Me mandaron aquí con un propósito.- comenzó con cautela- Debía enamorarte y hacerte una pregunta.

Fruncí el ceño. Después de todo lo que había visto, ya nada podía sorprenderme tanto.

-¿Una pregunta?- lo incité.

Él asintió con la cabeza.

-¿Confías en mí?

Mis latidos se aceleraron. No supe qué contestar. Temerosa de que la respuesta pudiera afectar en algo.

Tragué saliva antes de asentir con la cabeza.

Él bufó molesto.

-Pues no deberías- contestó fríamente.- Es un error.

-No entiendo.- murmuré indignada.

Estábamos tan cerca el uno del otro, que su nariz casi rozaba la mía, al tiempo que su cálido aliento me tenía abrumada. Sus ojos me atraparon de nuevo.

-La verdadera preguntas es si irías conmigo a un lugar especial si yo te lo pidiera.

Me dispuse a contestar, pero el colocó inesperadamente un dedo sobre mis labios.

-Sería demasiado estúpido que contestaras que sí- me interrumpió siseando- Sería tu fin. Cualquiera que te pregunte eso tiene un derecho secreto sobre ti, porque te entregas a esa persona.

De repente mis ojos se anegaron de lágrimas ¿Pero qué rayos me sucedía? Quizás me estaba cayendo el veinte de que todo era un engaño. Y que él sólo estaba haciendo esto para llevarme a “un lugar especial”.

-¿Entonces todo es falso?- sollocé.

Él no contestó. Retiré mi mano de su mejilla, pero él rápidamente reaccionó y apretó mi mano con fuerza.

-Acabo de descubrir que el plan salió al revés, Sofía.- confesó sonriendo dulcemente- creo que yo me enamoré de ti.

Lo escruté con la mirada, buscando algún atisbo de burla en su rostro, o alguna señal de que todo aquello fuera mentira. Pero sus ojos relucían, confirmando sus palabras.

-Desde que me llevó Amidala a los confines de la tierra, perdí mi corazón.- dijo con voz rabiosa- Y olvidé que alguna vez fui humano. Y los odié a todos por ser lo que yo alguna vez fui. Pero, de repente, estando contigo, me vuelvo a sentir humano. Volví a comer después de tanto tiempo y sentí celos- rió quedamente, como si sus propias palabras le hubieran causado gracia- Creo que al principio fue falso, pero tu teoría la he comprobado en este momento. Creo que sí hay chica correcta.

Sonreí conmovida mientras la lágrimas recorrían mis ojos, pero, ahora, en lugar de lágrimas de decepción, eran de felicidad.

Me paré de puntitas y dejé que sus labios chocaran con los míos. Fue un choque dulce, pero apasionado. La sensación fue más fuerte y perfecta de lo que esperaba. Sus labios se movían al ritmo de los míos, perfectos, con un sabor perfecto que me derretía por dentro, haciendo que deseara que el momento nunca terminara. Me pegué un poco más a él, sintiendo cómo sus brazos rodeaban mi cintura y me abrazaban con fuerza. No pude evitar poner mis manos alrededor de su nuca y sentir su dulce sabor en mi boca. Hipnotizada por aquel movimiento escurridizo.

Pero finalmente nos separamos con la respiración acelerada.

Sonreí, mientras limpiaba mis lágrimas y señalaba su frente.

-El corazón está aquí arriba, Alan. Tú decides tus acciones y si quieres ver las cosas como buenas o malas.

Besé su mejilla con extremado cuidado. Disfrutando del instante. Sentí cómo sus músculos alrededor de mi cintura se tensaban.

-Puede que vinieras con malas intenciones pero resultaste más bueno que malo ¿No lo crees?- comenté sonriéndole con complicidad.

Él correspondió mi sonrisa al tiempo que miraba hacia otro lado.

-Sigo siendo malo… Sofía.- murmuró con sufrimiento.

Negué con la cabeza.

-Para mí eres como un ángel- contradije.

