domingo, 19 de diciembre de 2010

No más libertad.

Aquí va el siguiente capítulo del maratón jejejejejeje Muchas gracias por los comentarios y espero que les guste el capítulo :D :D :D :D :D :D :D :D



-¡Lista para la cena, cariño!- exclamó Adelaida entusiasmada.

Una nueva carga de lágrimas se desbordó por mi rostro.

-¡Pero no llores!- dijo ahora consternada- Se te correrá el maquillaje otra vez...

Asentí lentamente y limpié mis lágrimas con brusquedad.

No lloraría más por Mateus. Necesitaría estar calmada, sin lágrimas, para poder gritarle en la cara lo cobarde y sucio que era.

-¡Alex!- gritó Adelaida.

Como respuesta, entró aquel muchacho de espalda ancha y músculos formidos, que, estaba segura, era la causa de que no hubiera podido entablar una conversación tranquila con las demás chicas del instituto.

Una mueca de desprecio lo delató.

-¡Vamos!- exclamó Adelaida pasando a la molestia- no seas inmaduro y da tu opinión.

Se encogió de hombros.

-No está mal- comentó- pero eso es para mujeres... los hombres no opinamos de moda.

Adelaida lo fulminó con la mirada.

Éste suspiró resignado.

-Sí- dijo de mala gana- se ve "hermosa".

-Gracias por el cumplido- me defendí sarcástica.

-No hay de qué, siempre voy a estar para mentir descaradamente- contestó fríamente.

-Si va a ser así, entonces ¿Para qué te molestaste? De cualquier manera a mí tampoco me agradas mucho- repuse.

-Perdón, pero quería hacer más patente que te odio.- se disculpó con sorna.

Tuve el impulso de sacarle la lengua como una niña pequeña y meterme en el baño, pero no, debía afrontarlo.

-Pues, lo lograste- contesté.

Una sonrisa forzada se dibujó en ambos rostros.

-Bueno,- dijo Adelaida con nerviosismo- mejor... mejor vente, cariño. No querrás llegar tarde.
Asentí con desgana. Si por mi fuera ni si quiera iría.

Adelaida se volvió hacia Alex.

-Nos vamos Alex, avísale a tus hombres- ordenó suavemente.

Alex salió, dándonos la espalda. Deseé lanzarme contra él y derribarlo, pero no podría. Él era gigantesco y a la menor provocación estaba segura de que no dudaría en golpearme, y para gran pesar mío, no sabría cómo protegerme. Sería tonto, no sabía nada de peleas... "Me meteré a clases de defensa personal" Pensé para mis adentros con malicia.

-Eres muy infantil- comentó Adelaida divertida- Ni aunque supieras cómo, lograrías vencerlo... todo lo que ha pasado el pobre... es tan dura que estoy segura que te envidia. Dale una oportunidad.

No quise prometer nada, por lo que guardé silencio, preguntándome para mis adentros cómo se había dado cuenta de mis intenciones.




Ya salíamos del edificio cuando empezó a oscurecer. Recordé el motivo de la visita y me armé de valor. Debía conseguir esa libertad.

Justo en el momento en el que di un paso fuera de aquella cárcel, sentí como si todo hubiera cambiado, el aire que respiraba, el suelo que pisaba. El vértigo de la libertad me embriagó sobremanera. Inconscientemente di saltitos de felicidad. Sólo cuando me percaté de la mirada de desaprobación de Alex, me di cuenta de lo que hacía. Subimos a un auto negro como la noche. Tan alto y mostruoso que me recordó, para mi pesar, la camioneta de Fabián, igual de monstruosa e intimidante. Alex me empujó con brusquedad dentro del auto. Lo fulminé con la mirada, pero él me ignoró olímpicamente.

El camino fue atormentador, Adelaida iba a mi lado intentando darme ánimos, pero cada vez que mencionaba el nombre, volvían aquellas ansias de lanzar cosas.

Justo cuando la luna tomaba su posición astral, paramos frente a un edificio gigantesco y sombrío. La fachada era negra, con una puerta giratoria en la entrada. Sus vidrios eran opacos y tristes, como queriendo recordar una época remota. El frío me caló hasta los huesos, y a causa del vestido que llegaba justo bajo mis rodillas, mi piel se puso de gallina. Alex me flanqueó junto a un muchacho de expresión compasiva, pero aire autoritario, que no perdía la oportunidad de reprocharme por no haber traído un suéter más grueso.

