domingo, 26 de febrero de 2012

Esclavos de las sombras (Parte 3/3)

Ésta ya es la última parte de "Esclavos de las sombras". Quería publicarla antes de irme a mi práctica social, pero ya vieron que tuve problemas con el Internet y no pude publicar desde antes. Por lo mismo, no he podido pasarme por los blogs de casi nadie -_- Entonces, por favor, discúlpenme, que ahora (Gloria cantan en los cielos, los arcángeles de Dios :P hahahaha) ¡¡¡YA TENGO EL INTERNET DE VUELTA!!! Intentaré ponerme al tanto ;) Espero que les guste el final, porque yo no terminé muy convencida, pero relato es relato y me puse límite. No más de 20 páginas hahahaha y llegamos a las 21 si bien recuerdo, entonces, ya no podía pasarme.


Escuché sus cubiertos chocar contra el plato y el sonido de la comida al masticarla. La dejé disfrutar tranquilamente, intentando no mirarla, porque estaba seguro que me causaría náuseas.

Pasaron los minutos. Tomé otro trago de la copa, pensando en lo absurdo que era codiciar a una humana para tu novia y terminar tan confundido como lo estaba yo ahora. Contaba las cartas que me quedaban para jugar. Ya tenía una meta. Para el final de la noche debía tenerla lista para llevármela. Ella debía decir el sí definitivo, porque, por como veía las cosas, esto iba a tardar más de lo que me hubiera imaginado.

-¿No tienes hambre?- me preguntó, sacándome de mi ensimismamiento.- ¿Es cierto que Amidala y tú están a dieta?

Sonreí. Esta vez no le mentiría.

-No, pero no nos gusta la comida de aquí- ¡Que nadie negara que estaba diciendo la verdad!

Me volví hacia ella. Comió un bocado. Mis tripas se revolvieron. O bueno, si a lo que tenía allí dentro se les podía llamar tripas. Hice un esfuerzo por no soltar una exclamación de asco. Dejé mi copa sobre la mesa y me masajeé el puente de la nariz con el dedo índice y el pulgar. La vi meterse un segundo bocado, pero intenté concentrarme en sus movimientos suaves y sus mejillas sonrosadas. Así era pasable y podría verla a los ojos.

-¿Entonces qué les gusta comer?- preguntó después de tragar.

Me encogí de hombros.

-En casa sirven muy buena comida- contesté restándole importancia al tema.

Sofía me miró con curiosidad.

-¿Vivían juntos?- quiso saber.

Asentí con la cabeza.

-¿En qué clase de casa vivían?

Sonreí para mis adentros.

-Es enorme. Los padres de Amidala son reyes de un pueblo llamado Merkator. Tiene sus privilegios.- contesté con especial cuidado en no meter la pata.

Su rostro mostró sorpresa al tiempo que comía un bocado más. Hacía quinientos años que no comía nada, quizás por eso le tenía cierta aversión.

-¿Puedo probar?- pregunté sin pensarlo.

Sofía pareció más sorprendida que antes. Pero finalmente sonrió y me acercó el tenedor a la boca. Vacilé antes de continuar.

Me quedé con el bocado sin saber qué hacer ¡¿Por qué lo había hecho?! Por un momento me dio pavor tragarlo, pero terminé cediendo y después de masticar con tosquedad, tragué con dificultad.

Sofía estalló en carcajadas.

Fruncí el ceño.

-¿Qué?- protesté.

-¡Parece como si no hubieras masticado desde hace años!- exclamó entre risas.

Me limité a mirarla con seriedad, esperando a que se tranquilizara. Y cuando lo hizo, se limpió las lágrimas de los ojos, mientras me encaraba.

-¿Pasable, caballero?- bromeó.

Sonreí de oreja a oreja.

-No estuvo mal- admití.

Ella tomó el tenedor y me lo ofreció.

Suspiré ¿Pasaría por el mismo martirio?... Al menos así era una coartada más creíble. Abrí la boca y Sofía me metió el bocado. Esta vez reí quedamente. Obviamente tenía que practicar ese punto.

Entonces la pista de baile en el centro del restaurante se iluminó, y un hombre con un micrófono se dirigió al público en general.