Él soltó una carcajada.

-Sí, porque para ti los buenos son los malos y los malos son los buenos- repuso burlón.

Frunció el ceño.

-Creo que no me has entendido del…

-¿Te llevo a casa?- me interrumpió.

Sus alas se agitaron levemente. Lo miré incrédula.

-Te refieres a que…- tragué saliva- ¿Me llevarás volando?

Me sonrió radiante.

-No me diga, señorita, que nunca ha volado.- dijo con sorna.

Sacudí la cabeza.

-En un avión, claro… pero… quiero decir ¿Y si pesara mucho y te cayeras?- repliqué con una nota de terror en la voz.

Él rió a carcajadas, mientras me tomaba entre sus brazos como a un bebé.

-No seas miedosa- murmuró al tiempo que corría hacia la barda y saltaba de improvisto.

Sentí como mariposa en el estómago, al tiempo que el viento helado me golpeaba como una cachetada en el rostro. Ni siquiera me salió la voz para gritar. Llegamos casi al límite, parecía que chocaríamos contra la calle cuando las alas de Alan se agitaron milagrosamente y nos elevamos en el cielo.

No supe si reír o llorar. Era una sensación vertiginosa, pero me sentía libre. Quién sabe si era por el viento, que, a causa de la velocidad, seguía golpeándonos con la misma intensidad, o por la idea de que hubiera miles de casas y autos a mis pies. Me aferré al cuello de Alan, acurrucándome en su regazo. Debía admitir que entre sus brazos me sentía segura.

-Vives a unas cuantas cuadras después de la cafetería ¿Verdad?- me preguntó Alan, mirando hacia el suelo.

Asentí con la cabeza.

-¿Podrías decirme exactamente dónde?- continuó.

Descubrí lentamente mi rostro y reconocí el local bajo nosotros. Las mariposas se volvieron más fuertes al tiempo que me sentía mareada.

-La primera calle a la derecha, el número 38- murmuré.

La suerte era que mi edificio tenía balcón, así que tendríamos dónde aterrizar.

-Es el último piso- dije aún mareada.

Aunque el aire sirvió para calmar mis nervios, cuando escuché que los pies de Alan tocaron tierra, me aferré más a él.

-Sofía…- murmuró- ya llegamos.

-Creo que voy a vomitar.- confesé.

Él rió al tiempo que dejaba mis pies sobre el suelo. Recargué mi cabeza en su duro pecho desnudo y cerré los ojos, respirando hondo. Sentía también su respiración, acompasada, rítmica, a pesar de que él ya no tuviera corazón.

Él se limitó a acariciar suavemente mi torso. Nos quedamos así por largo rato.

-Pronto va a amanecer- avisó.- será mejor que me vaya.

Suspiré, deshaciéndome de su abrazo.

Al encontrarme con su mirada, tuve la sensación de que aquella era una despedida definitiva.

-¿Nos veremos mañana en el café?- pregunté alarmada.

Él respiró hondo, acomodándose el flequillo con nerviosismo. Dio unos pasos hacia atrás.

-No creo que nos volvamos a ver, Sofía, es demasiado peligroso para ti.- contestó lentamente.

¡¿Qué?! ¡¿No volverlo a ver?!

-¡Pero todo pasó tan rápido!- exclamé dolida.

-Y no debió pasar, lo siento- se disculpó con pesar.

-No quiero- me negué- no quiero, quiero volverte a ver.

-Pero si eres terca…- murmuró con dulzura- mejor descansa- musitó acercándose a mí y dándome un beso en la frente.

Coloqué mis manos sobre sus mejillas y lo obligué a mirarme a los ojos.

-Alan, esto no puede terminar así- dije con la voz quebrada.

Él tomó mis manos y las besó.

-Es lo mejor. No quiero que caigas en la misma condena que yo- se excusó.

Pero aún así, sus palabras no me tranquilizaron.

