Abrí los ojos de golpe. Estaba sudando de pies a cabeza. Me incorporé sobresaltada y miré a mí alrededor con desconcierto.
Había una ventana enfrente de mí que alumbraba la esplendorosa y lujosa recámara en la que me encontraba prisionera. Sentí rabia, pero tuve que contenerla al sentir el pulsante dolor en mi cabeza. Automáticamente coloqué mi mano sobre ella. Miré con mayor atención el lugar. Había dos estantes de libros al lado de la ventana. Justo enfrente había una hermosa mesita de té con dos sillas a juego sobre un tapete perfectamente hilado. Aquellos colores opacos le daban un aspecto triste a la habitación. La pared de madera tallada y brillante se confundía un poco con el piso haciéndome sentir encerrada en una caja. Incluso había una cómoda a mi lado con un reloj mostrando las seis, pero ¿De la mañana o de la tarde?
Me removí incómoda en la cama de dosel. Pero si éste no era mi cuarto. A penas caía en la cuenta de que nada era un sueño. Todo era real. Me sentí encolerizada al saber que todo era gracias al tal Mateus. Me incorporé y paseé de un lado al otro de la habitación. Primero que nada: No sabía dónde estaba. En segundo: Ni si quiera sabía por qué tantos lujos. Y por último: ¿Qué pasaría conmigo?
En ese momento se abrió la puerta de la habitación. Una joven de aspecto humilde se adentró con cautela, mirándome de pies a cabeza. Me paré en seco.
-¿Quién eres?- pregunté.
-Soy Adelaida.- contestó tímidamente.- Yo soy la encargada de limpiar tu habitación.
La miré con el seño fruncido.
-No lo necesito.- contesté con poca cortesía.
La joven se encogió intimidada.
La fulminé con la mirada. Al ver su miedo, suavicé mi expresión y sonreí.
-Lo lamento, estoy asustada, eso es todo…- me disculpé avergonzada.
-¡Qué terrible! El señor Mateus a veces es muy cruel, pero tiene sus razones.
Respiré hondo intentando no explotar de rabia ¿Cómo se excusaba por él?
-Sólo quisiera saber dónde estoy.- susurré entrecortadamente.
-Pues, no puedo decir mucho. Sólo que usted está en Londres, en un instituto. El buen señor Mateus sabía que usted tiene que terminar sus estudios antes de que se casen.
Ahogué un grito encolerizado. Me sentía impotente, aterrada y a pesar de todo quería estrangularlo. Ya había lastimado suficiente a mi familia sólo por querer casarse conmigo. Empecé a caminar de un lado a otro con impaciencia.
-¿Cómo se llama el instituto?- pregunté.
-No se me está permitido decirlo.- susurró avergonzada.
Maldije para mis adentros. Nos quedamos calladas.
-Debería prepararse, las clases empiezan en una hora.- dijo antes de salir de la habitación.
Miré cómo se cerraba la puerta. Me volví, había una puerta al fondo. Me acerqué y la abrí. Un inmenso baño. La cerré de golpe y corrí a la cama. Me tendí y empecé a llorar. A pesar de que no sirviera de nada me sentía vacía, necesitaba desahogarme. Esto era una locura.
A los pocos minutos alguien tocó la puerta.
-Pasen.- dije con la voz quebrada.
Adelaida abrió y se acercó a mí con un bulto de ropa en la mano. Lo extendió hacia mí.
-Es tu uniforme.
Gruñí. No me pondría uniforme.
-Señorita Sabas, por favor. Si llega tarde su esposo se enojará.
La miré con desdén.
-No es mi esposo ni mucho menos mi novio… ¿Entendido?- dije molesta.
Ella pareció intimidada. Dejó la ropa a mi lado y salió de la habitación rápidamente. Descubrí mi rostro y tomé la ropa. Me metí al baño y me di una ducha, larga y algo tranquilizante. Me sequé el cabello con lentitud y me puse la ropa con desgana. Una blusa de botones, un suéter azul claro, una falda del mismo color y unas medias. Cuando salí, un sequito de hombres corpulentos e intimidantes me esperaban. Los miré sorprendida.
-¿Pero qué…
-Venimos por órdenes del señor. La escoltaremos a su salón.- dijo uno con voz autoritaria.
Asentí lentamente, indignada y me dirigí a la puerta. Los seis me abrieron paso. Al salir, una señora de mediana estatura, curvas grandes y el rostro surcado de arrugas me esperaba. Me extendió la mano y se la estreché.
-Buenas tardes, jovencita Baggio.
Aquello me desconcertó completamente ¿Baggio? Pero ¿De dónde había sacado aquel apellido? Caí en la cuenta unos minutos después, cuando la directora me empezó a mostrar el instituto. Parecía ser que ya me tomaban como la supuesta esposa de Mateus. Me sentí asqueada. Ya no podía soportarlo.