viernes, 27 de enero de 2012

Esclavos de las sombras (Parte 1/3)

Bueno, pues, antes que nada, quiero informar dos cosas. La primera es que en la parte de hasta abajo, donde dice "Te pareció... divertido, triste, interesante" Le voy a cambiar un poco ^.^Es sólo un experimento, lo prometo. Pero ahora, en lugar de poner qué tal te pareció el capítulo, preguntaré si publico en tres días, en una semana o en cinco días ;) Ya ustedes elegirán cuando y entonces publicaré el capítulo hahahaha. Y bueno, como segundo, quiero decirles que, paralelamente a ⌘Cαżαdοrα εrrαητε⌘, voy a publicar un pequeño relato de tres partes ;) Hehehehe es que verán que de repente me inspiré y salió el relato de mi cabeza. Entonces me encantaría compartirlo con ustedes. Por lo que, no sé si lo quieren tomar como buena o mala noticia, pero éste no va a ser un capítulo de ⌘Cαżαdοrα εrrαητε⌘. Va a ser la primera parte de "Esclavos de las sombras". Pero voy a intercalar. Una vez ⌘Cαżαdοrα εrrαητε⌘ y a la siguiente "Esclavos de las sombras". Y para que no se me alarmen, ni les de flojera comenzar con la nueva historia, les recuerdo. No es historia, es relato de tres partes. Así que, bueno, bienvenida a Deny, antes que nada, al blog y espero que les guste el relatoo.


-Te está mirando- me susurró mi amiga disimuladamente mientras secaba un plato.

Automáticamente bajé la mirada hacia mis manos.

-Un capuccino, por favor- escuché.

¿Me seguiría mirando?

-Un capuccino, por favor- insistió la voz.

Salí bruscamente de mi ensoñación y encaré a la señora frente a mí, que me miraba con fastidio.

-Lo siento ¿Qué se le ofrece?- pregunté tímidamente.

La señora frunció el ceño con inquisición, al tiempo que colocaba el dinero sobre la barra.

-Un capuccino- canturreó molesta, como si le estuviera hablando a un niño de tres años.

Solté un hondo suspiro.

-Sandra- le hable a mi amiga- un capuccino… ¿Con crema o sin crema?- pregunté, volviéndome hacia la señora.

Entonces observé cómo el muchacho sentado en la mesa quince se levantaba, dejaba unas monedas sobre la mesa y sin siquiera dedicarme ni una mirada más, salía del local con garbo y elegancia.

-Con crema… chica… ¡Con crema!- me gritó la señora casi escupiéndome en la cara.

Solté un respingo, mientras le daba click a la pantalla touch frente a mí.

-Serán 2 euros con cincuen…

-¡¿Me quieren pagando los cincuenta centavos después de la forma en que me atendieron?!- protestó la mujer mirándome rabiosa.

La miré incrédula.

Entonces sentí cómo Sandra me daba un empujón cariñoso y tomaba mi lugar.

-Pues si no le gusta cómo servimos, entonces pague los cincuenta centavos y para la próxima busque otro local en el que sí le sirvan bien- repuso Sandra tomando el dinero exacto y entregándole el capuccino a la mujer.

Ésta salió airada del local, tirando a su paso un par de gotas de su capuccino. La gente en la cola la miraba con confusión, mientras algunos otros nos miraban con inseguridad.

-Sofía, encárgate de que no vuelva a suceder…- me suplicó Sandra, dándome unas palmaditas en la espalda.

No pude más que asentir con la cabeza al tiempo que retomaba mi lugar y atendía al siguiente.

Aunque en algún lugar dentro de mí, había algo que deseaba febrilmente que el muchacho hubiera olvidado algo y volviera a entrar al local.

Después de cuatro clientes, Sandra se acercó a mí y me entregó una cartera en la mano.

-Me cae que lo hizo a propósito- comentó mientras sonreía pícaramente.

La miré con la duda dibujada en el rostro.

-Cupido olvidó su cartera en el asiento- explicó mirando significativamente el objeto negro que yo sostenía con ambas manos.