-Quizás tú no me volverás a ver…- continuó, al tiempo que me guiñaba un ojo- pero yo a ti sí.

-Eres egoísta- me quejé.

Sonrió divertido, al tiempo que acallaba mis quejas con un último beso. Mis piernas temblaron ante su fuerza. Sentí cómo la sangre subía a mis mejillas y los latidos de mi corazón se aceleraban. Parecía que recibir beso suyos era algo a lo que nunca me podría acostumbrar.

Y cuando se separó de mí, mis labios todavía anhelaban los suyos, pero no pude más que murmurar un adiós, al tiempo que se alejaba de mí y se lanzaba al suelo, pero, como siempre, antes de caer, sus alas parecieron reaccionar como de milagro y llevarlo tan lejos como las nubes. No quité mi mirada de aquel punto negro en el horizonte, donde asomaban los primeros rayos de Sol. “Sería demasiado estúpido que contestaras que sí. Sería tu fin.” Pero, de repente, por estar junto a él, deseaba haber dicho sí.

Pasó el tiempo.

Nunca lo volví a ver. Pero supe que tenía mi ángel de la guarda personal y único en su especie, cuando un día, apareció una pluma negra en el balcón. Entendí entonces a qué se refería con que él sí me volvería a ver.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Puntos débiles

Esta entrada es rapidísima ¡Es que no he tenido Internet desde que volví! Pero ahora que tengo unos cuantos minutos, aprovecho. ;) Espero que les guste el capítulo.




La gente caminaba de un lado para otro con jarras y platos en mano, a veces con canastas llenas de frutos o cubiertos. Una chica se detuvo frente a nosotros justo cuando íbamos a la mitad del camino.

-Princesa ¿Recuerdas a la hija de Σfαδε?- me preguntó Μεπεσ.

Lo pensé por un momento…

-¿Αηατενκα?- susurré sorprendida.

Ella asintió orgullosa con la cabeza.

-Es un placer volver a encontrarme con usted, princesa.- dijo la aludida con una leve reverencia- La noticia de que ha sufrido varios ataques ya ha llegado por esta parte de la cueva… y…- vaciló por un momento- Me parece que ha sido muy valiente.

Sonreí al tiempo que inclinaba la cabeza a manera de agradecimiento.

-Gracias por tus palabras, Αηατενκα. Pero nada hubiera sido posible si no hubieran intervenido estos dos muchachos.- contesté, refiriéndome a Μεπεσ y Σs’κα.

Αηατενκα sonrió dulcemente, deteniendo su mirada por un momento más en Σs’κα. Entonces se volvió hacia mí.

-Se ve cansada, princesa. Su baño está listo y después daremos inicio a la última cena antes de la partida de nuestros guerreros- me informó dedicándome una sonrisa abierta y cargada de complicidad.- Mis compañeras la lavarán y le ayudarán…

Miré a Μεπεσ de soslayo, indicándole que me bajara. Él vaciló antes de obedecerme. Pero finalmente mis pies tocaron suelo y coloqué una mano sobre el hombro de Αηατενκα. Ella me miró sorprendida.

-No te preocupes, Αηατενκα. Yo puedo sola.

Todavía aquel rostro aniñado no había cambiado tanto, a pesar de que la última vez que la había visto había sido hacía más de doscientos ciclos lunares*. Ella sonrió ligeramente mientras me ayudaba a mantenerme en pie.

-No estoy muy segura de poder confiar en su palabra, princesa, pero, si algo sucede, no dude en gritar, porque estaremos alerta.- aseguró al tiempo que me guiñaba un ojo y volvía a su trabajo, dejándome entre los brazos de Μεπ.

Juntos caminamos hacia una nueva puerta. Lentamente mis pies volvieron a tomar ritmo y pronto ya podía caminar sin ayuda. Cuando cruzamos la puerta, entramos nuevamente a un pasillo oscuro, pero la mano de Μεπ estrechaba la mía, infundiéndome seguridad. Y después de un largo recorrido, una luz se vio a lo lejos. Continuamos caminando hasta cruzar una nueva puerta que nos dio paso a un recinto gigantesco, por donde cruzaba un manantial de aguas tranquilas que se conectaba a diferentes estanques humeantes.

