lunes, 16 de enero de 2012

¿Cuántas veces le dije que no me tocara?

Pues, ya llegamos con el siguiente capítulo hehehe :D :D :D Lo siento, dije que publicaría el lunes, pero me salió un problema terrible en la escuela (Tuve que leer un libro entero para un test que tendría hoy) y bueno, hubo completamente cambio de planes. No pude hacer nada de lo que tenía planeado hacer ayer, así que, será hoy. Pero bueno, lo he estado pensando. No soy mucho de obligar a la gente ni nada por el estilo, pero me da curiosidad quiénes leen el blog ^.^ Me pondría muy feliz si encontrara un comentario suyo (A parte de Lu y Mindy, que por cierto, muchísimas gracias) Sé que la inspiración para los comentarios es difícil, porque para mí lo es hahahaha no tienen ni idea, me puedo quedar una hora sentada frente a la computadora y no sé qué escribir. Pero un sencillo ¡Hola!, en serio que se los agradecería con el alma. Aún así, aquí les dejo el siguiente capítulo y como siempre, espero que lo disfruten.



La herida en la espalda aún me dolía terriblemente, pero a pesar de todo, no me detuve. Seguía los pasos de él a prudente distancia.

Pero entonces descubrí que todas las heridas que tenía estaban limpias, sin rastro de sangre…

-¿Me curaste?- pregunté.

Él no se volvió para contestar.

-Lo menos que necesito ahora es llevarte cargando.

Por un lado estaba agradecida, pero por otro, molesta ¿Cómo se atrevía siquiera a tocarme? ¿Cómo podía yo confiar en el hijo del mayor de nuestros enemigos? “Pero también es hijo de Diana” dijo una vocecita en mi interior. La callé al instante.

Caminamos por horas sin que ni uno mediara palabra. Y a pesar de que las heridas me dolían terriblemente y me preguntaba febrilmente hacia dónde nos dirigíamos, guardé silencio, incapaz de hablar con mi supuesto protector.

Pronto salíamos por las rutas de comercio, caminando por la orilla, mientras la luz del sol nos daba directamente en el rostro. No fue necesario que mi protector me dijera que debía ponerme la capucha, pues yo ya la traía puesta, intentando, además de esconder mi identidad, cubrirme del fuerte Sol, que con tal calor, parecía querer derretirnos. Más que épico, esto era vulgar. Caminando sin rumbo fijo y además siguiendo al hijo de mi peor enemigo. Me sentía desfallecer. Mi deseo más febril era volver a casa con mi familia, aunque tuviera que ver la decepción en sus rostros… La soledad quería apoderarse de mi alma, la sentía tan cerca… y le temía.

Pero el guerrero, ajeno a mis pensamientos, ni siquiera me dedicó una sola mirada o se le ocurrió siquiera decirme qué tan cerca estábamos de nuestro destino. Desde mi paradero ~detrás de él~ parecía tan intimidante, erguido y de espalda ancha con una capa roja que rozaba sus pies y cubría su cabeza. Me recordaba a los mensajeros del agua, que al salir de ésta se volvían en sombras rojas que caminaban sin mirar atrás y destruían todo a su paso hasta llegar a su destino. Esa actitud era más propia del quemador, pero como todo en la naturaleza. El agua tenía dos caras, si veías a los mensajeros de sombras rojas, entonces no podías esperar nada bueno… pero si veías a los pájaros de cristal volar fuera de su hogar, el agua, entonces podías esperar fortuna y felicidad para tu familia.

Justo en ese momento, pasábamos junto a un lago de extensiones que abarcaban incluso más allá del horizonte. Los árboles dejaban de estar tan juntos los unos a los otros y los primeros hoyos en el suelo empezaron a divisarse a lo lejos. Eran casas subterráneas…

¿Qué tribu tenía casas así? Me pregunté, pero no expresé mis dudas en voz alta.

-Es el mercado, princesa, el famoso mercado de los αmϑητι- me informó como si hubiera leído mis pensamientos.

