Lamento no haber publicado el miércoles y el viernes ¡En serio que lo siento! Pero es que ahora la inspiración no me ha estado llegando, entonces, no sé exactamente cómo continuar la historia, pero de poquito a poquito llegamos al final.
Luz ¡Muchas gracias por todo tu apoyo! ;) jejeje ¡Me encantan tus comentarios! :D :D :D :D :D :D
Pero para ya no hacerles más cuento, aquí les pongo el siguiente capítulo.
Sonreí, sacudiendo la cabeza.
-Es mi mirada seria- mentí.
La verdad era que pensaba en aquel, cuyo nombre me había prometido no volvería a mencionar.
-¿Tu mirada seria?- inquirió frunciendo el ceño.
Asentí lentamente.
-Si ves que tengo esa mirada, entonces sabrás que estoy pensando- aclaré.
Jack soltó una carcajada y besó mi mejilla.
Me sonrojé irremediablemente.
Él sonrió de oreja a oreja.
-Aún no creo que hayas aceptado ser mi...
Coloqué un dedo sobre sus labios.
-¿Quieres una prueba?- lo interrumpí juguetona.
Me tomó entre sus brazos, quitó suavemente mi dedo de sus labios y los presionó contra los míos.
Nos separamos lentamente. Me acurruqué en su regazo y cerré los ojos intentando contener las lágrimas.
-Tú siempre me gustaste desde pequeña- afirmó Jack.
Reí quedamente, pero no fui capaz de contestar.
El celular me salvó de darle una respuesta. Lo saqué rápidamente de mi bolsillo.
-¿Bueno?
-¡Any! ¿Dónde rayos van?- preguntó Miranda airada.
-Ya estamos a punto de llegar, es que preferimos ir caminando- me excusé.
Miranda bufó.
-¡No debiste traer a Jack, es una distracción!- se quejó divertida.
Ambas reímos.
-Ya me conoces, el paquete o nada- bromeé.
Me deshice del abrazo de Jack, pero sin soltar su mano, caminé frente a él, esperando la respuesta de Miranda que repentinamente se había quedado callada.
-¿Miranda?
-Lo siento, lo siento...- se disculpó rápidamente.- Sí, lo sé- retomó- Era lo mismo con...
Se interrumpió a media frase.
Y otra vez los recuerdos me embargaron al recordar su nombre... Todo lo que había pasado hacía una semana. Janet, la pelea de comida, la indiferencia de Danny, cómo dejó la casa sin dirigirme la palabra. Y luego Jack, que salió a consolarme y se me declaró.
-¿Any?- ahora le tocó a ella romper el silencio.
-Lo siento- me disculpé con un hilo de voz.
-Lo siento- repitió ella.
-No te preocupes- dijo subiendo mi tono de voz.- ¡Ya vamos a llegar!
-¡Al fin!- exclamó Miranda- ¿Cuánto tiempo calculas?
-Unos cinco minutos.
-Siete- me corrigió Jack, guiñándome un ojo.
Reí por lo bajo.
-¿Qué?- inquirió Miranda.
-Corrección, siete.- dije rápidamente.- ¡Nos vemos! Te quiero mucho.
-Pero...
Colgué antes de que Miranda empezara a despotricar. Jack y yo reímos disimuladamente. Me atrajo hacia sí, rodeando mi cadera y me estrechó suavemente.
-Lo siento, pero quería pasar un rato más contigo.- admitió Jack.
Sólo para no confundir a nadie jajajaja aquí cuenta alguien más, pero seguramente ya saben quién es. Aquí les pongo rápidamente una aclaración, en Alemania a los maestros se les dice "Herr" y su apellido. Por ejemplo: si Danny fuera maestro, él se llama Danny Fontana, entonces sería "Herr Fontana". Es el mismo concepto con las mujeres, nada más que a ellas se les dice "Frau" (Herr- señor ; Frau-señora):
-¿Ya ven, jóvenes, que aquí la medicina es muy importante?- comenzó herr Weith- Si no ponen atención, cometerán errores. Aquí sólo aceptamos estudiantes de alto nivel, y si están aquí, es porque en realidad están en un alto nivel.