Mis latidos se aceleraron ¿Finalmente hablaría con él? Desde hacía dos meses que lo veía sentado en la misma mesa, tomando el mismo café y mirando hacia la ventana. El problema era que era durante el turno de mesera de Sandra y por lo tanto yo no lo atendía. Aunque en realidad la idea de hablar con él me daba pavor. Sandra ya me había contado varias veces que cuando lo miraba a los ojos veía algo más que un simple muchacho. Eran tan transparentes, que parecían un cielo nublado e infinito. Pero yo no podía comprobarlo, porque, para ser sincera, nunca lo había visto a los ojos. La única razón por la cuál tenía algún interés en él, era porque Sandra siempre decía que a la única persona que miraba con intensidad, era a mí. Cuando no estaba mirándome, estaba mirando por la ventana. Yo no sabía si eso debía asustarme, pero más que nada estaba intrigada, curiosa.

Me decepcionó que no hubiera pasado a recoger su cartera, pues pasaron los días y no lo volví a ver. Tampoco me atreví a abrir la cartera. Tenía miedo de encontrarme con aquellos ojos aunque fuera en pintura. Cuando llegó el día acostumbrado, en el que el muchacho llegaba a las cinco y se iba a las seis, para sorpresa de Sandra y mía, no llegó.

-No creo que haya dejado la cartera con intención- comenté mientras la observaba, metida en una caja bajo el mostrador.

Al noveno día ya había olvidado prácticamente lo sucedido. Y a las dos semanas, abrimos la cartera por primera vez.

-No es posible que no se haya dado cuenta que había dejado la cartera. Si yo hubiera sido él, ya hubiera venido a buscarla desde hace días- comentó Sandra, sacando cincuenta euros, pero ninguna credencial o identificación.

-No hay manera de localizarlo- murmuré extrañada.

-Tal vez pensó que se la robaron- continuó Sandra sin salir de sus cavilaciones.

-Disculpe- dijo un cliente detrás de mí.

Me volví precipitadamente. Había olvidado por completo el trabajo.

Rápidamente miré la pantalla.

-¿Qué desea?- pregunté abriendo una cuenta nueva.

-Mi cartera- contestó el muchacho.

La sangre se me heló, como si un balde de agua fría me hubiera caído en la cabeza.

Tragué saliva con dificultad al tiempo que levantaba la cabeza y me encontraba por primera vez con aquellos ojos transparentes ¡Y vaya que lo eran! Parecía como si hubiera un cielo allí dentro, custodiado por una pupila tan negra como el carbón.

“Ya nos extrañaba que no viniera” “Queríamos localizarlo.” De todas las cosas que podía decir, lo único que me salió fue un titubeante “En seguida” al tiempo que le daba la espalda.

-Sandra…- murmuré extendiendo la mano- la cartera, por favor.

Sandra me entregó la cartera con extremada lentitud, como metida en un trance. Me volví con pasmos e intenté evitar su mirada cuando le entregué la cartera.

-Gracias, Sofía- dijo con una dulzura desconcertante.

No pude evitar encararlo.

“De nada”

-¿Cómo sabe mi nombre?- pregunté.

El muchacho sonrió despreocupado y señaló el gafete colgado de mi cuello. Me sonrojé al instante, limitándome a asentir con la cabeza.

-Ya que estoy aquí, te pido dos tazas de chocolate caliente.

El movimiento de su boca era tan hipnotizante, que a duras penas podía concentrarme en sus palabras.

-¿Para llevar o para tomar aquí?- tartamudeé, provocando que mis mejillas se encendieran más de lo que ya estaban.

Sólo evidenciaba mi nerviosismo.

-Para tomar aquí.- contestó mirando hacia los pasteles en la vitrina.- y un pedazo de pastel de manzana ¿O tú qué me recomiendas?

Aquella pregunta me tomó desprevenida.

-El de cubierta de vainilla- contesté sin pensarlo dos veces.

Él pareció pensarlo por un momento.

-Entonces, el de cubierta de vainilla será- dijo sonriéndome con complicidad.

No pude más que contestarle con una mueca de nerviosismo.

-Sandra, prepara dos tazas de chocolate para…- lo pensé por un momento ¡Lástima que él no tuviera un gafete colgando del cuello!- para el muchacho.

Sandra se movió torpemente hacia la máquina y tomó dos tazas de capuccino.

Sonreí, al tiempo que la empujaba suavemente y hacía su trabajo. Serví un poco de leche con chocolate, recién preparada hoy en la mañana y le puse un poco de cocoa encima a las tazas espumeantes.

Tomé aire antes de dejar las tazas sobre la barra y encarar nuevamente al joven.

-En seguida llevamos las cosas a su mesa.- le informé indicándole con la mano que tomara asiento en alguna de las mesas libres.