-¡Están todos invitados a la pista!- exclamó al tiempo que un par de parejas se levantaban de las mesas.

Había olvidado el pequeño detalle de que todavía estábamos rodeados de humanos… Volví la mirada hacia la ventana de nuevo. Era por eso que Amidala y yo no nos quedábamos tanto tiempo en el restaurante. Me crucé de brazos.

-Señor ¿Me da permiso de bailar con su dama?- preguntó alguien detrás de mí.

Me volví lentamente. Un muchacho le ofrecía la mano a Sofía a pesar de que se dirigía hacia mí. Ambos me miraron con la interrogación dibujada en el rostro.

No estaba completamente de acuerdo con la idea, en realidad, aquella pregunta me irritó.

-No- contesté con brusquedad.

Sofía rodó los ojos antes de tomar la mano del muchacho. El chico me lanzó una mirada dudosa antes de llevar a mi pareja a la pista. Los miré alejarse y me sentí más molesto que antes. Odiaba que los humanos fueran tan envidiosos. Los miré tomarse de ambas manos y bailar mientras se sonreían el uno al otro. Y de repente me pareció tan injusto ¡¿Tan rápido le entregaba la confianza al chico?! ¿Qué tenía él que no tuviera yo?

Maldije en voz baja.

Estúpidos sentimientos humanos. Pensaba que ya habían desaparecido todos de mí ¿Eran celos los que estaban aflorando en mí? ¡Pero es que ella le estaba sonriendo con tanta naturalidad! Era lo que yo llevaba buscando desde hace dos horas. Y él lo conseguía en menos de un minuto. Era una amenaza para mi tarea. Pero me quedé sentado sin perderlos de vista, debatiéndome entre ir a pararlos o esperar a que Sofía volviera. Si la primera canción fue insoportable, la segunda fue peor. De ésas que había que bailar pegaditos… Pero qué cerdo, tenía las manos sobre la cadera de Sofía, cerca de sus pompas. Mis manos empezaron a temblar, al tiempo que me prometía que si Sofía se seguía dejando tocar de aquella manera, intervendría.

Entonces ella le susurró algo al oído y lentamente se separaron. Pero el alivio no llegó tan rápido como hubiera esperado, porque le dio un beso en la mejilla, peligrosamente cerca de los labios.

Sofía vino en mi dirección.

La miré de pies a cabeza con rabia.

...

Su mirada me asustó sobremanera. Parecía molesto… ¿Había sido un error haber desobedecido su no?

Intenté sonreírle, pero no recibí ninguna sonrisa por su parte. Al quedar frente a él, extendí mi mano.

-¿No bailas?- murmuré.

-No- contestó con frialdad.

Fruncí el ceño.

-Me parece que vivir con una hija de la realeza te ha afectado la cabeza, Alan.- repuse molesta- No te hagas del rogar.

Alan bufó y se tomó el último trago de su copa.

-No me hago del rogar. Vámonos- dijo incorporándose.

Verlo erguido me desconcertó. Había olvidado lo alto que era. Y con esa mirada, su aspecto era intimidante.

-Baila conmigo- insistí débilmente.

Se acercó peligrosamente a mí, fulminándome con la mirada.

-Ya dije que nos vamos.

Negué con la cabeza.

-No hasta que bailemos.- repetí.

-Pero si eres terca…- murmuró al punto de la cólera.

Por un momento tuve miedo de que sus pupilas se volvieran a dilatar.

-Sólo una canción- supliqué, aunque no fui capaz de tomarlo de la mano y jalarlo a la pista como hubiera deseado- eres un bebé.

-Pues vuelve con tu parejita para que te siga toqueteando- repuso sarcástico.

Sus palabras me tomaron por sorpresa.

-Pero si tú eres mi pareja…- murmuré entendiendo por dónde iba la cosa.

Su mirada se suavizó al tiempo que se alejaba unos pasos de mí.

-Vámonos, Sofía.

-Estás celoso…- lo acusé, ignorando sus palabras.

Él frunció el ceño y soltó una carcajada.

-¿Yo?- soltó sin parar de reír- ¿Celoso por una humana como tú?- continuó enfatizando el “tú”.