-Te agradezco tu interés por mi bien estar- empecé cortésmente- pero el señor Mateus pidió que fuera este suéter y no tengo otro.

-Le puedo prestar mi chaqueta- insistió.

Sonreí.

-Muchas gracias, Tomás- agradecí- pero así estoy bien.

Me sostuvo la mirada un largo rato hasta que desistió y desvió la mirada.

Al entrar nos recibió un centenar de gente. Todos bien vestidos y educados. Subimos varios pisos por el elevador hasta llegar frente a una puerta gigantesca para un pasillo tan estrecho. Por dentro, el edificio, no parecía tan viejo como por fuera. Las luces, los escritorios, todos daban la sensación de un ambiente moderno y seguro, mientras que la fachada de nostalgia e inseguridad. Adelaida tocó a la puerta.

Aquellos segundos fueron de terrible tensión. Recordé nuevamente aquel rostro frío, de ojos grises. Fueron tan largos aquellos segundos, que deseé salir corriendo como muchas otras veces en este día, pero, aunque yo no quisiera, me habían metido en este juego y yo no era de las que dejaban las cosas a medias.

La puerta se abrió con una lentitud pasmosa. Una joven a penas unos años mayor que yo, seguramente, nos escrutó de pies a cabeza con la mirada. Con el cabello recogido completamente hacia tras, el exceso de gel y la falda negra que llegaba bajo las rodillas, le daban un semblante serio y autoritario.

-¡Alex!- saludó con un fingido entusiasmos- te vemos de vuelta... ¿Quién de ustedes dos es la señorita Baggio?

Adelaida y yo intercambiamos una larga mirada.

-Soy yo- me adelanté.

Extendí la mano. La joven me la estrechó con suavidad.

-Un placer, Any- dijo risueña- soy la secretaria del señor Mateus, Ella.

-El placer es mío- contesté con sinceridad.

¡Qué amable era conmigo! Sonreí divertida.

-¿Está el señor Mateus?- preguntó Adelaida intentando ver sobre el hombro de Ella.

Ella negó con la cabeza.

-Está en el último piso...- dijo con un tono forzado.

Me volví inmediatamente hacia Adelaida, que parecía desconcertada.

-Pero dijo que llegáramos a esta hora- repuso confundida.

-Precisamente por eso estoy aquí- explicó Ella- me pidió que les avisara que había cambio de planes. Hubo una emergencia y tuvo que atenderla.

Mi confusión pasó a ser desconcierto ¿Significaba eso que ya no negociaría mi libertad?

-¿Qué significa todo esto?- quise asegurarme.

-Que el día de hoy se cancela la cena, querida- explicó Adelaida con frustración.
No logré articular ninguna palabra más ¡La cena de mi libertad cancelada! Quedé rígida en mi lugar.

-Aún así quisiera verlo- dije después de un largo e incómodo silencio- aunque no haya cena.

Todas las miradas se posaron sobre mí. Unas cargadas de odio, otras de compasión y hasta algunas de desconcierto.

-Pero, cariño...

-Adelaida- la interrumpí- quiero en realidad negociar mi libertad.

-Pero, la entrada allá arriba está estrictamente prohibida para el personal.

-Yo no soy personal, soy su "esposa" y quiero hablar con él. Primero morir antes que volver igual de limitada- contesté.

-Alguien debe acompañarte, Any- dijo Ella con el terror dibujado en el rostro- nadie, desde que se construyó el edificio, sabe qué hay allá arriba... y las historias que cuentan no son muy agradables.

-¡Yo la acompaño!- exclamó Tomás con un aire infantil.

Ahora todas las miradas se posaron sobre él.

-Mejor enviamos a alguien con má cerebro- murmuró Alex entre dientes.

-Yo estoy de acuerdo- dije con malicia.

Alex ni si quiera se inmutó.

-Yo también- coincidió Adelaida.

Me sonrió con complicidad y le devolví la sonrisa.

-Entonces, vamos- dijo Ella algo dudosa- yo los guiaré.

Me abrí paso entre los seis cuerpotes de los guardaespaldas, pero ahora, el único que siguió detrás de mí, fue Tomás.

Por primera vez me percaté de que tenía unos ojos verdes, pero no esmeralda como los de Danny, sino limón. Un verde limón tan intenso que estaba segura que hasta en la oscuridad podrían brillar.

2 comentarios:

¡Me encantan los comentarios! Agradezco que te hayas pasado unos minutos.