Miré a Μεπ con el ceño fruncido.

-Te entregaré los jabones que usamos aquí. Puedes lavar tu ropa y dejar que se seque en la esquina de allá.- me instruyó señalando un cráter al otro lado del lugar- Mientras te bañas quedará seca y podrás usarla sin esperar tanto.

Asentí con la cabeza.

-Entonces te dejo, princesa. Te mandaré a alguna de las chicas con los jabones ¿Bien?- asentí por segunda vez- Tú relájate.

Suspiré.

-Gracias, Μεπ, me alegro muchísimo de haberte encontrado- dije con un hilo de voz.

Su sonrisa me derritió por dentro.

-Yo también, princesa, aunque lamento mucho que nos tengamos que volver a separar…- repuso sin que la felicidad le llegara a los ojos.

Bajé la mirada, pero él tomó mi mentón y besó suavemente mi frente.

-Te lo recomiendo, Καητσ, relájate.- me susurró al oído antes de salir del lugar.

Respiré hondo, intentando ordenar mis ideas. Allí donde sus labios habían tocado mi frente, mi piel ardía.

Me fui quitando la ropa con pasmosa lentitud, ensimismada en mis pensamientos. Sería un viaje muy difícil, de eso no cabía duda. Doblé mi capa y mi vestido y entré a uno de los estanques, probando antes la temperatura del agua con la punta de los dedos de mis pies. Pero cuando sentí que estaba en su punto, dejé que mi cuerpo se fuera relajando conforme iba entrando, hasta que mis hombros incluso quedaron cubiertos. Me recosté sobre la roca y cerré los ojos, no sin antes deshacer mi trenza y quitarme la tiara y el sujetador de oro. Los coloqué sobre el vestido. Mi cuerpo estaba relajado, los sonidos del agua y las burbujas dentro del estanque hacían que mi mente quedara en blanco ¡Hacía tiempo que no tenía un baño así! Metí mi rostro al agua y dejé que mi cabello se remojara. Y al salir a la superficie, mantuve los ojos cerrados. Sentía el agua correr por mi rostro y mis hombros. Cuánto añoraba estar sin preocupaciones.

-¡Te dije que cederías!- resonó una voz en el recinto, rompiendo la tranquilidad.

Maldije para mis adentros ¡Tenía que ser!

-Σs’κα… basta…- dije lo suficientemente fuerte como para que me oyera.- ¿No se supone que deberías estar con los demás?

Escuchar su carcajada me irritó.

-Sí, pero la única tarea que me quedaba era entregarte los jabones.- contestó, al tiempo que sus pasos resonaban en el recinto.

Sabía que se estaba acercando… Maldije en voz baja mientras buscaba con qué cubrirme, pero el agua era tan clara como el cristal.

-¡No te acerques!- lo amenacé.

-No se preocupe, princesa. No traigo otras intenciones más que dejar el jabón a su alcance.- contestó divertido.

Me volví, recargando mi barbilla sobre la piedra y mirándolo fijamente. Pude notar que caminaba con los ojos cerrados. Visión áurica.

Suspiré al tiempo que cruzaba ambos brazos y recargaba mi mentón sobre ellos.

-Tú también deberías tomar un baño- comenté apiadándome de él.

Él sonrió de oreja a oreja.

-Ya será después de usted, princesa. Gracias por el ofrecimiento- dijo con su voz aterciopelada pero grave.

Cerré los ojos, concentrándome en sus rítmicos pasos. Pronto ya colocaba los jabones junto a mí.

-¿Sabes por qué tengo que hacer este viaje, Σs’κα?- murmuré con tristeza.

Él pareció vacilar, antes de darme la espalda y dirigirse hacia la salida. Dudé de que me respondiera.