Él asintió antes de dedicarme una última sonrisa y sentarse en la mesa acostumbrada. Por primera vez me pregunté para qué querría dos tazas de chocolate… tal vez esperaba a alguien.

La respuesta a mi pregunta llegó diez minutos después, justo en el momento que coloqué las tazas y el pedazo de pastel sobre la mesa. Sorprendentemente, hoy había llegado en mi turno de mesera.

En ese mismo instante la puerta de la cafetería se abrió y una chica despampanante, de cabellos rubios que llegaban hasta su cadera y ojos tan azules que contrastaban sobremanera de su rostro pálido, se acercó sin vacilar hacia nosotros. El muchacho se incorporó al instante y se acercó a la chica con tranquilidad, mientras la tomaba de la cintura y le daba un dulce beso en los labios.

Pero la chica me lanzó una mirada asesina.

-¿Qué miras, criada?- me espetó.

Rápidamente desvié la mirada y continué con mi tarea. Chica superficial, pero extremadamente guapa y un muchacho con la cabeza hueca ¡Por supuesto! No faltaba más. Caminé de vuelta a la barra intentando disimular mi enojo ¡¿En qué rayos pensaba cuando se me pasó por la cabeza que el chico me interesaba?!

···

Observé a Amidala con deseo. Era mi chica y nada más que mía. Ella sonrió, mostrando sus dientes puntiagudos pero perfectos.

-¿Es esto lo que me querías mostrar?- preguntó con su voz de ángel, aunque no tenía nada de uno.

-Es a la chica a la que te quería mostrar- contesté mirando disimuladamente a la estúpida humana que nos había atendido.

Amidala se volvió hacia la chica y le lanzó una mirada asesina, a pesar de que ésta estaba más bien concentrada en servir tazas de café.

-¿Y?- inquirió.

-¿No te parece perfecta para la tarea?- pregunté buscando su mirada.

Amidala me miró con cara de pocos amigos.

-Nos tienen vigilados, Alan ¿Qué parte no has entendido?- me reprochó.

Fruncí el ceño mientras me cruzaba de brazos y me recargaba en la silla.

-Lo sé, pero quiero que sea tu regalo de cumpleaños.- insistí mirando hacia la ventana.

Noté de reojo cómo su mirada se suavizaba.

-La regla es que ella debe decidir ir. Porque si es a la fuerza, sabes las consecuencias, cariño- me recordó Amidala.

Al volverme, vi el destello desafiante en sus ojos azul marino.

Sonreí divertido.

-Los humanos son tan tontos, que siempre caen.- aseguré.

Amidala correspondió con otra sonrisa.

-Te amo- articuló con los labios.

Mi sonrisa se ensanchó.

-Para tu cumpleaños- aseguré.

-Te ayudaré un poco- propuso Amidala con una sonrisa felina.

Fruncí el ceño.

-Tú sólo sígueme la corriente- dijo en un susurro antes de levantar la voz- Es increíble…

-¿Qué es increíble?- protesté desconcertado.

-Nunca me escuchas- repuso repentinamente molesta.

Entonces entendí su juego. Mis labios se curvaron en una sonrisa.

-¿Que nunca te escucho?

-¡Siempre estás mirando ausente hacia la ventana!- gritó rabiosa.

-Pero no por eso no te escucho…

-Cuando hablas con alguien, lo miras a los ojos. Y por lo menos contestas un “sí” desinteresado. Pero tú ni siquiera pío ¡Estoy harta!- dijo levantándose de su asiento.

-¿Eso qué significa?- murmuré escrutándola con la mirada.

-¡Que terminamos!- gritó de vuelta, antes de tomar su bolso y dirigirse hacia la salida, no sin antes dedicarme una mirada cómplice.

Observé por la ventana cómo mi chica salía sin mirar atrás. Amaba su carácter, de eso no cabía duda.

Esperé unos segundos antes de levantar la mano.

La chica humana ni siquiera se percató de mi movimiento. Seguía concentrada en su trabajo. Aquello me sacó de mis casillas.

Entonces su compañera le dio una palmadita en el hombro y le indicó con la mirada que tenía más trabajo.

Finalmente la chica se volvió y tomó su charola antes de acercarse a mi mesa. Tenía que serenarme, tenía que serenarme. Todo debía salir de acuerdo al plan.

-La cuenta, por favor- murmuré bajando la vista.

La chica no reaccionó de inmediato… otro punto en su contra. Respiré hondo, intentando serenarme por segunda vez.

-Era una chica difícil ¿Verdad?- dijo en un susurro a penas audible, mientras apuntaba algo en una libretita.