Aquellas palabras me dolieron más de lo que debían.

Guardé silencio, sin saber cómo tomar aquella respuesta ¿Alguien como yo? ¡¿Y me querían ignorando el desprecio en la palabra “humana”?! Me di cuenta del error que estaba cometiendo en aquel momento ¡Nunca debí haberle dado una segunda oportunidad! ¡En realidad nunca debí haber aceptado salir con él!

Mis ojos se anegaron de lágrimas, mientras tragaba saliva con dificultad.

-Estaba funcionando- solté molesta- ¡Maldita sea! ¡Parecía que todo saldría bien!- lo fulminé con la mirada mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas- casi podía decir que era una cita…- tragué saliva- perfecta… ¡Pero tú sigues actuando como el rey de no sé qué! ¡¿Y eres el único que se puede molestar?! ¡¿A qué juegas Alan?!

Abrió la boca para contestar.

Sacudí ambos brazos y continué.

-Sabía que era tu segunda opción, como habías terminado con Amidala. Sólo que… algo en mí decía que podía ser real lo que estaba pasando aquí… pero llego y me tratas como si fuera una cualquiera. Porque no pienses que no me he dado cuenta, no soy la primera que has traído aquí ¿Y sabes qué? no seré tan estúpida como todas las demás. No cuentes con una tercera oportunidad, Alan.- concluí tomando mi bolsa y saliendo del lugar.

Varias miradas se posaron sobre mí cuando crucé la pista de baile, pero a duras penas podía ver por dónde caminaba, pues mis ojos eran un mar de lágrimas. No era la primera vez que me lo hacían ¡Ya estaba harta de ser siempre la segunda opción! Y aunque una parte de mí deseaba que Alan corriera detrás de mí y negara mis palabras, pude ver con decepción cómo se quedaba parado junto a la mesa, inmóvil, mirando hacia la ventana.

Bufé. Era un deseo tonto.

El frío de la noche me cayó como un balde de agua fría cuando salí del restaurante. Limpié mis lágrimas mientras caminaba hacia delante buscando mi celular en el bolsillo.

-Siempre lo mismo…- susurré para mí misma.

Estaba tan concentrada en mis pensamientos, que mis pies tropezaron con la banqueta y me precipité hacia delante. Mis músculos se tensaron, a sabiendas de que la caída sería dura y fría. Pero antes siquiera de que mis manos pudieran reaccionar, unos cálidos brazos me tomaron por la cintura, salvándome del golpe.

Esperé tres latidos antes de volver a tomar aire y tragar saliva, al tiempo que me volvía lentamente hacia mi salvador.

Alan me miró inexpresivo. Aquello me desconcertó. Ni enojo, pero tampoco burla. Se limitó a observarme con atención, mientras me ayudaba a recuperar el equilibrio.

Guardamos silencio.

Otra vez estaba haciendo lo mismo, me tenía atrapada con la mirada. Sus ojos negros me calaron hasta el alma. Estaban fijos sobre los míos, como si esperaran una reacción.

Mis músculos permanecieron tensos, pero las lágrimas volvieron a mi rostro.

-Alan, por favor, tengo que irme- dije con un hilo de voz.

Él negó con la cabeza, respirando su aliento sobre mi rostro, dejándome entonces abrumada.

-Te mostraré quién soy…- sentenció- Te lo mostraré, pero recuerda que si sucede algo, estabas prevenida.

Su voz provocó que un escalofrío cruzara mi cuerpo entero. Mis latidos estaban acelerados. No sólo por el hecho de la cercanía entre ambos, sino por la idea de que hacía unos segundos él había llegado en el momento exacto que estaba a punto de caer y me había detenido antes del golpe. Aquello ya levantaba mis sospechas y lo que percibía en su voz era que yo era libre de decidir si me quería quedar o si me quería ir. El problema era que mi curiosidad había ganado.

Mis labios no fueran capaces de articular ninguna palabra, pero mi cabeza hizo el trabajo, asintiendo lentamente.

Alan hizo una mueca de disgusto. Como si temiera por mí. Y finalmente, me soltó y colocó su chaqueta alrededor de mis hombros. Su roce me quemaba.