-Si supiera te lo diría, princesa.- contestó finalmente, sin un ápice de burla.- yo sólo fui enviado para protegerte.

Aquello me sorprendió, pero mantuve los ojos cerrados.

-A pesar de que lo hagas sin entusiasmo- bromeé sonriendo.

-Creo que habíamos convenido que éramos enemigos ¿No?- repuso recuperando su picardía.

Mi sonrisa se ensanchó.

-En realidad es paradójico ¿No?- dije cayendo en la cuenta- creo que tenías razón.

-¿Cuándo no?- contestó.

Fruncí el ceño y abrí los ojos, encontrándome con su espalda a unos pasos de la salida.

-No empecemos…- protesté.

Él se volvió, penetrándome con la mirada. Sonrió con malicia. Sus ojos refulgieron con diversión.

Le devolví la mirada con el desafío dibujado en los ojos.

-Me parece que el espíritu tenía mucha razón sobre ti.- repuso sin perder la sonrisa.

-¿Viste al espíritu y no lo paraste?- protesté entre dientes.

-Ni siquiera estabas en peligro…- dijo encogiéndose de hombros.

Mis facciones se contrajeron en una mirada cargada de reproche.

-¿Te consta? ¡Pudo haberme matado!

Él negó con la cabeza.

-Pero no sucedió…- contradijo.

-¿Y dices ser mi protector?- grité al tiempo que mi enojo se acentuaba.

-Me parece que el espíritu me salvó de un trabajo que debí haber hecho yo desde que nos encontramos…

-¿Llamarme culpable?- repuse indignada.

-No, guiarte por el buen camino.

-¡¿El buen camino?!- grité rabiosa- ¡Pero si es un peligro!

-Nunca dije que “el buen camino” no fuera peligroso…- siseó lanzándome una mirada envenenada.

-¡O más bien quieres matarme igual que el espíritu!- lo acusé al borde de las lágrimas.

-Eres débil, princesa.- repuso molesto.

Aquello me dio de llano en el orgullo. Las lágrimas recorrieron mi rostro al tiempo que le daba la espalda y me hundía un poco más en el agua.

-Gracias por el jabón, Σs’κα. Te agradecería si salieras de aquí- murmuré con la voz quebrada.

Escuché su suspiro. Pero lo único que yo deseaba era que se fuera. Así que guardé silencio, conteniendo las lágrimas para cuando estuviera sola.

El silencio fue tan sepulcral, que llegué a pensar que ya se había ido, pero me equivocaba.

-Perdón, princesa…- se disculpó finalmente- no debí ser tan duro.- tomó aire- no me arrepiento de lo que dije, pero creo que fui muy duro.

Sonreí sarcástica.

-Siendo hijo del dios del fuego eres especialista en herir y hacer enojar a las personas a tu alrededor ¿Verdad?- espeté.

-Debo admitir que tienes un carácter fuerte…- hizo una pausa- y eso me gusta.

Bufé.

-Déjame en paz, Σs’κα.- repliqué molesta.

Mi marca brilló amenazante.

Pude notar que sonreía al contestar.

-Me sentaré por aquí.- informó.

Me masajeé las sienes.

-Σs’κα, quiero estar sola- musité.

-Te juro que será como si yo no estuviera aquí- aseguró justo en el instante que escuché cómo jugueteaba con una piedra entre sus manos.

-No me hagas ir para allá- amenacé.

-Estoy seguro que ni muerta lo harías- repuso divertido.

Aunque tenía parte de la razón, porque no tenía ninguna intención de que me viera desnuda, pero mi furia era tal, que deseaba con todas mis fuerzas sacarlo de alguna manera del lugar.

-¿Es tan difícil cumplir un favor?- dije intentando controlar la ira dentro de mí.

-La cosa es que está fuera de mi alcance…- se excusó.