-No era mi tipo- contesté fríamente.

Arrancó una hoja y la puso sobre la mesa.

No fue hasta que me percaté de su mirada, que supe que olía el peligro ¡Tenía que serenarme! Me repetí por tercera vez. Ella no debía desconfiar de mí.

-Es difícil encontrar a la correcta- intentó consolarme.

Sonreí burlón ¿Y ella qué sabía? Era tan inocente como una rosa. Una presa perfecta.

-No creo que exista la correcta- mentí sacando mi cartera y pagándole.

Ella negó con la cabeza, metiendo el dinero en un bolsillo de su delantal.

-Lo veo en tus ojos- dijo con una seguridad que hasta ahora no había demostrado- La amas.

Aquellas palabras me tomaron terriblemente por sorpresa. Guardé silencio por un momento.

-No- volví a mentir- mi interés está en otra persona.

Pero los ojos de la chica no se iluminaron como estaba esperando.

-Una oportunidad perfecta para comprobar mi teoría- bromeó dándome la espalda.

No pude evitar sonreír. Algo en sus palabras traía una verdad. Pero al pensar en ello me percaté de que la oportunidad se me estaba escapando de las manos.

-Espera, Sofía- solté sin pensarlo.

La chica se volvió lentamente.

-Qué sorpresa que no hayas olvidado mi nombre- comentó sarcástica.

-¿Cuándo termina tu turno?

···

-¿Cuándo termina tu turno?

Sus palabras me tomaron desprevenida ¿Qué insinuaba?

-A las ocho…- contesté dudosa.

El chico sonrió mirando hacia otro lado.

-¿Vengo por ti a las ocho y cuarto?- propuso.

No pude evitar mirarlo con la boca abierta ¡¿Pero qué se creía?! ¡Ni siquiera sabía su nombre!

-No estoy segura de ser la chica correcta- me negué dando unos pasos más hacia atrás.

Él se incorporó y pude ver que me llevaba una cabeza, lo que lo volvía algo intimidante.

-¿Y si comprobamos tu teoría?- insistió, dando un paso hacia mí.

Mi corazón se aceleró irremediablemente. Pero había algo que no encajaba del todo ¿Era yo su segunda opción porque había terminado con su novia? ¡Era un abusivo más bien!

-Sí- contesté automáticamente.

¡¿Pero qué rayos…?!

-No- me corregí- perdona… ni siquiera sé tu nombre y… además…

Pero cuando sus ojos se cruzaron con los míos, las palabras desaparecieron de mis labios. Un escalofrío recorrió mi espalda.

-Sofía, llevo observándote desde hace dos meses y desde entonces, he estado esperando este momento. Mi nombre es Alan- se presentó de una manera tan extraña que quedé más desconcertada que antes.

-Yo… Alan… no creo…- tartamudeé- Sí.

-Muy bien, entonces a las ocho y cuarto pasaré por ti.- se despidió dándome un beso en la mejilla.

Tomó su chaqueta y salió del local antes de que yo pudiera protestar ¡Pero esto era anormal! ¡¿Cómo lo hacía?! ¡Yo no quería salir con un desconocido!

Volví a la barra fuera de mí. Incapaz de asimilar correctamente lo que había sucedido… ¿Tenía una cita hoy mismo, a las ocho y cuarto, con un chico que ni siquiera conocía… y a parte, era de esos petulantes y creídos? ¡Increíble! ¡Pero qué tonta era! ¡Debía cancelarla cuanto antes! ¡Pero ni siquiera tenía su número de teléfono!

Sacudí la cabeza y automáticamente dirigí mi mirada hacia la puerta de entrada, como si esperara que él siguiera allí. Pero todo había sucedido como un sueño. Tan rápido que a penas lo había percibido.

-¿Sofía?- escuché a Sandra- ¿Sucede algo?

Negué con la cabeza.

-¿Estás segura?

Intercambiamos largas miradas.

-Creo que tengo una cita con el chico de ojos transparentes…- me limité a contestar.

Sandra me miró con los ojos abiertos como platos.

-¡¿Es en serio?!- gritó.

La mitad de las miradas en la cafetería se dirigieron hacia nuestro paradero.

-¿En serio?- repitió en un susurro.

Asentí con la cabeza.

-¿Cuándo? ¿Cómo sucedió? ¿Qué hiciste?

Eran tantas preguntas, que no tuve tiempo de contestar a todas.