Soltó un hondo suspiro antes de bajar su brazo con extremada lentitud hacia mi mano, como si calculara cada movimiento, y entrelazar nuestros dedos. Mis nervios se dispararon y mis mejillas se pusieron rojas al contacto de su piel.

Él apretó suavemente mi mano antes de cruzar la calle conmigo y acercarse al rascacielos. Sacó una llave de su bolsillo y abrió la puerta del gigantesco edificio que se erguía frente a nosotros… me pregunté si viviría allí. Pero mi cerebro estaba demasiado lento para atar cabos. No podía dejar de percibir su mano sobre la mía y el aroma de su chaqueta. Subimos pisos y pisos sin detenernos. Mis piernas empezaron a dolerme conforme seguíamos subiendo, pero no me quejé en voz alta, porque temía que mi debilidad hiciera que él se retractara y tuviéramos que volver. Y ensimismada en mis pensamientos, recordé su pregunta en el restaurante: “¿Y qué harías si yo fuera un ser del infierno?” ¿Habría ido en serio la pregunta? ¿Era él en realidad un ser del infierno? Porque en realidad su carácter, su forma de mirar, su forma de moverse y su desprecio por “una humana como yo” eran pruebas contundentes de que él no fuera precisamente un humano. Pero al hacer aquel descubrimiento, sorprendentemente no sentí miedo junto a él. En realidad su tacto seguía quemándome como al principio. Y en lugar de sentirme insegura a su lado, me sentía bien. Me sentía cálida. Por un instante me sentí eufórica, curiosa, pero en lugar de pararlo para bombardearlo de preguntas, me dejé llevar. Seguimos subiendo escalones, hasta que llegamos frente a una puerta y Alan sacó nuevamente las llaves.

Respiré con dificultad, agradeciendo el pequeño descanso.

La puerta se abrió, dando paso a la brisa helada de aquella noche. Salimos a la luz de la luna, a la azotea del edificio. Fácilmente se podía ver el gigantesco parque de la ciudad de un lado y los techos estilizados de las casas al otro lado. Incluso pude reconocer el local del café. Quedé maravillada.

Pero cuando me volví para compartir el momento con Alan, me di cuenta de que había soltado mi mano y había desaparecido.

Me alarmé, buscándolo insistente con la mirada ¡¿Se habría ido?!

Entonces lo encontré recargado disimuladamente en la pared contraria a la puerta. El alivio me invadió lentamente.

Caminé hacia él, pero él extendió una mano, con ademán de que parara.

Lo obedecí sin rechistar.

Los segundos pasaron, largos, sin interrupción. Ambos, parados en la misma posición, esperando por algo. Mis sentidos empezaron a ponerse alerta, porque en realidad no sabía qué esperar, sólo esperaba a petición de él.

Y cuando empezaba a perder la noción del tiempo, finalmente Alan caminó hacia la orilla y saltó sin dificultad a la barda, que era la mitad de grande que yo para separarnos del precipicio.

Mi corazón se aceleró ¡¿Qué pretendía?! Se inclinó tanto hacia la calle a más de doscientos metros hacia abajo, que solté un gritito ahogado ¡¿Se quería suicidar?! Los segundos parecieron eternos mientras él se colocaba en cuclillas y miraba la luna, hermosa y gigantesca, erguida con orgullo en el cielo. Mis músculos se tensaron al percibir cómo se quitaba la camisa, dejando a la vista una espalda escultural que me robó el aire por completo. Lo único que no encajaba allí, era que estaba manchada, de un negro que se extendía como cardenales por toda su espalda, como si lo hubieran golpeado. Me cubrí la boca con ambas manos.

Entonces ocurrió el milagro.

Cayeron dos plumas finas al suelo, al tiempo que unas alas gigantescas se iban formando, creciendo un poco más a cada segundo en donde antes estaban los cardenales negros ¡Eran tan hermosas! Negras como el azabache y gigantescas. Tan grandes como yo. Nunca en mi vida había visto nada igual, incluso llegué a preguntarme si en realidad todo esto era un sueño ¿Tenía un ángel frente a mí?

...