Di un hondo suspiro y me volví hacia la ventana, clase de Anatomía con herr Weith ¡Vaya dilema! Una simple provocación y sacaba el mismo sermón.
Jugueteé con el lápiz que tenía en mi mano derecha, mientras que con la izquierda estrechaba suavemente la mano de Janet.
Dos semanas, dos semanas intentando recuperar a Any y a pesar de todo, la había perdido. Ella ya no me amaba... y aún así, yo seguía atrapado entre sus redes, cada vez que la recordaba, la sentía tan real. Ella era parte de mí y ya no podía sacarla, no podía y no quería.
-Bueno, pueden irse, muchachos- dijo herr Weith consultando su reloj- en dos minutos toca.
Tomé cansinamente mis cosas y las metí a mi mochila. Janet besó mi mejilla.
-¿Estás bien?- preguntó preocupada.
Asentí lentamente.
-A tu lado sí.
Ella sonrió de oreja a oreja y estrechó mi mano.
-Es hora del almuerzo ¿Quieres a algún lugar en especial?- me preguntó.
Negué con la cabeza y sonreí.
-Hoy te toca a ti- murmuré.
Ella pareció meditarlo.
-Cierto... bueno, entonces vámonos por una típica salchicha alemana ¿Qué te parece?- dijo- Dicen que hay un restaurante a dos cuadras que tiene las mejores.
Me guiñó un ojo.
Reí, sacudiéndole el pelo.
-Muy bien, déjame termino de recoger mis cosas- accedí.
Janet asintió.
-Voy por mi bolsa, nos vemos allá afuera ¿Te parece, amor?
-Claro, nos vemos en cinco minutos- me despedí, besándola en los labios.
Janet sacudió la cabeza sin perder la sonrisa, se incorporó y salió del salón.
Suspiré pesadamente ¡Dos semanas!
El salón quedó completamente vacío a excepción del maestro, que también demoraba en recoger sus cosas.
-Tú vas muy atrasado, Danny- comentó levantando la vista hacia mí.
-Lo siento, es que tuve problemas con mi familia.- me disculpé.
Herr Weith sonrió.
-¿Por eso faltaste dos semanas?- preguntó.
-Sí- me limité a contestar.
-Eres muy buen estudiante... y quiero ayudarte. Si tienes alguna pregunta, ven después de clases y con gusto de la contestó.
-Gracias, profesor- agradecí.
Él sonrió, colocándose su abrigo.
-Sal antes de que llegue Frau Ross y te encuentre aquí. No le gusta que los jóvenes no almuercen- comentó cerrando la puerta tras de sí.
Metí los últimos libros a mi mochila y entonces vi la foto. Quedé rígido en mi lugar, observándola con incredulidad.
-Any...- murmuré.
Salía tan bella en la foto. Con razón la había guardado.
Su cabello castaño, caía en cascada por su espalda y sus hombros, estaba tan laceo. A ella francamente le iba bien el cabello laceo. Tan natural como era, no traía maquillaje y aún así, sus ojos se veían perfectos. Brillaban intensamente, resaltando su color café, mientras que sus mejillas sonrosadas le daban un toque infantil que tanto me gustaba. Incluso sus labios, contrastaban con su piel pálida, tan rojos como el carmesí. Aquella foto había sido antes de irme. Yo la rodeaba con mis brazos, mientras ella reía a carcajadas intentando soltarse. Miranda nos pilló desprevenidos y un día antes de irnos nos dio una a cada uno, con la idea de que así nunca olvidaríamos lo que éramos.
Las dos semanas aún me atormentaban. Nunca pensé que fuera posible extrañar a alguien de esa manera. Deseé tenerla entre mis brazos una última vez...