No lo pude soportar más. Estallé de improvisto y sin pensarlo dos veces salí del agua como un rayo y tomé mi capa, envolviéndome con ella. Cerré los ojos y dando dos mortales hacia atrás, a los pocos segundos ya estaba frente a él. Lo ataqué primero con dos patadas en el estómago que él esquivó con facilidad. Entonces utilicé las manos e intenté dar en sus nervios. Mis movimientos eran tan rápidos y precisos como los suyos, por lo que parecía una pelea que no tendría fin. La fuerza de su patada rompió una de las orillas del manantial, abriendo un pequeño laguito nuevo, que mojó nuestros pies pero que no impidió que continuáramos con la pelea. Le di dos golpes en su duro pecho, que lo hicieron tambalearse hacia atrás, pero a los pocos instantes me vi acorralada contra la pared. Me abrí en arco cuando su mano cruzó por el antiguo paradero de mi rostro y de un impulso, me lancé en una patada doble que iba dirigida directamente a su abdomen. Pareció sorprendido cuando mis pies rozaron su oreja y quedando a sus espaldas, le atiné al cuello, justo donde debía dormirse su brazo izquierdo. Y para mi buena suerte, su brazo pareció no responderle más. Aunque la situación parecía demasiado crítica, porque yo estaba envuelta en la capa, que podía caerse en cualquier momento. Supe que las intenciones de Σs’κα eran claras. Él sabía, que en aquel momento, mi punto más débil era ése, y para vencerme, tenía que quitarme la capa, así que cambiamos de papel, en lugar de que yo estuviera en plan de ataque y él en plan defensivo, yo me convertí en la víctima. Pero pude captar aquellos detalles que por dentro me tenían perpleja… él en realidad se movía como una pantera. Asesté dos golpes fallidos en una piedra, al tiempo que Σs’κα intentaba tomar la oportunidad y patear mis dos brazos, pero rápidamente los quité e intenté por segunda vez, sólo que esta vez, de improvisto, su brazo izquierdo pareció despertar del golpe y tomó mi muñeca. Intenté hacer un último movimiento, pero su otra mano sostuvo mi capa y supe que había perdido.

La respiración de ambos era acelerada.

Abrí los ojos y lo miré rabiosa, pero él se limitó a escrutarme seriamente con la mirada.

-Un movimiento más, princesa…- tomó aire- y sabes lo que ocurre.

Presionó mi brazo marcado con cierta delicadeza, pero la suficiente para que quedara inmóvil ¡Pero qué gran ayuda era mi brazo! Pensé sarcástica.

La lucha de miradas continuó. Él parecía pensar en sus palabras. Pero al abrir la boca ningún sonido salió de ella.

-¿Estás llorando, princesa?- preguntó de improvisto.

Negué a duras penas con la cabeza.

Sus ojos refulgieron con dolor, reflejando mi rostro ensopado en lágrimas. Desvié la mirada.

-Me siento sola, Σs’κα- murmuré con la voz quebrada- y me siento insegura lejos de casa…- hice una pausa, sintiendo cómo su mano derecha caía a su costado- No sé lo que esperan los demás de mí ni me interesa, sólo quería volver a casa. Y cuando nos encontramos con Μεπεσ, la opción estaba tan cerca que casi podía tocarla. Por un momento pude sentirme de nuevo en casa… pero ya no más. No tengo hogar. Las puertas están cerradas para mí.

Soltó mi brazo marcado y me escrutó intensamente con la mirada, pero no fui capaz de encararlo. No quería que me viera derramando lágrimas.

La libre movilidad volvió a mí, pero me quedé quieta.

Fue en ese instante cuando me estrechó entre sus brazos. Me sorprendió la suavidad y la calidez que encontré en ellos. Era tanta, que inconscientemente me acurruqué en su regazo y sollocé en silencio. Por un momento, olvidé todos mis problemas y me sentí tranquila, cómoda. Al poco rato, las lágrimas desaparecieron por completo. Pero nos mantuvimos así. Porque sorprendentemente, lo estaba disfrutando.