Mi respiración era agitada, corrí entre la gente en el andén, mirando continuamente hacia atrás, esperando que no me estuviera siguiendo. Debía huir, nada había salido como debía.

Yo… pensaba que la amaba. Pero era un peligro ¡Tenía que esconderme! ¡Mudarme! ¡Ya ningún lugar era seguro!

Suspiré con alivio, cuando, buscándola entre la muchedumbre, no la encontré. Abriéndome paso entre la gente, me dirigí hacia el baño. Al llegar a las escaleras, el lugar estaba despejado, no había más gente. Las bajé, intentando tranquilizar mi respiración, reprochándome por lo estúpido que había sido. Ella había sido como un sueño, tan hermosa, tan perfecta… pero había caído en sus redes. Aquello era lo que más me dolía.

Continué bajando con desgana, hasta que llegué frente a dos puertas. El tumulto de la gente era lejano, como un murmullo.

Entré al baño y me dirigí hacia los lavabos. Pero de repente el silencio me pareció demasiado peligroso. Me miré al espejo y solté un grito. Ella sonrió con malicia ¡Había poseído mi reflejo! Me observó en silencio. Esos malditos, pero perfectos ojos me observaban. Retrocedí hacia la puerta, cuando recuperé mi reflejo, que me miraba asustado. Ella estaba junto a él.

Miré desorientado hacia ambos lados… Seguramente estaba alucinando. El baño seguía desierto.

Respiré con dificultad, limpiándome el sudor de la frente. Me precipité hacia la puerta, pero cuando intenté abrirla, ésta no cedió. Golpeé la puerta con ambos puños, descargando mi rabia y mi frustración.

-¡Amidala!- grité rabioso- ¡Déjame ir!

Finalmente la pude ver de frente. Me sonrió con dulzura, pero aquella dulzura se me antojaba amenazante. Rehuí al peligro y corrí de vuelta a los lavabos.

Ella frunció el ceño, acercándose con sigilo hacia mí.

-Eres mío, Alan. Tú mismo lo dijiste. Tu sombra me pertenece. Tu cuerpo ya no sirve de nada- dijo con voz melosa al tiempo que sacaba un cuchillo de su cinto.

Negué con la cabeza.

Ella sonrió al tiempo que se acercaba lo suficiente como para acariciar mi brazo.

-¿No me amas?- murmuró atrapándome con la mirada.

Tragué saliva. Las gotas de sudor recorrieron mi rostro. Inevitablemente mis ojos miraron el cuchillo.

-Amidala, te amaba al infinito.- contesté lentamente- Pensé que los dos estábamos de acuerdo en que cada uno podía vivir la vida a su manera. Pero me engañaste… no me amas.

Ella acercó sus labios a los míos. Y a pesar de todo, seguía disfrutándolo. Era como una ponzoña para calmar mi dolor y mi miedo.

-Sólo puedes vivir la vida a tu manera, cariño, cuando estás vivo.- me susurró suavemente- Te amo como a nadie y por eso quiero que seas completamente mío.- se disculpó antes de sentir cómo el cuchillo se encajaba sobre mi corazón.

No tuve tiempo de protestar. Lo último que pude percibir, fueron sus labios sobre los míos.

-¿Eres un ángel?- escuché su dulce voz detrás de mí.

Sonreí con ironía.

-No- me limité a contestar, mirando los autos en la calle- Y nunca podré serlo.

Escuché sus sigilosos pasos caminando hacia mí, pero la dejé, dejé que saciara su curiosidad.

Sentí sus manos acariciar mis plumas y por primera vez en cuatrocientos años, un agradable escalofrío cruzó mi cuerpo entero.

-Imposible- murmuró.

Mi sonrisa se ensanchó al tiempo que me volvía. Pero me percaté de que había sido un movimiento muy rápido, porque Sofía dio unos cuantos pasos hacia atrás, con el miedo dibujado en el rostro.

Rápidamente negué con la cabeza y extendí mi mano.

-Lo siento…- me disculpé- a veces olvido que debo moverme más lento.

Ella dudó antes de acercarse a mí y tomar mi mano con cautela. Su tacto calentó mi piel. Los humanos estaban llenos de energía… ¿O era por algo más?

-¿Qué…- tragó saliva antes de continuar- qué eres?