No contesté nada, limitándome a observar maravillada las pieles colgadas de estacas, los amuletos y la variedad de gente de agua que había en los alrededores. El silencio y la soledad huyeron lejos cuando mi protector y yo pasamos junto a la primer casa cerca del camino. Niños y jóvenes caminaban por los alrededores, mientras hombres y mujeres hacían los intercambios. Λδ ανιηē por un vestido decorado de chaquiras, cereales por un šεϖε, aquel animal a penas más grande que mi cabeza con alas de fuego y seis patas de hielo. No era precisamente un animal común entre nosotros, pero había buscadores, a los que llamábamos ςëηητřαș, o en otras palabras, guardianes de tesoros. Eran de los pocos que se atrevían a acercarse a los dominios de los dioses y traer de sus maravillas con nosotros. No es que alguno hubiera logrado entrar alguna vez, en realidad, la leyenda siempre ha dicho que el que entra nunca sale, pero hay seres de los dioses que se escapan y terminan en las tierras de los ηöη’καπ, allí donde los ςëηητřαș los buscan, los capturan y los traen a los mercados.

La boca se mi hizo agua al ver tanta comida, recordando con pesar cómo mi almuerzo del día se había quedado en el bosque después de que los ladrones me atacaran.

Pude notar cómo varias miradas recelosas se posaban sobre nosotros. Dirigí mi mirada hacia el suelo, a sabiendas de que los nervios empezaban a hacer mella en mí. Seguramente no faltaba poco para que un monstruo intentara atacarme. Y conforme nos íbamos adentrando más, el espacio se volvía más reducido y la cantidad de gente se volvía mayor. Pronto empezó a costarme trabajo seguirle el paso. Su capa roja se confundía entre comerciantes, pueblerinos y aventureros.

Entonces miré desorientada a mí alrededor ¡De repente ya no había ni rastro de él!

Resoplé mientras intentaba recordar dónde había sido que lo había visto por última vez… Pero ni siquiera era mi obligación seguirlo. En realidad, era la oportunidad perfecta para escaparme. Continué escrutando los alrededores con la mirada. Era tanta gente, que tampoco lograba divisar una posible salida.

E inesperadamente, sentí como una fuerte mano me jalaba con brusquedad ¿No le había dicho que no me tocara? Me volví para replicarle cuando vi el rostro de un desconocido y supe que no había sido mi protector el que me había tocado. El hombre sonrió con malicia, resaltando de su piel morena una dentadura brillante y puntiaguda.

Palidecí irremediablemente, mientras que con la mano libre, buscaba mi cuchillo. Pero, para mi mala suerte, el hombre dejó al descubierto mi marca y la apretó con fuerza.

Cerré los ojos, intentando contener el dolor. Quedé paralizada.

-Eres tú ¿Verdad?- me susurró al oído ejerciendo un poco más de presión.

Las lágrimas se desbordaron por mis mejillas.

-No sé de qué habla- musité abriendo lentamente los ojos.

El hombre soltó una carcajada, tomando mi otra mano y poniendo ambas tras mi espalda.

-No importa, tú vienes conmigo- dijo amenazante.

Se abrió paso bruscamente entre la muchedumbre, sin dejar de ejercer presión sobre mi marca, que empezó a brillar, delatando así mi identidad. Me mordí el labio. Al menos ya había encontrado una manera de salir…

Salimos del hervidero de vida que era el mercado al adentrarnos al bosque. Las voces y los sonidos de repente parecían terriblemente lejanos, sustituidos por el silencio. Lo único que se escuchaba era la respiración de mi raptor y la mía propia, que, para mi mala suerte, estaba agitada, delatando mi nerviosismo. Ni siquiera nuestras pisadas. Pero los temblores en la tierra eran perceptibles para mí. Podía notar que a unos cuantos metros de nosotros, había una pareja de caribús… ¿O eran caballos? Al sentir nuestra presencia salieron corriendo, mientras que los animales pequeños a nuestros pies intentaban cubrirse de nuestras pisadas. Supe nuestro destino cuando percibí el hoyo en el suelo. Pero el brazo me ardía hasta el hombro, por lo que concentrarme en otra cosa me era casi imposible. Mis sentidos estaban abrumados, casi inservibles.

“Vamos, concéntrate, tienes que escapar” pensé al tiempo que nos acercábamos un poco más al hoyo. Mis posibilidades eran nulas. Mi cuerpo estaba paralizado por el dolor y no tenía manera de desenfundar mi cuchillo. Todo lo que podía hacer era esperar a que llegara el momento adecuado.

Los temblores se volvieron ligeramente más fuertes.

-Atrás- murmuré cuando sentí una presencia.

Pero mi advertencia no sirvió de mucho.

-Suéltala- siseó una voz felina detrás de él al tiempo que el hombre soltaba un grito de dolor.

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