-Eres una enemiga demasiado peligrosa para mí, princesa.- comentó Σs’κα al tiempo que me cargaba como a una bebé.

Reí al tiempo que me ruborizaba.

-¿Qué haces?- protesté.

Él se encogió de hombros.

-Llevarte de vuelta a tu baño relajante- contestó sonriente.

Correspondí con otra sonrisa. Él cerró los ojos, pero aún así, caminó sin dificultad alguna hacia la “bañera” y dejó que mis pies tocaran el agua caliente. Inevitablemente me aferré a su cuello.

Lo miré incrédula, pero el mantuvo los ojos cerrados al tiempo que tomaba la capa negra y la desenvolvía, creando una pequeña barrera entre ambos. Supe que intentaba demostrarme que podía estar tranquila, porque no pretendía verme. Así, que, hasta sorprendida de la facilidad con la que le creí. Me metí al agua, que se convirtió en un gran calmante. Mojé mi cabello y observé cómo Σs’κα daba media vuelta y se dirigía hacia la salida.

Algo en mí deseaba que se quedara y me acompañara, pero mantuve la boca cerrada. A final de cuentas, él seguía siendo mi enemigo.

Se paró de improvisto y se sentó sobre una roca lo más alejada posible de mi paradero. Recargó sus codos sobre sus rodillas y miró algún punto fijo.

-¿Qué haces?- pregunté con una involuntaria nota acusatoria en la voz.

Hasta su sonrisa radiante se veía de lejos.

-Te protejo de la soledad- se limitó a contestar.

Sonreí divertida mientras volvía a la tarea de relajarme. Tomé los jabones de la orilla y lentamente tallé todo mi cuerpo con cierto ahínco, impregnándome del perfume.

-Nunca hubiera pensado que Μεπεσ supiera tu aroma favorito- comentó Σs’κα.

Reí con nostalgia.

-Éramos compañeros de juego- expliqué.

Escuché cómo reía.

-Pues no se nota- repuso.

Fruncí el ceño.

-¿A qué te refieres?- pregunté a la defensiva.

Pareció pensar en su respuesta.

-Me refiero a que pareciera que son novio y novia- contestó.

Me ruboricé mientras enjabonaba mi cabello.

-Es el mismo trato que nos teníamos desde pequeños- aseguré.

-Yo también tenía una amiga, más bien, compañera- coincidió Σs’κα, interrumpiéndose un poco por el ruido que provocaba el agua al enjuagarme.

-¿Y?- lo incité- ¿Qué pasó con ella?

Vaciló.

-Nos obligaron a tomar caminos distintos- se limitó a contestar con una cierta añoranza en la voz.

Sonreí mientras jugueteaba con el agua, que recorrió mi rostro y mis hombros. El perfume del jabón todavía estaba impregnado en mi piel y la suavidad de ésta bajo el agua me daba tanta comodidad.

-A Μεπεσ y a mí nos sucedió lo mismo.- confesé- Éramos compañeros de caza. Recibimos la marca a la misma edad y aprendimos con los mismos maestros, pero nos separaron cuando él decidió proteger a la tribu y yo tuve que tomar mi cargo de princesa- recordé con nostalgia-. Supe que viajó por tierras lejanas y peleó contra otras tribus, que era tan bueno, que se convirtió en jefe de nuestros guerreros… pero a su regreso, yo estaba lejos… mis maestros continuaban entrenándome. Creo que ambos entrenábamos, sólo que en lugares muy distintos y de maneras completamente afines. Ahora él es un muchacho lleno de rigor y experiencias, mientras que yo sufro por estar lejos de casa.

Σs’κα rió quedamente.

Me sumergí en el agua y permanecí allí por un largo rato, relajándome con las burbujas que chocaban contra mi espalda y el silencio lleno. Lleno en el sentido de que se sentía la presencia del agua, sus movimientos.