Ya lo veía venir.

-¿No tienes miedo?- contesté con otra pregunta.

Sus ojos se iluminaron. Ella negó rápidamente con la cabeza, al tiempo que se acercaba un poco más a mí y acariciaba mi brazo ¡Quién hubiera pensado que en aquel instante, aquello era lo que más anhelaba, sentir sus suaves y pulcras manitas sobre mí! Es que así las veían mis ojos. Demasiado vulnerables, fáciles de romper.

-En realidad…- murmuró más concentrada en sus movimientos.- Quiero asegurarme de que esto no sea un sueño.

Reí quedamente, pero manteniéndome inmóvil, para que pudiera seguir con su inspección.

-No te creo- comenté.

Ella me miró con el ceño fruncido.

Sonreí con picardía.

-No digamos que seas la octava maravilla del mundo…- repuso a la defensiva.

Solté una carcajada. Desafiándola con la mirada. Ella me encaró por un instante. Sus mejillas se sonrojaron. Sonreí con suficiencia.

-¿Hay más como tú?- preguntó repentinamente seria, parando repentinamente sus caricias.

Suspiré, al tiempo que saltaba hacia delante, cayendo frente a ella. Me erguí lentamente hasta que la diferencia de tamaños era notable. Para mis ojos ella seguía siendo chiquitita, de un carácter fuerte y curioso, pero muy vulnerable.

-Te sorprenderías…- contesté lentamente.

Era hora de poner el plan en marcha… ¿O debía dejarla ir?

...


Quedé abrumada por tanta perfección. Era un abdomen escultural y perfectamente formado. Aunque no eran músculos exuberantes, estaba maravillada, porque ¡Sí! ¡Aquello era demasiado perfecto para ser real!

Lo busqué con la mirada. Sus ojos me parecieron repentinamente tristes.

-Soy un ángel caído. O bueno, soy esclavo de uno.- contestó finalmente a mi pregunta.

Me tomó completamente desprevenida. Mis ojos se abrieron como platos. Él parecía tener un debate interior. Su mirada se perdió en algún punto, cargada de dolor.

Dudé antes de extender mi mano y acariciar su mejilla con dulzura. Era una piel tan suave y tersa.

Una pequeña sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios, pero sin que la felicidad le llegara a los ojos. Me encaró.

-Gracias, Sofía. Gracias por haber aceptado salir conmigo- dijo lentamente, dejándose interrumpido al último instante.

-¿Qué sucede, Alan?- pregunté confundida.

Él tomó suavemente mi mano y la acaricio.

-Me mandaron aquí con un propósito.- comenzó con cautela- Debía enamorarte y hacerte una pregunta.

Fruncí el ceño. Después de todo lo que había visto, ya nada podía sorprenderme tanto.

-¿Una pregunta?- lo incité.

Él asintió con la cabeza.

-¿Confías en mí?

Mis latidos se aceleraron. No supe qué contestar. Temerosa de que la respuesta pudiera afectar en algo.

Tragué saliva antes de asentir con la cabeza.

Él bufó molesto.

-Pues no deberías- contestó fríamente.- Es un error.

-No entiendo.- murmuré indignada.

Estábamos tan cerca el uno del otro, que su nariz casi rozaba la mía, al tiempo que su cálido aliento me tenía abrumada. Sus ojos me atraparon de nuevo.

-La verdadera preguntas es si irías conmigo a un lugar especial si yo te lo pidiera.

Me dispuse a contestar, pero el colocó inesperadamente un dedo sobre mis labios.

-Sería demasiado estúpido que contestaras que sí- me interrumpió siseando- Sería tu fin. Cualquiera que te pregunte eso tiene un derecho secreto sobre ti, porque te entregas a esa persona.

De repente mis ojos se anegaron de lágrimas ¿Pero qué rayos me sucedía? Quizás me estaba cayendo el veinte de que todo era un engaño. Y que él sólo estaba haciendo esto para llevarme a “un lugar especial”.

-¿Entonces todo es falso?- sollocé.

Él no contestó. Retiré mi mano de su mejilla, pero él rápidamente reaccionó y apretó mi mano con fuerza.