-Cuando cierre el café… tengo quince minutos para prepararme- fue todo lo que pude decir.

Sandra soltó una carcajada mientras daba brinquitos de alegría.

-Pícara máquina del amor ¿Para qué crees que tienes a la doctora corazones al lado? ¡Yo te ayudo! Tengo descanso en una media hora. Puedo pasar a mi casa y recoger un vestido ¿Qué te parece?

Sonreí de oreja a oreja.

-¡Eres un ángel caído del cielo!- exclamé divertida.

Ambas reímos, pero nuestras risas se apagaron cuando empezamos a escuchar protestas por parte de los clientes. Cada una volvió al trabajo con una sonrisa en el rostro. La perspectiva de prepararme en quince minutos para una cita me sonaba muy divertida. Y así pasamos el resto de la tarde. Sirviendo café y pastel, pero sin perder la sonrisa. El tiempo parecía burlarse de nuestras ansias de que llegara la hora, porque pasó lento. Los clientes llegaban en masa y las mesas que había que limpiar se llevaron gran parte del tiempo también. Aunque había momentos que no podía evitar dudar de lo que había sucedido. Todavía había algo que no encajaba del todo, algo que me hacía dudar, además de que su actitud no encajaba para nada con su aspecto. Cierto que al principio me había parecido muy dulce, pero cuando hablamos por última vez, sus palabras siempre parecían amenazantes al final. Unas palabras que me invitaban a rehuir. No sabía qué esperar de aquello, en realidad.

Y cuando llegó la hora, Sandra me entregó el vestido y me obligó a entrar al baño a cambiarme. En tiempo récord, salí trastabillando del baño, intentando ponerme correctamente los legins y los converse. Sólo podía agradecer que no me había puesto unos tacones, porque allí si no la hubiera librado.

-¡Maravilloso! ¡Sabía que te quedaría!- me elogió Sandra, limpiando la mesa al otro lado del local.

Reí, mientras me sentaba en una silla y me colocaba correctamente el zapato.

-En seguida te ayudo a trapear, sólo me amarro las agujetas y…

-No, no, no- me interrumpió Sandra, caminando hacia la barra y sacando su bolsillo.- Tú tienes una cita pendiente conmigo y mis maquillajes.

La miré con cara de pocos amigos.

-Sandra, no es necesario- miré el reloj- quedan diez minutos y…

-¿Y crees que será puntual?- repuso divertida, al tiempo que me tomaba de la mano y me conducía de vuelta al baño.

-¿Y quién va a trapear el piso y limpiar la máquina?- proteste.

Sandra bufó.

-Excusas. Yo no tengo citas con muchachos sexys hasta el viernes ¿Entendido? Así que ya me lo pagarás.

Eran excusas, cierto. Pero le tenía pavor al maquillaje.

-Por favor…- le supliqué- no te emociones…

Sandra frunció el ceño mientras comenzaba con su trabajo. Me miré al espejo, preguntándome qué tanto pudo haber visto Alan en mí. Mi cabello no tenía nada que ver con el de su exnovia. Era café castaño y caía en rulos, recogido en una cola de caballo. Además de que mi rostro estaba pálido como el de un muerto y ojeroso a falta de sueño en las noches. Sandra puso polvos por aquí, polvos por acá. Un rosa ligero para los labios y un poco de rimel. No se había emocionado…

Suspiré de alivio cuando tomó mi cabello de un jalón y me quitó la liga, dejando que cayera en cascada sobre mis hombros. Sacó un cepillo de su bolsita mágica ~Nótese el sarcasmo~ y lo cepillo con cuidado.

-¿Ves?- susurró, al tiempo que yo me mordía los labios para no protestar.

Perdí la noción del tiempo, pues al salir del baño, me percaté de que Alan ya me esperaba frente a la puerta, cruzado de brazos y recargado contra la pared. Lo observé por un momento, antes de volverme hacia Sandra e intercambiar miradas de inseguridad.

-Vamos, es sólo un chico- me animó Sandra, guiñándome un ojo y empujándome hacia delante.- No te hagas del rogar…

Contuve el aire antes de caminar hacia la salida.

-¡Espera!- me detuvo Sandra.

Me volví rápidamente.

-Tu bolso- dijo entregándomelo en la mano.

-Gracias, Sandra- murmuré en realidad agradecida.

Ella me dedicó una sonrisa al tiempo que me cruzaba el bolso por el pecho y volvía a la marcha.

-¡Suerte!- se despidió.

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