-No puedes compararlo. Porque me parece que si él lo hubiera hecho por obligación, padecería la misma nostalgia que tú, princesa- comentó cuando salí con ímpetu del agua, recuperando el aire que me faltaba.

-Pero no puedo envidiarlo, porque todos hacemos muchas cosas por obligación y padecemos las cosas a un nivel adecuado para nosotros- contradije.

-Yo soy de los tuyos- dijo Σs’κα.

Sonreí cómplice aunque no pudiera verlo.

-¿Obligado a venir a protegerme, alejado de tu hogar?- bromeé.

Σs’κα sonreía al contestar.

-No fue tanto una obligación- confesó.

-¿A no?- repuse frunciendo el sueño.

-No, porque, estando contigo es la única forma de volver a ver a mi compañera.- explicó.

-¿A qué te refieres?- pregunté confundida.

Lentamente me fui incorporando, mientras el agua chorreaba por mi cuerpo entero, cayendo de vuelta al manantial.

-Te mostraré un truco- propuso Σs’κα, todavía detrás de mí.

Me volví sobresaltada, temerosa de que hubiera abierto los ojos, pero, para mi sorpresa, me lanzó una piedra. Rápidamente la caché con la mano marcada. Si estaba caliente, no pude percibirlo, pero toda el agua en mi cuerpo pareció evaporizarse. Y para mayor desconcierto mío, mi marca se extendió por un instante por todo mi cuerpo. Entonces la piedra se rompió entre mis manos. Yo estaba seca.

-Tu compañero de infancia dejó un vestido blanco para ti.- me informó Σs’κα.

Pero era tal el vapor que había soltado mi cuerpo, que a duras penas podía ver a través de él. Di un paso hacia delante, pisando una tela suave. Me hinqué y la recogí. Era el vestido, de mangas largas y sueltas, con hombros descubiertos y una parte inferior tan larga y elástica, pero ligera, que seguramente me permitiría dar patadas más arriba de mi cabeza ~a pesar de que todavía no pudiera hacer eso~.

-Tienes para antes de que se terminé el vapor- me desafió Σs’κα- porque, para entonces, ya tendré los ojos abiertos.

Maldije para mis adentros, mientras buscaba la cabeza y me ponía el vestido. Saqué las manos por las mangas, que parecían casi alas de mariposa, agitándose a mis costados y bajé el vestido que me llegaba hasta un poco arriba de los tobillos. Para entonces, todo el vapor había desaparecido.

Σs’κα me miró con una sonrisa en el rostro y le lanzó una mirada significativa a algo sobre el suelo. Seguí su mirada y me encontré con unos pantalones cortos, pero de tela elástica. Entonces noté por qué los necesitaba. Había una fina abertura en la falda que se abría hasta mi muslo y a cada movimiento que daba, se agitaba peligrosamente.

Me ruboricé y no dudé ningún instante más en ponerme los pantalones.

-Mi compañera es hija del guardián de la puerta de los Dioses- contestó Σs’κα a la pregunta de hacía largo rato- Y cuando vayamos con Diana, pasaremos por allí, así que podré visitarla.

Tomé mi capa y me coloqué la tiara, al tiempo que tomaba el broche y el antiguo vestido.

Sonreí por el pensamiento que cruzaba en aquel instante por mi cabeza.

-Supongo que estamos a mano- comenté- tú encontrarás a tu compañera y yo me encontré con el mío.

Caminé hacia la salida, pero antes de llegar, nuestros caminos se cruzaron. Fue un solo instante en el que nuestras respiraciones se combinaron y su mirada se dirigió más abajo que mi rostro.

-El vestido le sienta muy bien, princesa- musitó con una media sonrisa en el rostro.

Me ruboricé.

-Es tu turno, Σs’κα- repuse seca, pero peligrosamente cerca, antes de dejar el lugar y caminar por los solitarios pasillos.

Respiré hondo al tiempo que salía directamente al recinto grande con los nervios de punta ¿Lo hacía para molestarme o lo decía en serio?