-Acabo de descubrir que el plan salió al revés, Sofía.- confesó sonriendo dulcemente- creo que yo me enamoré de ti.

Lo escruté con la mirada, buscando algún atisbo de burla en su rostro, o alguna señal de que todo aquello fuera mentira. Pero sus ojos relucían, confirmando sus palabras.

-Desde que me llevó Amidala a los confines de la tierra, perdí mi corazón.- dijo con voz rabiosa- Y olvidé que alguna vez fui humano. Y los odié a todos por ser lo que yo alguna vez fui. Pero, de repente, estando contigo, me vuelvo a sentir humano. Volví a comer después de tanto tiempo y sentí celos- rió quedamente, como si sus propias palabras le hubieran causado gracia- Creo que al principio fue falso, pero tu teoría la he comprobado en este momento. Creo que sí hay chica correcta.

Sonreí conmovida mientras la lágrimas recorrían mis ojos, pero, ahora, en lugar de lágrimas de decepción, eran de felicidad.

Me paré de puntitas y dejé que sus labios chocaran con los míos. Fue un choque dulce, pero apasionado. La sensación fue más fuerte y perfecta de lo que esperaba. Sus labios se movían al ritmo de los míos, perfectos, con un sabor perfecto que me derretía por dentro, haciendo que deseara que el momento nunca terminara. Me pegué un poco más a él, sintiendo cómo sus brazos rodeaban mi cintura y me abrazaban con fuerza. No pude evitar poner mis manos alrededor de su nuca y sentir su dulce sabor en mi boca. Hipnotizada por aquel movimiento escurridizo.

Pero finalmente nos separamos con la respiración acelerada.

Sonreí, mientras limpiaba mis lágrimas y señalaba su frente.

-El corazón está aquí arriba, Alan. Tú decides tus acciones y si quieres ver las cosas como buenas o malas.

Besé su mejilla con extremado cuidado. Disfrutando del instante. Sentí cómo sus músculos alrededor de mi cintura se tensaban.

-Puede que vinieras con malas intenciones pero resultaste más bueno que malo ¿No lo crees?- comenté sonriéndole con complicidad.

Él correspondió mi sonrisa al tiempo que miraba hacia otro lado.

-Sigo siendo malo… Sofía.- murmuró con sufrimiento.

Negué con la cabeza.

-Para mí eres como un ángel- contradije.

Él soltó una carcajada.

-Sí, porque para ti los buenos son los malos y los malos son los buenos- repuso burlón.

Frunció el ceño.

-Creo que no me has entendido del…

-¿Te llevo a casa?- me interrumpió.

Sus alas se agitaron levemente. Lo miré incrédula.

-Te refieres a que…- tragué saliva- ¿Me llevarás volando?

Me sonrió radiante.

-No me diga, señorita, que nunca ha volado.- dijo con sorna.

Sacudí la cabeza.

-En un avión, claro… pero… quiero decir ¿Y si pesara mucho y te cayeras?- repliqué con una nota de terror en la voz.

Él rió a carcajadas, mientras me tomaba entre sus brazos como a un bebé.

-No seas miedosa- murmuró al tiempo que corría hacia la barda y saltaba de improvisto.

Sentí como mariposa en el estómago, al tiempo que el viento helado me golpeaba como una cachetada en el rostro. Ni siquiera me salió la voz para gritar. Llegamos casi al límite, parecía que chocaríamos contra la calle cuando las alas de Alan se agitaron milagrosamente y nos elevamos en el cielo.

No supe si reír o llorar. Era una sensación vertiginosa, pero me sentía libre. Quién sabe si era por el viento, que, a causa de la velocidad, seguía golpeándonos con la misma intensidad, o por la idea de que hubiera miles de casas y autos a mis pies. Me aferré al cuello de Alan, acurrucándome en su regazo. Debía admitir que entre sus brazos me sentía segura.

-Vives a unas cuantas cuadras después de la cafetería ¿Verdad?- me preguntó Alan, mirando hacia el suelo.

Asentí con la cabeza.

-¿Podrías decirme exactamente dónde?- continuó.

Descubrí lentamente mi rostro y reconocí el local bajo nosotros. Las mariposas se volvieron más fuertes al tiempo que me sentía mareada.

-La primera calle a la derecha, el número 38- murmuré.

La suerte era que mi edificio tenía balcón, así que tendríamos dónde aterrizar.

-Es el último piso- dije aún mareada.

Aunque el aire sirvió para calmar mis nervios, cuando escuché que los pies de Alan tocaron tierra, me aferré más a él.

-Sofía…- murmuró- ya llegamos.

-Creo que voy a vomitar.- confesé.

Él rió al tiempo que dejaba mis pies sobre el suelo. Recargué mi cabeza en su duro pecho desnudo y cerré los ojos, respirando hondo. Sentía también su respiración, acompasada, rítmica, a pesar de que él ya no tuviera corazón.

Él se limitó a acariciar suavemente mi torso. Nos quedamos así por largo rato.

-Pronto va a amanecer- avisó.- será mejor que me vaya.

Suspiré, deshaciéndome de su abrazo.

Al encontrarme con su mirada, tuve la sensación de que aquella era una despedida definitiva.

-¿Nos veremos mañana en el café?- pregunté alarmada.

Él respiró hondo, acomodándose el flequillo con nerviosismo. Dio unos pasos hacia atrás.

-No creo que nos volvamos a ver, Sofía, es demasiado peligroso para ti.- contestó lentamente.

¡¿Qué?! ¡¿No volverlo a ver?!

-¡Pero todo pasó tan rápido!- exclamé dolida.

-Y no debió pasar, lo siento- se disculpó con pesar.

-No quiero- me negué- no quiero, quiero volverte a ver.

-Pero si eres terca…- murmuró con dulzura- mejor descansa- musitó acercándose a mí y dándome un beso en la frente.

Coloqué mis manos sobre sus mejillas y lo obligué a mirarme a los ojos.

-Alan, esto no puede terminar así- dije con la voz quebrada.

Él tomó mis manos y las besó.

-Es lo mejor. No quiero que caigas en la misma condena que yo- se excusó.

Pero aún así, sus palabras no me tranquilizaron.

-Quizás tú no me volverás a ver…- continuó, al tiempo que me guiñaba un ojo- pero yo a ti sí.

-Eres egoísta- me quejé.

Sonrió divertido, al tiempo que acallaba mis quejas con un último beso. Mis piernas temblaron ante su fuerza. Sentí cómo la sangre subía a mis mejillas y los latidos de mi corazón se aceleraban. Parecía que recibir beso suyos era algo a lo que nunca me podría acostumbrar.

Y cuando se separó de mí, mis labios todavía anhelaban los suyos, pero no pude más que murmurar un adiós, al tiempo que se alejaba de mí y se lanzaba al suelo, pero, como siempre, antes de caer, sus alas parecieron reaccionar como de milagro y llevarlo tan lejos como las nubes. No quité mi mirada de aquel punto negro en el horizonte, donde asomaban los primeros rayos de Sol. “Sería demasiado estúpido que contestaras que sí. Sería tu fin.” Pero, de repente, por estar junto a él, deseaba haber dicho sí.

Pasó el tiempo.

Nunca lo volví a ver. Pero supe que tenía mi ángel de la guarda personal y único en su especie, cuando un día, apareció una pluma negra en el balcón. Entendí entonces a qué se refería con que él sí me volvería a ver.

2 comentarios:

  1. Lorare T.T ella no lo volvio a ver T_T ahahaaha sabes que en mi almohada aarecen muchas hojas?? sera una señal?? ahaahha ignorame xD
    Me encanto el relato¡¡¡ nunca pense que terminara asi¡¡
    n.n espero que publiques pornto oTra ves¡¡
    Besos

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  2. :O...Juro que casi lloro!!!...Espero una segunda parte que se vulevan a ver!!! :D...Buenoooo cheeeeeeeeee publica mas!!!...me quede con las ganas de leer y esque...amo! a los angeles caidos! me he leido libros sobre ellos!, me matan!...Otra cosa mas tu otra novela de la cazadora me encanta! :D...La amo! eres genial!...
    Saludos e inspiración ;)

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¡Me encantan los comentarios! Agradezco que te hayas pasado unos minutos.